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Hacer de un divorcio un éxito compartido no sólo es posible sino que resulta necesario

El mismo día que las escavadores demolían los muros del gaztetxe Kukutza en Errekalde, la noticia de que el Colectivo de Presos Políticos Vascos se adhería al Acuerdo de Gernika rompía los muros de la dispersión y daba, además de una inmensa alegría al país, un mensaje de confianza y convencimiento en el camino emprendido, de un impacto positivo también demoledor. Euskal Herria había empatizado con Kukutza, su causa era compartida y su destrucción fue un duro golpe, otro más, que encrespó y entristeció a gran parte del país. Otro tanto puede decirse de la sentencia del «caso Bateragune». Pero, en paralelo, el trabajo silencioso, de hormiga, del Grupo Internacional de Contacto sigue su curso, prepara condiciones y genera expéctativas que son motivo de satisfación. Flujos y reflujos, todos ellos, de una situación en ebullición. Golpes contra quienes han tomado la iniciativa que, no cabe duda, condicionan y dificultan la marcha, pero estériles para detenerla. Este país tiene paciencia y escarmiento suficiente para saber encajar los golpes y, sin atisbo de resignación, continuar el camino emprendido con la seguridad de que su momento llegará. Se vió con rotundidad con la irrupción de Bildu, y los movimientos telúricos cada día más palpables invitan a un optimismo realista.

El aparente círculo vicioso que sectores instalados en el corazón del Estado quieren perpetuar en Euskal Herria no puede ya sostenerse. Son conscientes de que los pasos dados y los que se darán, no es que sean insuficientes, sino que son simplemente nefastos en tanto que anticipan la impostergable debacle de su apuesta por la guerra. Tampoco pueden esconder su falta de oferta política, la desafección que genera en sectores cada día más amplios de este país, ni su debilidad estructural. No quieren que el cambio de tercio se consolide irreversiblemente. Quieren seguir con una relación envenenada, de provocación permanente, que no conozca la paz. Pero se equivocan. Puesto que, como en los divorcios, basta con que uno quiera dejarlo para que la cosa termine.

La virtualidad de las decisiones unilaterales

Ahí radica la virtualidad de las decisiones unilaterales. En depender de uno mismo para deshacer el juego viciado. Actuando siempre desde el análisis y el convencimiento propio, conscientes de que habrá que encajar golpes, maniobrar en una atmósfera de provocación y comulgar con ruedas de molino, pero con la seguridad de que el esfuerzo será recompesado por una articulación de fuerzas sociales y políticas impulsoras de un cambio que, en un plazo razonablemente corto, abrirá las puertas hoy cerradas.

Ahondar en la unilateralidad frente al Estado no ha implicado dejar de trabajar la multilateralidad, sino todo lo contrario. El cambio de paradigma político ha servido para que la coacción frente al Estado, la necesidad de mirar y sentirse reconfortado en ese espejo haya sido sustituído por la seducción de la mayoría del país -que ha saludado y volverá a premiar ese esfuerzo sincero-, por mirar y atender un juego de espejos múltiples donde los aliados y las alianzas políticas -que ganan en amplitud y apuntan fuerte para el 20-N- sean cada día mas potentes, donde la comunidad internacional, y amplios sectores europeos que miran con atención y simpatía el desarrollo de ese proceso, vayan aportando experiencias y activando nuevos resortes. Y a la vista de la evolución de los acontecimientos, desde la humildad y sin obviar las dificultades, hay motivos para la satisfacción y para sonreir.

La necesaria reciprocidad para un desenlace

¿Se puede sostener eternamente un proceso de soluciones sólo desde la unilateralidad? ¿Puede ese proceso tener un desenlace que sea entendido como un éxito compartido sin la asunción de la necesaria reciprocidad? Parece evidente que tiene que llegar el momento, y llegará, donde el Estado se vea obligado a moverse y dar pasos en la buena dirección. Pero más que una cuestión de buena voluntad, será cuestión de relación de fuerzas, requerirá asumir que el éxito que el Estado quiere compartir se mide en términos de reforzamiento de la legitimidad sistémica, en un marco discursivo a corto plazo que le permita ante su público hacer una lectura de la realidad en términos de de «derrota de ETA» y «victoria «constitucional-estatutaria».

Quizá por las escamas de un escepticismo sobre el pasado, seguramente para obtener mayores concesiones antes de pasar a la reciprocidad, necesitado por fortalecer su posición sobre la pugna ideológica sobre la lucha del pasado reciente -eso que llaman «el relato»- y, sin duda, preocupado por la confrontación en el nuevo escenario con el independentismo vasco, el Estado no ha dado ningún signos de reciprocidad. Pero todo llegará.

El Estado necesita ganar ya, juega a corto. Euskal Herria, por el contrario, ganará en otro plazo. Ese es el sentido que se le puede dar al éxito compartido, llave de la solución definitiva. Cada parte medirá el éxito en plazos diferentes.

Pero aun siendo deseable que el Estado se mueva en la buena dirección, ello no puede hacer que la apuesta del cambio se pare, en una espera que puede desesperar. Al contrario, tiene la iniciativa, está comprometida con la gente del país y la comunidad internacional y sabrá cumplir sus compromisos. No defrudará la confianza de la gente. Porque ésa es la clave: sólo la gente y siempre la gente.

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