Los aguerridos Vargas Llosa y Albert Boadella son dos tipos requetefinos -como D. Pepito y D. José-, casi divinos, y con marcada tendencia a pontificar desde sus púlpitos. A propósito de la reciente y épica visita papal, opinaba Vargas que aquel sueño de los librepensadores decimonónicos, que ansiaban el momento en que la razón y la cultura se impusieran sobre la superstición religiosa, se ha quedado en agua de borrajas. «Hoy -afirma Vargas- la cultura ha dejado de ser esa respuesta seria y profunda a las grandes preguntas del ser humano que intentó ser en el pasado, y se ha transformado, de un lado, en un divertimento ligero y sin consecuencias, y en otro, en una cábala de especialistas incomprensibles y arrogantes, a años luz del común de los mortales».

¿No tendrá muchísima responsabilidad en esta situación el neoliberalismo mercantilista que con tanto ardor guerrero defiende? Boadella y sus Joglars andan celebrando sus 50 años -en octubre cumplen 49- reponiendo «El Nacional»: Un Teatro a punto de ser fagocitado por el Deustche Bank cuyo viejo acomodador habla por boca de Boadella: «El teatro también ha entrado en el mundo de los parques temáticos, aunque se readaptará a estos momentos con más facilidad porque se puede hacer con poco presupuesto».

Y añade el director: «El teatro actual es acomodaticio y ha perdido la irreverencia. Nos hemos convertido en una sociedad de mimados. La resistencia que había en la ciudadanía ha desaparecido, hay un rechazo de la sociedad a crear problemas que coincide con el momento de mayores libertades».

¿Qué problemas crea hoy Boadella? ¿Cómo critica la dependencia del teatro del erario público mientras dirige los autonómicos Teatros del Canal de doña Espe?