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Cien mil historias singulares y un mismo espíritu unido por la música

Aurelio Arteta hubiese pintado una romería muy distinta a la que se muestra en el Bellas Artes de Bilbo si hubiese nacido cien años después y hubiese subido a Kobetamendi el pasado fin de semana. Un cuadro en el que todos sus personajes portarían pulsera azul, la del bono que daba derecho a acudir al Bilbao BBK Live festival las tres jornadas que ha durado el evento, que según la organización ha reunido a más de cien mil espectadores en pos de un pop de primera.

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Anartz BILBAO |

Tres largas jornadas en el Bilbao BBK Live dan para mucho. Según la organización, más de 100.000 espectadores han acudido esta edición al evento musical (record total en Kobetamendi), y nosotros hemos querido conocer a algunos de los asistentes.

El autobus es el medio de transporte más utilizado para acudir a Kobetamendi, y en donde conocemos a una joven rubia, quien nos saluda simpática. Tocada con un sombrero estampado de flores, acude al evento en chancletas, como si acudiera al Woodstock más hippie. Es escocesa y amiga de David McDonald, con quién departimos amigablemente. David vive actualmente en Bilbo (donde estudia), y trata de defenderse en castellano. Es, de lejos, el más tranquilo y sereno de la tropa escocesa que nos rodea, que va cantando y bebiendo cerveza en el autobús. «Son mis amigos, que han venido a visitarme y están en mi casa». Aprovechan la estancia en Bilbo para disfrutar de los directos de Kasabian, Kaiser Chiefs y Chemical Brothers, antes de ocuparse de otros menesteres. «El lunes, San Fermin!», aclara David sus planes casi antes de ser preguntado, con una sonrisa de oreja a oreja. Además del Bilbao BBK Live, han conocido eventos como el RockNess (se celebra cerca del lago del famoso monstruo y es de música electrónica) o T in the Park (este año se ha celebrado en paralelo al BBK Live, del 8 al 11 de julio, con Artic Monkeys, Foo Fighters o Coldplay como principales bandas). «Son festivales escoceses incluso más grandes que el de Kobetamendi».

McDonald y su cuadrilla son una muestra de la amplia representación británica que acude orgullosa -luciendo enseñas de Inglaterra, Escocia o Irlanda-, al festival desde el pasado año. Y es que el evento bilbaino, que cada vez se parece más al FIB de Benicássim al atraer a un público anglosajón, les va como anillo al dedo, con un cartel liderado por Coldplay. Además, alrededor de 200 australianos campan por los prados del festival, donde acampan con tiendas idénticas y bien alineadas. Para no ser menos, un pequeño, pero ruidoso grupo de jovenes, muy altos y muy rubios, no paran de hacerse fotos y de cantar con su bandera sueca.

La representación foránea que nos encontramos en Kobetamendi se cierra con Tori y Totomi. Son de Japón, pero se acercan a Bilbo desde Londres, «porque el festival acoje a buenos músicos». Hablamos con ellos el sábado, única jornada a la que acuden, para escuchar, especialmente, a Jack Johnson. Pero la jugada tiene truco. «Nuestra intención es visitar mañana Iruñea -reconocen-, para lo que ellos llaman «bull festival (festival de toros)». Nunca antes habían estado en Euskal Herria, y no han tenido tiempo de conocer mucho de nuestra tierra. Antes de despedirnos, les preguntamos sobre su alojamiento, si están en el camping o en algún hotel. Los japoneses se miran y ríen. «No tenemos alojamiento -confiesan- ¡a la aventura!».

El autobús nos deja en Beyena, dejando ante nosotros una cuesta de medio kilómetro largo con una pendiente seria. «El festival bien, pero esta caminata es insana», nos relata resollando un quinteto madrileño muy moderno, barbudos y tatuados ellos, finas y bien pintadas ellas. «Es la primera vez que venimos al festival, pero lo conocíamos», aclaran. Lucen en las muñecas unas pulseras oscuras, el pase vip. «Nos seducía el cartél, pero colaboramos con la carpa Vodafone (donde actúan bandas locales y pinchan los dj´s hasta el amanecer); por lo que venimos por doble motivo, trabajo y placer». Pernoctan en casa de un amigo, y Cristal Castles era su banda de referencia, «pero no los pudimos ver, porque llegamos el viernes» (los de Toronto actuaron el jueves).

Una vez dentro del recinto, cambio de euros por billetes del festival (en forma de púas), en una jaula en la que trabaja Clara, una jovencísima alicantina que viene de Murcia. «Hemos hecho el viaje todo el grupo en autobús, para trabajar en turnos de doce horas» se lamenta, pues es la primera vez que se acerca a Euskal Herria y no va a poder conocer Bilbo. Comienza a refrescar y está vestida con una chaqueta. «Aquí no sabeis lo que es el verano -exclama- ¡qué frio!».

Bilbainas

Entre tanto foráneo, Yera e Irati, dos chicas de entre 18 y 20 años, provienen de Bilbo, y están desde el miércoles, cuatro amigas, en el camping; «por el ambiente y por no estar preocupándote de bajar, de volver... son como unas vacaciones, aunque los baños tienen su pega». Asiduas de la valla, se han chupado el festival enterito y han conocido a australianas, francesas... «siempre en la primera fila». Para una de ellas es la segunda vez que acude al festival, para el resto, su debut. Acuden con el principal reclamo de Kasabian, Kaiser Chiefs, Blondie, Cristal Castles, Thirty Second To Mars... -reconocen ser melómanas-. Además, dicen haber «flipado también con Noisettes (gran coreografía) y con Neon Trees (brutales)». El proximo año volverán... «depende del cartel».

