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Cara y cruz de los Balcanes

El estreno de «Cirkus Columbia», basada en la novela homónima de Ivica Djikic, y el proyecto del director serbio Emir Kusturica de llevar al cine la obra maestra de Ivo Andric «Un puente sobre el Drina», ponen de actualidad cultural a los Balcanes, una de las zonas más conflictivas del mundo enclavada en el corazón de Europa.

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Juanma COSTOYA | GASTEIZ

El pueblo croata» dijo Ante Pavelic, «desea ser gobernado con bondad y justicia. Y yo estoy aquí para proporcionarlas». Mientras hablaba miré un cesto de mimbre que había sobre el escritorio del Poglavnik. La tapa estaba alzada y el cesto parecía lleno de mejillones o de ostras -como a veces aparecen en los escaparates de Fortnum & Mason en Picadilly, en Londres. Casertano, un diplomático italiano, me miró y me guiñó un ojo. «¿Te gustaría un buen guiso de ostras?». «¿Son ostras dálmatas?» le pregunté al Poglavnik. Ante Pavelic quitó la tapa del cesto y mostró los mejillones, esa masa viscosa como gelatina, y dijo sonriente, con esa risa cansada y bienhumorada que es tan suya: «Es un regalo de mis fieles ustachis. Cuarenta libras de ojos humanos».

Este fragmento de «Kaputt», la novela autobiográfica de Curzio Malaparte inspirada en sus vivencias durante la II Guerra Mundial, ilustra, como un fogonazo, la carga de odios centenarios que infectan la convivencia en los Balcanes y que, periódicamente, salen a la luz en forma de guerras fratricidas que llevan aparejadas limpiezas étnicas o sitios de ciudades como el que padeció Sarajevo entre 1992 y 1995. Los Balcanes han pasado a ser un sinónimo de desestabilización y odios. Tan es así que una de sus regiones, Macedonia, designa, en francés y castellano, a una ensalada de frutas con muchos ingredientes, lo que ayuda a definir la enfermedad esencial de los Balcanes, ya que, cada uno de estos ingredientes reivindica para sí los sueños y las fronteras correspondientes a glorias imperiales ya pasadas.

Con este telón de fondo tan cambiante y complejo se han escrito algunas novelas meritorias. Entre todas ellas destaca «Un puente sobre el Drina», obra histórica de Ivo Andric quien mereció por el conjunto de su obra el Premio Nobel de literatura en 1961, y que ha sido recientemente traducida al euskara por Karlos Zabala Oiartzabal («Zubi bat Drinaren gainean», Alberdania).

El puente es, en la obra de Andric, una realidad y una metáfora. La novela toma como disculpa argumental la construcción de un monumental puente sobre el río Drina, mandado construir en 1577 por el Gran Visir otomano Mehmed Pasa Sokolovic. La obra fue levantada por el arquitecto imperial Sinan, y con sus once arcos y sus casi 180 metros de longitud, fue una referencia en la arquitectura y la ingeniería de la época. La magna obra unía la ribera otomana con la serbia y este hecho ayudó al novelista yugoslavo a argumentar una novela en la que, durante cuatro siglos, épocas prósperas eran sustituidas por periódicas matanzas entre las comunidades enfrentadas bajo un mismo cielo. Ortodoxos serbios, musulmanes bosnios, judíos y católicos fueron capaces de trabajar juntos para levantar una obra que puso en comunicación, no sólo dos riberas, sino todas las culturas y formas de vida diferentes que se apiñaban en las orillas del Drina.

El centro del puente, más ancho que sus accesos, fue en las épocas sosegadas un punto de reunión y charla. Cuando los periodos turbulentos llegaron ese mismo espacio fue el elegido para colgar a los rebeldes serbios que desafiaban al Imperio austrohúngaro, sucesor del poder otomano en la zona. De la obra de Andric se deduce la excepcional responsabilidad que en estas comunidades atesoran sus líderes. Si estos se muestran juiciosos y tolerantes, con una visión global y a largo plazo, el puente retorna a su función original: la de servir a la vez de punto de encuentro y comunicación entre diferentes. Si los líderes religiosos y políticos se ciegan con las ofensas recibidas, si tratan de imponer sus puntos de vista, si piensan en los réditos cortoplacistas de sus decisiones, la ruina y el luto volverán a teñir de negro las riberas del Drina.

