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UK Riots: banda sonora y revista de prensa

Está de moda hacerlo en el periodismo contemporáneo y a mí, personalmente, me gusta. La revista «Esquire», por ejemplo, lo hace en todos sus números y lo hace muy bien. Se trata de que el redactor relacione los contenidos de su artículo con canciones. Este formato responde a la costumbre de relacionar acontecimientos con música, algo muy común. También tiene que ver con la idea de «enriquecer» los artículos que ha impulsado internet, con «links» a vídeos, canciones, otros artículos… Lo cierto es que lo mismo sirve para «ilustrar» una entrevista que para dar mayor vida a un reportaje. A veces los autores de la propuesta musical asociada a un artículo son los redactores especializados del medio. Pero no siempre.

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Dorian Lynskey, uno de los redactores sobre música de “The Guardian”, confesaba su incapacidad para «no relacionar sucesos dramáticos con música». Lo hacía en uno de los primeros artículos sobre las revueltas de Londres y la música, un tema que pronto transcendería fronteras y llegaría a nuestros periódicos, en concreto al nuestro. Anartz Bilbao, Aitor Etxebarria, Sonia Gonzalez… recorrían el camino que va desde «London's Burning» hasta «London Calling», pasando por «Guns of Brixton», todos ellos temas emblemáticos de The Clash.

Decía que me gusta ese enriquecimiento de los artículos, y también me gustan las revistas de prensa. Todo lo cual me llevó la semana pasada a esta curiosa manera de leer lo que los diarios y medios ingleses publicaban sobre las revueltas en Londres: con un ojo en las revueltas, la cabeza en sus posibles causas y un oído en música con la que ambientarlo todo.

Siguiendo ese rastro, el reputado locutor Diego A. Manrique tocaba el tema en la revista de verano de “El País”. En su caso, si bien partía de la banda punk londinense y su conocido «Police & Thieves», hacía un repaso de los estilos de música que se escuchan hoy en día en los barrios donde han estallado los disturbios: hardcore, jungle, UK funky, grime o dubstep. Confieso mi ignorancia al respecto, pero buscando en las noticias, estos días he encontrado otras referencias al tema de la música que se hace y se escucha en los suburbios de Londres.

Por un lado, en el tabloide “Daily Mirror”, Paul Routledge cargaba contra esa música como culpable directa de lo ocurrido: «Culpo a la perniciosa cultura del odio que hay alrededor de la música rap, que glorifica la violencia y la aversión a la autoridad (especialmente a la Policía, pero que incluye a los padres), que exalta un materialismo barato y delira sobre las drogas». El propio Manrique ya advertía en su artículo de esas posiciones tremebundas, una postura que el propio David Cameron había sostenido hace relativamente poco tiempo.

En el bando contrario, el rapero Reveal, en el programa “Newsnight” de la BBC, culpaba de lo ocurrido a la Policía, de la que afirmaba «ha actuado sistemáticamente como la banda (gang) más grande del Reino Unido». El músico compartía tertulia con Kelvin MacKenzie, ex editor del diario “Sun”, quien defendía que «intentar politizar esto es un sinsentido» y replicaba a Reveal con un significativo «Shoot them!» («¡disparadles!»), pidiendo la utilización de balas de plástico y la intervención del Ejército. Al escucharle no pude por menos que recordar algunas de las canciones de la banda sonora de la película “In the Name of the Father”, de Jim Sheridan; por ejemplo «Whiskey In The Jar», de Thin Lizzy. Varios comentaristas, entre los que cabe destacar a Soledad Galiana en estas páginas, han comparado el modo de actuación del Ejecutivo británico ahora en la capital y entonces en Irlanda, en los conocidos como «the troubles».

En ese mismo programa de la BBC, en otra tertulia, ha participado esta semana Ken Livingstone, ex alcalde de Londres y ahora de nuevo candidato, uno de los pocos políticos que se ha salido del discurso oficial de la condena y ha defendido abiertamente que lo ocurrido no es «criminalidad, pura y simple» –Cameron dixit–, y que tiene relación con la falta de expectativas de la juventud. Desde su experiencia, que se remonta a los tiempos de Thatcher, recordaba que anteriores revueltas habían coincidido también con épocas de crisis. Precisamente en esas palabras de Cameron resonaban las de la Dama de Hierro cuando, ahora hace exactamente tres décadas, afirmaba: «nada, pero nada, justifica lo ocurrido… Son criminales, criminales».

Recordando aquellos tiempos, han sido muchos los que no han podido reprimir la referencia obvia a «Anarchy in the UK» de los Sex Pistols (el “Daily Star” lo llevó a titular de primera página). Por obvia tiene un punto de zafia, pero es que además ha habido quien se ha ofendido. En “The Independent”, el guitarra y vocalista de Chumbawamba, Boff Whalley, escribía “En defensa de la anarquía”, un alegato a favor del sentido profundo de esa palabra y de esa tradición política, con referencias a diferentes pensadores y militantes entre los que cabe destacar a Proudhon, Chomsky, Orwell, Bakunin… A muchos lectores no les sonará el exótico nombre del grupo, Chumbawamba, pero pocos habrán dejado de oír alguna vez su éxito «Tubthumping». Quizá sea también la única de todas las mencionadas en el artículo que les suene a muchos de los que estaban participando en los saqueos.