Pero tanto Yera como Irati, estudiantes de periodismo a quienes abordamos tras ver cómo se sacaban una foto con el afable Seasick Steve (reconocen haberlo seguido únicamente por las pantallas, mientras esperaban en la valla el inicio del próximo concierto), «porque nos ha parecido un hombre muy cercano y sencillo»; guardan una historia singular. «Con 30 Seconds to Mars me han invitado a subir al escenario» confiesa emocionada Yera, mientras Irati remata: «a mí me ha dado un ataque de ansiedad y me han tenido que atender los sanitarios». La jovencísima bilbaina, recién salida de la ambulancia «donde me han pinchado». Fue aplastada por un ataque de fans (al estilo de los Beatles en los 60). «Me estaba dando un chungo en la valla y nadie se ha percatado de ello». De todas formas, no parece muy preocupada. «En general hay muy buen ambiente y lo estamos pasando muy bien. La gente, excepto los fans locos, es muy simpática».

Bilbainas son también Saioa y Leticia, que rondan la treintena y se escandalizan cuando les preguntamos si también pernoctan en el camping: «ni pensar». Guapísimas, nos atienden con cierta chulería y nos vacilan, advirtiéndonos que tienen «poco que contar». Acuden al festival de Kobetamendi por vez primera, de jueves a sábado, jornada en la que dicen que «hay demasiada gente». Vetusta Morla, Kasabian o Jack Johnson son algunas de sus preferencias en el cartel. Reticentes y parcas, desconfían de la charla (intuyo que suponen que no es más que una estrategia para ligar con ellas) y solo esbozan una sonrisa al ser cuestionadas sobre algun otro evento musical al que hayan acudido: «Acudí al Lollapalooza de Chicago (uno de los festivales de referencia a nivel mundial) -confiesa Leticia-. Allí vi a Ben Harper... fue la hostia». Curiosamente, el cantante californiano participó en el primer Bilbao Live, en 2006. «El año que viene volveremos», se despiden.

Es de madrugada, nada más se puede contar (no se debe). No encontramos a gente hospedada en hoteles, pero son muchos los que tienen reserva, motivados por el festival. Alguno quizá en el Sirimiri de Atxuri, donde se hospedó hace muchos años Bernard Butler, guitarrista de Suede; que el viernes reunió a 30.000 espectadores en Kobetamendi.

Black Crowes, clásicos del rock en vida

Era como en Donostia en 1995 pero en Bilbo en 2011. Black Crowes visitaban Euskal Herria a mediados de los 90 para presentar «Amorica». Era un contexto diferente y una banda podía defender su producto durante tres horas en un escenario con mayor frecuencia. Ahora, con los festivales veraniegos de por medio, es imposible alcanzar dicha duración. Pero el espíritu de Black Crowes del sábado por la noche en Kobetamendi fue exáctamente el mismo que el de hace 16 años.

Arrancaron, en Bilbo, como si de un grandes éxitos se tratase. «Jealous Again» y «Hotel Illnes» y el público ya estaba en el bolsillo. Black Crowes son capaces de hacer sentir la esencia del rock n' roll de ahora, del de hace 16 años y del anterior. Porque son atemporales y clásicos, vergonzosamente y grandiosamente clásicos. Sonó «Good Morning Captain» y pese a ser un tema de su último disco de estudio hasta la fecha, el espectacular «Before The Frost» sonó como si llevase en el cielo toda la vida. Como si sus ecos formasen parte del subconsciente popular donde seguro que ocupa un hueco «Soul Singing», uno de los últimos superventas de la formación de Atlanta.

Una de las dos jams de la noche llegó con la preciosa «Wiser Time». Vaivenes cósmicos que evocan calor sureño y el frescor de la brisa acariciando la frente. Oleadas de placer guitarrero con Luther Dickinson haciendo olvidar por completo a Marc Ford. Resultó curioso ver cómo Rich Robinson, dueño de la banda junto a su hermano Chris, dejaba todo el protagonismo al también guitarrista y compositor de North Mississippi Allstars.

Los Robinson y sus secuaces siguieron con «Poor Elijah/Tribute to Johnson», un clásico del soul rock popularizado por Delaney & Bonney en los últimos sesenta y primeros setenta. «Been a long time (Waiting on love)» precedió a la segunda jam de la noche. «Thorn in my pride» sirvió de excusa para que Rich Robinson asumiese el protagonismo de un desarrollo instrumental inspirado y ajustado al máximo.

La traca final vino cargada con una versión de Otis Reading casi convertida en un clásico propio por los Robinson, la balada «She talk to angels» y el brutal final con «No speak no slave». Para los bises y la nostalgia quedó «Remedy», ya con el apoteosis encima y con el bajista Sven Pipien luciendo una camiseta del Athletic.

Fue curioso ver a Seasick Steve y Jack Johnson en un lateral del escenario disfrutando de la banda de los hermanos Robinson. Y es que la jornada del sábado, la tercera de uno de los BBK Live más FIB, palideció por completo ante el rock sureño y añejo de Black Crowes. I. FERNÁNDEZ

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