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Asteko Elkarrizketa | Jone Goirizelaia

«Todos somos parte del problema y todos tenemos que ser parte de la solución»

En un juicio es mejor estar a su lado que enfrente. Tenaz como felino ante su presa. Sin perder la sonrisa ni el tiempo. Aunque sus días tienen más de 24 horas. Para escribir la historia desde la defensa de procesados políticos y para hacerla desde la primera línea del frente. O para poner en marcha una orquesta sinfónica y un centenar de bailarines sobre el escenario en una apuesta vanguardista. Porque la danza –folclórica y clásica– es una escuela de vida. Y además, incluso en los momentos difíciles, siempre hay un resquicio para ver el lado bueno de las cosas.

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Me cuentan que se calzó las zapatillas de ballet por primera vez a los 4 años...

En aquella época, en Bilbao, la gente nacionalista tenía unos referentes muy claros; uno era que los hijos aprendieran euskara y la cultura y el folclore del país. La familia Olaeta, que había vuelto de Iparralde tras estar refugiados por la guerra, abrieron una academia para aprender bailes folclóricos y ballet clásico. Mis padres me mandaron allí a aprender. Aparecí por primera vez en un escenario en el Teatro Coliseo Albia con 4 años.

Y sigue impartiendo dos veces por semana clases de ballet...

Es algo que te entra muy dentro; es una forma de ver las cosas y de aprender, una forma de relacionarte... Una compañera y yo estamos hoy al cargo de la asociación Olaeta Ballet Elkartea y seguimos dando clases, enseñando e investigando cosas nuevas. En este momento tenemos más de 120 personas bailando con nosotras. Para noviembre de 2012 queremos presentar un espectáculo nuevo en el Arriaga de Bilbao con personas muy referenciales de la cultura del país.

Veo que es algo muy importante para usted. ¿Qué le ha aportado la danza en su vida?

Lo primero, conocer nuestro folclore y nuestras raíces. Es muy importante saber de dónde vienes para saber a dónde quieres ir. Aparte de eso, la danza tiene un componente muy importante de disciplina, de compañerismo, de respeto al otro; necesitas ensayos, preparación, conocimientos... El baile te hace ver las cosas también de una manera mucho más sencilla de lo que parecen. Todos esos componentes tienen mucha influencia luego en la vida personal y pública.

Es usted la primera mujer abogada que se incorporó al ámbito de los procesos políticos, un terreno reservado hasta entonces a los hombres. ¿Cómo fueron sus inicios?

En aquellas reuniones de abogados yo era la única mujer. Estaban Iñaki Esnaola, Miguel Castells, Iñigo Iruin, Álvaro Reizabal, Kepa Landa, Josemari Elosua, Iñaki Goioaga, Txemi Gorostiza... y la única chica era yo. La verdad es que al principio me sentía rara porque no había ninguna otra mujer y todos los hombres que estaban allí tenían ya mucha experiencia, pero, poco a poco, ellos me fueron enseñando muchas cosas. Al principio fue complicado porque había que cambiar hábitos pero creo que la integración y el trabajo en común han sido muy buenos.

¿Recuerda su primer caso político como abogada?

Recuerdo los primeros años de trabajo defendiendo a Jon Idigoras. Me acuerdo mucho de él porque tenía sorna y una forma de expresar las cosas muy graciosa. Solía decir que sus abogados ganaban todos los juicios y él los perdía siempre. Esa era la forma de subir las escaleras hacia cualquier procedimiento.

Mi primer juicio con relevancia pública fue el caso por torturas a Tomás Linaza, en el cual fue acusado el teniente coronel de la Guardia Civil Rafael Masa. Fue uno de los primeros juicios por torturas en los juzgados de Bilbao y fueron procesados un montón de guardias civiles.

Además de su actividad política, su oficio le ha llevado también a vivir la historia reciente en primera línea: juicio a la Mesa Nacional de HB, proceso 18/98, Udalbiltza, Otegi, Gestoras pro-Amnistía, Bateragune... ¿La historia de Euskal Herria se está escribiendo también en los tribunales españoles?

Los españoles quieren que la historia de Euskal Herria se escriba en los tribunales y, además, de la manera concreta que ellos quieren contar. Las sentencias judiciales no son una buena forma de escribir la historia. Nuestro trabajo es, precisamente, contar que las cosas que se llevan a juicio, en realidad, no son como el Ministerio Fiscal dice y como luego alguna sentencia señala, sino que la historia tiene que ver con hombres y mujeres comprometidos con su país, que quieren cambiar las cosas, que quieren que su país sea independiente y que para eso trabajan desde el ámbito político haciendo propuestas e intentando llevarlas a cabo. Esa es la historia que nosotros intentamos contar en los tribunales.

¿Existe para el conflicto vasco una justicia a la medida?