Ahora que se conmemoran cincuenta años de la entrega del premio Nobel a Ivo Andric, el director de cine serbio Emir Kusturica anuncia su intención de rodar una película basada en la novela «Un puente sobre el Drina». Kusturica está también detrás de un proyecto, no exento de polémica, mediante el que se levantaría en las inmediaciones de Visegrad, localidad que alberga el puente en el que se inspiró el escritor, un pueblo que contará con biblioteca, museo y teatro, entre otras equipaciones, y que llevará el nombre de Andricgrad en honor al laureado escritor. El proyecto será financiado en parte por el Gobierno de Bosnia-Herzegovina y por el de la República Srpska.

Ivo Andric, que nació en Bosnia de padres croatas y que siempre se consideró un escritor yugoslavo, murió en 1975 dejando una obra inacabada. En ella se alertaba sobre el espectro fratricida que sobrevuela su país natal. Como si de una profecía se tratara, en el verano de 1992, diecisiete años después de su fallecimiento, irregulares y tropas serbias volvieron a teñir de sangre las orillas del río a su paso por Visegrad. El puente sobre el Drina fue de nuevo testigo de matanzas y ejecuciones sumarias. Desde su altura se arrojaron al cauce hombres, mujeres y niños, que fueron tiroteados antes de desaparecer empujados por la corriente. Los datos proporcionados por el Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia documentan 3.000 asesinatos durante esa primavera y verano. La masacre de Visegrad bien pudo haber sido otro capítulo funesto en la novela de Andric.

Se estrena estos días en los cines «Cirkus Columbia», película dirigida por el bosnio Danis Tanovic y que es una adaptación de la novela homónima escrita por el también bosnio Ivica Djikic (Ediciones Sajalín). El argumento se ambienta en un pequeño pueblo croata en las últimas semanas previas a la guerra que acabó desmembrando el estado yugoslavo a partir de 1991. El conflicto parece muy lejano en un villorrio que disfruta de un verano en apariencia cadencioso con el sol, el río, el café, el cotilleo y el aguardiente de ciruelas como pasatiempos favoritos y eternos. La vuelta de un emigrante, Divko Buntic, que ha hecho fortuna en Alemania acompañado de una guapa y desinhibida mujer es todo un acontecimiento local. Sin embargo, a la nostalgia y a la tragicomedia de sentimientos se va imponiendo una realidad que si bien parece ajena siempre ha estado ahí desde hace siglos. La mujer del emigrante es musulmana, el antiguo alcalde partidario de la unión yugoslava y del mariscal Tito es ya un don nadie. Los nuevos amos son los croatas y su política de nuevo estado lleva aparejada la exclusión de sus vecinos. El ejército federal yugoslavo es una sombra tan poco querida como temida.

La tragedia va dando cada día que pasa una nueva vuelta de tuerca. Amparados en el verano nadie quiere enterarse pero las matanzas y el desplazamiento de las poblaciones refugiadas se acercan inexorablemente. El libro de Ivica Djikic refleja con maestría como el ambiente va haciéndose más opresivo a cada semana que pasa. Los antiguos amigos se separan y al poco media ya entre ellos un abismo insalvable.

En palabras del propio autor «se ha reproducido la gente estúpida que grita, escupe y amenaza y, por lo tanto, es la que más destaca». Y un poco más adelante, «desde el momento en que descubrí que había serbios viviendo en la ciudad hasta el día en que fueron expulsados transcurrieron poco más de dos años. Y eso gracias a la eficacia de los que descubrieron a los serbios mucho antes que yo».

El libro deja claro que un conflicto está formado por infinidad de historias personales, todas diferentes, todas trágicas. La convivencia demuestra ser en los Balcanes un bien escaso, una flor de rara belleza pronta a marchitarse ante el mínimo descuido. Y a pesar de todo la convivencia existió, floreció y ha llegado a pervivir a través de los siglos como deja claro la propia novela de Andric. El mismo puente sobre el Drina se vio duramente afectado durante las dos guerras mundiales y también en las guerras balcánicas. Una y otra vez fue reconstruido y desde el 2007 la Unesco lo convirtió en Patrimonio de la Humanidad.

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