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Ainhoa Güemes Moreno | Periodista y agente de igualdad

Contra el enaltecimiento de la moral opresora

Tras leer unas palabras en «Le Monde Diplomatique» escritas por Brian Currin he creído oportuno hacer esta crítica constructiva desde la perspectiva de género. Currin, en su texto, dice literalmente: «(...) el cese del fuego anunciado es unilateral y responde a un llamamiento de hombres de paz de envergadura internacional». Recuerdo que algo parecido, y en este mismo contexto, dijo el pasado mes de enero Carlos Garaikoetxea, que valoraba la decisión tomada por ETA y esperaba que en España hubiera «un hombre de Estado capaz de dar los pasos que corresponden en esta situación». No es mi intención cuestionar la valía de esos hombres a los que se refieren. Pero es evidente que con el uso de un lenguaje no sexista e inclusivo, la política llega a ser contemplada por el conjunto de la ciudadanía vasca como un espacio más amable y acorde con sus actuales exigencias.

Entiéndase este artículo como un intento de seguir incorporando y difundiendo algunas ideas útiles y positivas para la construcción de Euskal Herria, en clave socialista y feminista. Para ello, es importante pensar en las diferentes configuraciones que ilustran nuestro imaginario colectivo. Ser capaces, por un lado, de dinamitar las estructuras jerárquicas y opresivas (también las que se perpetúan por medio del lenguaje), y por otro, saber edificar una casa donde todas y todos tengamos una habitación propia. Una vez más, debemos profundizar en la relación que se establece entre capitalismo y patriarcado (ya que este sigue siendo un ámbito problemático) y abordar desde esferas tanto discursivas, políticas como económicas, la batalla de los géneros y otras identidades en conflicto.

Tal y como propusieron Jakue Pascual y Alberto Peñalva en el ensayo titulado «El juguete de Mari», se trata de abrir nuevas líneas de fuga para la comunidad; activar nuestras potencias de transformación mediante la gestión cooperativa de las fuerzas productivas (auzolan): «La igualdad de todos los individuos que componen la colectividad, el respeto y el reconocimiento de la potencia de cada uno, es la premisa que posibilita la autoorganización y la cooperación. Así, Herri (pueblo, nación) se presenta como un proceso continuo de edificación: Harri (piedra)». Hay que hacer frente a la ideología del imperio, que como Babilonia, está en todas partes (también en nuestras casas y plazas); hay que derrocar un sistema mediado y controlado por una lógica masculinista (institucional, religiosa,...) de poder moral efectivo que perdona la vida u otorga la muerte. Que Mari nos proteja.

Si queremos ser individuos libres en un pueblo libre, hay que destronar a Kixmi (matar al padre; simbólicamente, se entiende), que para la disidencia vasca ha representado a lo largo de la historia el poder totalitario, el diablo, el mal; esa verdad impuesta que tomó forma de inquisición y perpetuó así su poder contra el comunalismo en general (entendido como forma primitiva de comunismo); y especialmente contra las mujeres vascas. Si Vasconia, como subraya Federico Krutwig, «representa en la ideología y economía europeas una fuerza real, con sentido progresista y afirmativo», no es gracias a las actuaciones de moralistas hombres de Estado, sino gracias a las acciones liberadoras que sorginak, gudaris, insumisos y otros sujetos políticos y creadores han llevado a cabo en este país. Krutwig nos recuerda que la moral castrante está «al servicio de las clases opresoras, y no es más que una consecuencia lógica de la relación de buena vecindad que tienen en España los obispos con los verdugos».

En mi opinión, aupar y honrar a los hombres de Estado, enaltece dicha moral opresora, imperialista y misógina, y desvirtúa nuestra lucha por la igualdad de derechos. Otro gallo cantaría si nos centráramos en buscar estrategias dirigidas a neutralizar, desordenar y transgredir la lógica discursiva del sistema capitalista y heteropatriarcal, en beneficio de una ciudadanía vasca más autónoma, más libre y más igualitaria. No es fácil, y no todo vale, la transformación tiene que ser profunda y sustancial. Voy a ilustrar esto que estoy diciendo con otro ejemplo, importado de un país alejado de nuestras mugas. Aunque no hay que alejarse mucho de nuestros pueblos para toparse con discursos plagados de machismo.

