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UDATE I ARTE: LA MÍTICA CALLE DE PRAGA ABRE DE NUEVO SUS PUERTAS

El callejón del oro refulge

El turístico Callejón del Oro del Castillo de Praga es uno de los enclaves mágicos de la capital checa. Cerrado desde principios de 2010 por los trabajos de renovación que se han acometido, en junio recuperó todo su esplendor con un aspecto en el que se le ha dado mayor énfasis a la vertiente histórica y menos a su aspecto comercial.

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Jan MARCHAL |

Adiós a las tiendas de souvenirs: la mayoría de la veintena de las pintorescas casitas de fachadas de colores resplandecientes del callejón ahora se han transformado en pequeños museos que reflejan la vida de sus habitantes. «Lo que buscamos es mostrar al visitante cómo eran las casas de la gente corriente que vivió y trabajó aquí, y que se las encuentre como si éstos acabasen de salir», explica el historiador Pavel Jiras, responsable del nuevo rostro de este «must» turístico.

El Callejón del Oro es una calle corta, estrecha y preciosa situada en el interior del Castillo de Praga y que debe su nombre a los orfebres que la habitaron en el siglo XVII. El lado izquierdo está ocupado por casitas de colores que fueron construidas en los muros del castillo. Un siglo antes habían sido construidas con el propósito inicial de dar cobijo a los guardianes del castillo y, tras los orfebres, aquí residieron los mendigos y delincuentes de Praga, hasta que en el siglo XX fueron también desalojados y las casas se convirtieron en tiendecitas de productos típicos.

Las casitas fueron construidas bajo los arcos de la muralla que rodea el castillo, en virtud de un decreto del emperador del Sacro Imperio Romano y rey de Bohemia Rodolfo II (1552-1612), gran amante del arte y coleccionista apasionado. A diferencia de otras partes del castillo, espléndidas porque estaban destinadas para servir de residencia real, el pueblo habitó siempre el entorno. «Una costurera, una herbolera, un orfebre o la famosa medium Madame de Tebas... Cada casa tiene su propia historia», explica Jiras. «Hay una gran belleza en la vida de esta gente humilde que provoca ternura, aunque también misterio. ¡Qué contraste con nuestro tiempo, agresivo y cruel», exclama el historiador.

Alquimistas y médiums

Contrariamente a una leyenda extendida y alimentada constantemente por las guías, el callejón nunca ha sido el hogar de los alquimistas de Rodolfo II, ni aquí se intentaba convertir plomo en oro. Kveta Zrustova recuerda vívidamente aquel día de primavera de 1938, cuando entró en en el número 14 para pedir un consejo a «la señora de Tebas», cuyo verdadero nombre es Magdalena Prusova. «Yo tenía 18 años y quería saber si aprobaría el bachillerato» explica con sonrisa pícara esta anciana de 91 años.

«No estuve mucho tiempo. Madame de Tebas estaba sentada en una esquina, con un gato sobre el hombro. Entonces ella comenzó a extender las cartas sobre la mesa», recuerda, así como que aprobó el bachillerato. «Siempre tendrá un cierto aire misterioso», explica.

El destino de «Madame de Tebas» fue bastante triste: perdió a su marido y su hijo durante la Primera Guerra Mundial y murió durante un interrogatorio en la Gestapo, después de predecir el fracaso del Tercer Reich.

Entre los que han sido residentes de la Callejuela de Oro figura el escritor Franz Kafka (1883-1924), el autor de «La metamorfosis», quien buscó la inspiración aquí entre los años 1916-17. «En esta casa, la número 22, Kafka escribió los relatos incluidos en la colección `Un médico rural'», explica Gabriela Cinkova, responsable de una librería ubicada en ese mismo número. «No todo el mundo sabe que Kafka fue también ilustrador», agrega mientras muestra un pequeño libro con dibujos del autor, que está colocado en un stand junto a «El proceso»

Los últimos habitantes tuvieron que abandonar la Callejuela de Oro, también conocida como Calle de los Orfebres, poco después de la toma del poder por los comunistas en 1948. Según Ivo Velisek, director de administración del Castillo de Praga, la reconstrucción que acaba de terminar ha sido la más grande acometida nunca en la historia del callejón. «Durante mucho tiempo, este lugar tuvo dos residentes permanentes: un par de lechuzas. Se marcharon de aquí hace cinco años, tal vez porque sentían que algo no estaba igual, pero han regresado esta primavera, como si quisieran decirnos `la Callejuela de Oro vive de nuevo».

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