Otro de los debates que ha surgido esta semana ha sido la supuesta pasividad de la Policía ante los disturbios. Hasta tal punto que los laboristas han hecho bandera de su oposición a los recortes al presupuesto de la Policía. O que “The Guardian” haya basado su posición editorial en la defensa de la Policía y del «rule of law». Buscando los vídeos antes mencionados, he encontrado en Youtube uno que evidencia que esa pasividad no ha sido tal. Muestra la paliza que propina en Manchester una brigada policial a unos chavales que iban en bicicleta. Los chavales no son detenidos, sólo apaleados. Al verlo no pude por menos que recordar a Body Count en el Topagune organizado por Jarrai en Zaldibia cantando «Cop Killer». También sirve «Fuck tha Police», tanto la original de N.W.A. como la versión de Rage Against the Machine.

La cuestión policial ha tenido otra vertiente cuando menos curiosa. Según cuentan, las revueltas han sido seguidas e incluso organizadas vía twitter y a través de la red de los móviles Blackberry. En varios de esos mensajes aparecía una jerga en la que se llamaba a los policías «fed» –«federales»–, en referencia a la serie “The Wire”, ambientada en Baltimore. Todo un dato sobre las referencias culturales de algunos de los sublevados. Lo realmente sorprendente es que, ni corto ni perezoso, Cameron está intentando fichar como consejero a Bill Bratton, un policía estadounidense –un «superpolicía», lo denominaban los medios españoles– que impuso una política represiva muy dura en New York y Los Angeles, aplicando la denominada «Teoría de las ventanas rotas» (merece la pena ver la entrada de Wikipedia sobre esa teoría criminológica, en la que aparece citado el «superpolicía»). La canción que quizá mejor ilustra tales despropósitos es la que acompañaba a la serie “Hill Street Blues”, pero yo me quedo con el clásico «I Shoot the Sheriff» de Bob Marley.

Volviendo al artículo original que puso sobre la mesa –al menos sobre la mía– la relación entre sucesos y música, entre las revueltas y canciones míticas, Lynskey también mencionaba a The Clash pero reivindicaba la canción «Ghost Town», de The Specials, como el himno que para él había acompañado a las imágenes de cientos, miles de jóvenes reventando literalmente Londres. Ese intento por no reducir la banda sonora a un único grupo coincidía con los planteamientos de la mayoría de articulistas de izquierda o liberales que han tratado el tema, es decir, intentaba no hacer reduccionismo sobre las causas del conflicto –ya hemos visto que los de derechas no temen tal acusación–. En el terreno musical, Lynskey catalogaba el hit de la banda de ska dentro de la «música de crisis» («crisis music») y, a su vez, a ésta como un subgénero de la música-protesta. Según él, la música de crisis no aspira a decir qué hay que hacer ante una situación como ésta, sino que simplemente capta la atmósfera que se vive en ese momento. Ansiedad, colapso, miedo, calamidad, profecía… eran algunos de los términos que utilizaba Lynskey para referirse a ese momento, a esa atmósfera, y situaba los sucesos de Londres en un ambiente similar. Merece la pena escuchar de nuevo la canción teniendo en cuenta esta óptica.

En mi opinión, uno de los artículos más llamativos y mejor escritos sobre los sucesos de Londres es el testimonio de Kevin Sampson, de nuevo en “The Guardian”. Testigo de las revueltas de 1981 en Liverpool, que también tuvieron un detonante similar al de ahora (abuso de poder policial contra una comunidad oprimida, marginalizada y pauperizada), Sampson criticaba la demagogia de poner el foco ahora en esos barrios y reivindicaba la labor de los activistas comunitarios que han salido a las calles estos días a intentar dialogar con los participantes en las algaradas (una postura defendida en el mismo medio por Zoe Williams y Aditya Chakrabortty en otros dos buenos artículos). A su vez, Sampson echaba de menos en los análisis que había leído hasta el momento un elemento importante que «alimenta y guía tanto malestar: la excitación, la diversión, el placer adolescente». Según Sampson, en 1981, él mismo podría haber citado el desempleo, los bajos ingresos, la familia uniparental o la brutalidad policial como factores de su participación en los disturbios, pues todas ellas eran experiencias reales, hechos que había sufrido en sus propias carnes. Pero nada de todo eso es tan real como el elemento atmosférico, la carga acumulada en el ambiente y el momento en sí… Algo que cualquiera que haya pasado medianamente cerca de una llama de fuego sobre el asfalto puede reconocer sin entrar en mayores disquisiciones.

Estaba leyendo precisamente ese último artículo en casa cuando, al fondo, proveniente del televisor, escuche una canción comercial. Comienza con un grito que se repite «¡Está todo mal! ¡Está todo mal!…» y prosigue con un hipnótico «¡Tengo derecho a mi fiesta! ¡tengo derecho a mi fiesta!». No pude por más que pensar que muchos de los chavales que estaban en Londres y en otras ciudades habrían podido adoptar la canción del último spot de IKEA como himno. Sin olvidar, eso sí, que si hubiesen llegado hasta el almacén de la marca sueca de muebles que hay relativamente cerca de donde se originaron los disturbios, hubiesen quemado hasta el felpudo de «la república independiente».

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