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Josu Iraeta Escritor

¿Federalismo asimétrico?

«Quizá estamos en el momento de comenzar el debate, de abrir la puerta de la cocina y enseñar lo que tenemos preparado», señala el autor al abordar el horizonte de un «federalismo asimétrico» del Estado, partiendo de la constatación de que la opción estatutaria actual queda demasiado corta y desfasada. Tras analizar las «taras congénitas» del actual Estado de las Autonomías y las posibilidades de una reforma federal, defiende la opción confederal que permite combinar la independencia y «la mutua cooperación del conjunto confederado». Finaliza reconociendo que nada es fácil y que tampoco lo será materializar esa opción, pero advierte de que vivimos en un mundo en el que «la fuerza de los hechos es la auténtica creadora del Derecho».

Cierto que hasta el día de hoy, y desde hace ya décadas, para algunos nunca es «llegado el momento» pero en mi opinión, quizá estamos en el momento de comenzar el debate, de abrir la puerta de la cocina y enseñar lo que tenemos preparado.

Es evidente la diversidad de cada una de las reconocidas y afamadas cocinas de Euskal Herria. Sin embargo, pudiera ser factible un «menú degustación» común entre varias de ellas. Los hornos han calentado las cocinas; conviene, pues, airear, que todos sepan a qué huele y se animen a probarlo.

Creo observar que además de las cocinas, la energía producida en los últimos tiempos está haciendo «roncar» de nuevo al horno que calienta el abertzalismo. Es cierto y opino que debería considerarse la conveniencia de mantener la tensión adquirida con la inyección energética del 22 de mayo, pues una vez adquirida la potencia calórica suficiente, se recomienda fundir una colada tras otra, es de manual. Porque no debemos olvidar que es mucho, muchísimo lo que cuesta arrancar el horno, no podemos dejar que se enfríe.

La metáfora siempre es un recurso que ayuda en la comunicación, pero no debe utilizarse para manipular la realidad. No debería hacernos olvidar que vivimos tiempos de crisis económica y esto hace que muchos estén obligados a variar sus prioridades. Pero deberíamos hacer un esfuerzo -otro más- y mantener nuestra escala de valores y objetivos. Por eso, si se dan -o se obtienen- las condiciones necesarias, éste puede ser el momento oportuno de concretar y sumar intereses que permitan dar a conocer el «norte» que marca hoy nuestra brújula. A pesar de todas las crisis.

Son ya tres las décadas, y puede afirmarse que la opción estatutaria actual queda «demasiado» corta y desfasada, pues la relación entre las instituciones propias y las del Estado queda excesivamente desequilibrada en favor de estas últimas. Este desequilibrio no sólo atañe al contenido de los gobiernos -vascongado y navarro-, sino sobre todo a la propia calidad de los mismos. Y es que, aún partiendo de textos diferenciados y gobiernos autonómicos también diferenciados, las actuales autonomías tienen una doble tara congénita que condiciona negativamente sus posibilidades políticas.

De un lado, porque todo lo que delimita, según la letra de la Constitución española -el reparto de poderes-, los controles a que están sometidas, etc., rezuma un ambiente de fuerte recelo hacia las nacionalidades «periféricas» en que se engendró durante la transición, con fuerte presencia franquista. De otro, porque las posibilidades de una interpretación más lógica y abierta de la Constitución están supeditadas a la relación de fuerzas del sistema político español y a sus mayorías electorales.

Esto nos dice que las actuales autonomías se encuentran totalmente limitadas legalmente en aspectos importantes para el llamado «autogobierno», sin olvidar la clara servidumbre respecto a la discreción de las personas que en cada momento estén al frente de las instituciones centrales del Estado.

Todo esto en la práctica de los años se ha traducido en una considerable y persistente arbitrariedad política. La subordinación al poder estatal y sus instituciones, que al ser constituidas de acuerdo con las mayorías, hace que sean éstas las que regulan el alcance y contenido real de la autonomía. De manera que las transferencias son utilizadas como concesiones «a cambio de», exigiendo además fidelidad y lealtad al sistema.

En mi opinión, parece factible que los autogobiernos navarro y vascongado mejoren con una reforma federal, siempre que se les dote de garantías constitucionales de las que hoy carecen las autonomías. Pero teniendo en cuenta además, que el nuevo sistema federal no debe adolecer de las mismas taras que el actual sistema estatutario. Lo planteo porque de poco serviría un federalismo territorial igualitario, como pretendieron en su día con la famosa LOAPA. ¿Cómo se puede conjugar esto en Vascongadas-Nafarroa? ¿Debería ser un federalismo asimétrico?

Aquí tocamos hueso, ya que a pesar de la clara disensión en las instituciones navarras y vascongadas sobre su identidad colectiva -política y cultural-, nadie puede ignorar la existencia de las minorías -que ya no lo son tanto- y que, además de disentir, suponen una muy significativa y creciente dimensión de las corrientes provasquistas.

De esto debe traducirse, que tanto los vascongados como la sociedad navarra necesitan dotarse de más elementos de cohesión que la pura ley de las mayorías. Porque es obvio que lo vasco concita un sentimiento de identificación muy profundo para una parte -cada vez más importante- de la población, por diversas, claras, evidentes y profundas razones. Las instituciones no pueden ignorar este hecho y menos considerarlo una anomalía o una desviación. Por el contrario, la lógica misma de la «actual representación democrática» les exige reconocer lo vasco como parte de lo navarro.

A este respecto, quiero recordar las palabras de un insigne político navarro, -candidato a la presidencia de Nafarroa también hace cuatro años- que nos decía en un periódico de tirada estatal: «Pactaremos no realizar una consulta sobre la unión con Euskadi en esta legislatura». El tiempo pasa, y aquello para lo que antes era pronto, ahora parece ser que ya es tarde. Claro que nada es fácil, y esto tampoco.

Esto es evidente, ya que una reforma federal no responde a una demanda generalizada de la sociedad española, sino a la voluntad política de ofrecer un encaje más lógico en el Estado español de determinadas nacionalidades diferenciadas como gallegos, catalanes y vascos. Dicho esto, podría parecer lógico optar por un federalismo asimétrico.

La opción confederal, en la medida en que equivale a elevar el autogobierno a un grado superior de soberanía, podría resultar satisfactoria. Pero no sólo por eso, también por tratarse de un sistema que permite combinar la «independencia» y la mutua cooperación del conjunto confederado. Que a su vez, consiente la expresión legal de una doble identidad colectiva. En esta medida, la fórmula podría ser válida para las gentes preocupadas por no romper los lazos con ese «ámbito» especial de cultura y de solidaridad que supone España para ellos.

Repito lo dicho anteriormente, nada es fácil y esto tampoco, pero quisiera que no olvidaran que vivimos en un mundo en el que la fuerza de los hechos es la auténtica creadora del derecho.

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