Un pene faraónico y fluorescente conocido como «Falo cósmico», un graffiti de 65 metros, obra del colectivo artístico Voina, estuvo durante dos horas erecto sobre el puente levadizo Liteiny de San Petersburgo, en frente de la sede de las oficinas del Servicio de Seguridad Nacional, el antiguo edificio de la KGB. Nagore Belastegi, redactora de Zazpika, nos explica que esa acción artística fue un enorme «que os jodan» dedicado a las autoridades corruptas rusas. Las expresiones artísticas de estos activistas que se identifican con la izquierda radical, están ganando adeptos por todo el globo; según dicen, se han convertido en héroes románticos dispuestos a derrotar el poder del mal. Se sobreentiende que el mal al que se refiere Voina es el sistema represivo capitaneado por gobiernos derechistas. Luego son de los nuestros. Hasta aquí, parece que podemos compartir y defender los métodos y objetivos planteados por este grupo de artistas.

Sin embargo, tal vez sin pretenderlo, el colectivo Voina, con esta acción, justifica el estereotipo más prepotente y agresivo de la sexualidad «masculina». Es obvio que a través del discurso se determinan las relaciones verticales y jerárquicas, luego es importante desmontar las representaciones que se erigen según parámetros exclusivamente masculinistas, y que legitiman el orden falocrático. Los discursos se construyen en una especificidad histórica, social, y su elaboración implica conflictos y relaciones de poder. La crítica de la economía política no puede prescindir de la crítica del discurso a través del cual se realiza, y en particular, de sus presupuestos metafísicos, ya que la estructuración del lenguaje mantiene una complicidad entre la racionalidad y lo que Luce Irigaray llama la mecánica exclusiva de los sólidos. Me explico. La mecánica o economía de los sólidos privilegia e idealiza el poder del falo, y se organiza en función del pene, al mismo tiempo que rechaza lo que excede a los límites de su forma.

En esta economía falogocéntrica, no se entiende la sexualidad «femenina», es decir, se niega la existencia de los continuos fluctuantes, difundibles, conductibles. En definitiva, se niega la existencia de todo lo que escapa a ese circuito cerrado que simboliza el poder del falo; todo aquello que fluye sin fijarse en categorías paralizantes y blindadas. Porque lo fluido siempre excede, y huye de toda identificación estancada.

Por suerte, estamos convencidas de que la racionalidad patriarcal heterosexista (su lógica, su discurso) tan sólidamente constituida, está perdiendo brillo. Ya hemos dicho en otra ocasión que el aparato está roñoso. El patriarcado caerá de la mano del capitalismo. Sabemos que torres más altas han caído y que la tierra se está moviendo. Somos código vivo desafiando a la propiedad capitalista y al Estado. No se trataría pues de trazar un gran coño todopoderoso, sino de desordenar, de alterar los significados, insistir en que fuera de un conjunto de ficciones culturales normativas, como afirma Beatriz Preciado, «no hay verdad del género, de lo masculino y de lo femenino; es decir, no hay dos sexos, sino una multiplicidad de configuraciones genéticas, hormonales, cromosómicas, genitales, sexuales y sensuales».

El problema, añade Preciado, «es que hasta ahora el deseo, el sexo y el género han sido pensados en términos de esencia no transferible, de propiedad. Primero pensados como sustancias fijas en la naturaleza, después como propiedad de Dios, luego como propiedad del Estado, más tarde como propiedad privada y hoy, por último, como propiedad de las grandes multinacionales farmacopornopolíticas. Los fluidos del cuerpo de las mujeres, de los cuerpos racializados, de los cuerpos marcados como «discapacitados» o sexualmente anormales se insertan también en esta capitalización del cuerpo. El objetivo es una capitalización del ser vivo, extendiendo así el control tecnomolecular de los géneros a todo y a todos».

El falogocentrismo, según Jacques Derrida, «muestra la estrecha solidaridad que existe entre la erección del logos paterno (Dios, rey, ley, padre-creador, hombre de Estado,...) y del falo como significante privilegiado; relación que legitima la razón patriarcal». Si de verdad deseamos crear una Euskal Herria libre, socialista y feminista, hay que poner en marcha una «estrategia general de deconstrucción», que pese a lo que suele creerse erróneamente, no es una crítica negativa o destructiva sino una palanca de intervención activa en ámbitos problemáticos.

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