Nuestra reflexión es que en algunos tribunales españoles concretos no hay justicia para los vascos. Desde el Estado español se tiene la idea de que justicia es llevar aparejada la verdad del Estado. Para ello crean una teoría político-policial que después se eleva a categoría judicial y, en base a informes periciales elaborados por policías y filtrados a los medios de comunicación, intentan crear una opinión pública. En función de eso se construye después la sentencia. Eso es lo que pasa en los tribunales españoles en juicios de naturaleza estrictamente política.

En juicios a personas relacionadas con comandos y demás, el problema básico es la legislación de excepción. Desde instancias internacionales se plantea cambiarla porque posibilita vulneraciones de derechos fundamentales, malos tratos y torturas. Bajo esa legislación se consiguen declaraciones que luego son utilizadas para dictar sentencia. Esas son las armas del Estado español en los tribunales.

Sospecho que usted ha visto llegar a personas torturadas a la declaración ante el juez tras la incomunicación. ¿Qué ocurre en esos momentos?

He visto a muchas. Tengo un recuerdo muy específico de un caso porque era un escándalo desde todos los puntos de vista. Era en 1992, fueron detenidos Juan Ramón Rojo, Kepa Urra... y un montón de colaboradores. Todos llegaban con golpes, alguno no podía andar, se arrastraba, otro llegaba descalzo... Ante esa situación tan clara, el juez instructor y el Ministerio Fiscal no movieron ni un dedo. Cuando los detenidos contaban lo que les había pasado, la actitud era de pasividad absoluta. Nosotros pusimos denuncia.

Hay otra constatación importante. Dicen que todos los detenidos denuncian malos tratos y torturas. Eso no es verdad. Yo he visto a gente que cuando le han preguntado ha dicho que no. Es decir, el que no lo sufre no lo cuenta. Y el que lo sufre lo cuenta, pero luego no se investiga.

¿Qué siente cuando ve a un defendido suyo darse la vuelta camino de la cárcel?

Es una sensación muy complicada. En general es impotencia. Yo suelo decir que en la Audiencia Nacional se entra muy fácil a la cárcel pero es muy difícil salir. Sientes tristeza en el interior, muchas veces conoces a la gente y sabes además que están yendo a la cárcel porque han hecho un trabajo político importante y molestan al Estado. Precisamente los quitan para que no sigan haciendo ese trabajo. Y no puedes hacer nada...

¿Puede llegar un abogado a insensibilizarse?

Es muy difícil. No conozco a nadie, defienda a quien defienda, que sea insensible a los problemas que tiene su cliente. Tampoco creo que sea bueno perder la objetividad que se necesita, pero evidentemente siempre se da una empatía. Se debe crear una cierta relación de confianza. Si tu cliente no confía en ti y no ve esa relación, no se puede llevar la defensa en condiciones.

La teoría político-jurídica de «todo es ETA» ha condicionado la última década y media de este país e incluso ha abortado posibles procesos de resolución. ¿Realmente todo es ETA?

Esa teoría se la inventó el PP -básicamente Mayor Oreja- y la trasladó a otros partidos que estaban en la misma lógica política. Querían atajar lo que estaba pasando: la izquierda abertzale, en general, y Herri Batasuna, en particular, eran el motor de un cambio que podía llegar a unas consecuencias políticas que el Estado español y sus poderes fácticos no querían asumir.

Y para combatir aquello crearon esa teoría de todo es ETA, con la colaboración de la Policía y de la judicatura. Eso dio unos resultados a nivel jurídico: detenciones, cierres de periódicos, ilegalizaciones de partidos y de organizaciones sociales... Y se sigue usando todavía como arma arrojadiza. Es lo que se intentó utilizar para ilegalizar Bildu.

¿Esa teoría es cierta? La respuesta es un no claro y rotundo. No todo es ETA, no todo vale, y no todo se puede hacer en función de un interés político.

¿Por qué siguen en prisión Arnaldo Otegi y los otros procesados del «caso Bateragune»?

Es difícil explicar la razón. Quien haga un análisis profundo verá claro que es una decisión política revestida jurídicamente como sentencia. Es el Estado quien acusa a través del Ministerio Fiscal, que eleva la petición en el juicio oral. Tras lo visto en el juicio, nadie esperaba una resolución así. Si en julio no era entendible, mucho menos lo es en este contexto político.

Pero quien así lo decide tiene claro que, en este momento, con una izquierda abertzale que está tomando decisiones importantes y liderando iniciativas de calado, unas personas como Arnaldo Otegi y quienes le acom- pañaban en la fase inicial de todo lo sucedido serían aglutinadores y referentes importantes para avanzar. Por ello no quieren que estén en libertad, y se ha emitido una sentencia en la que la justicia, la realidad y la historia reciente han ido cada una por su lado y han sido contradictorias.

¿A qué responde una política penitenciaria tan severa contra los presos políticos vascos?

Esta política penitenciaria se inicia hace muchos años. Al principio tenía el objetivo de dividir el colectivo de presos, romperlo, y que renunciaran a los planteamientos políticos por los cuales habían entrado en prisión. Fue el inicio de la política de dispersión. Cuando el Estado constata el fracaso, intenta hacer lo mismo de otra forma y responde con una política antihumanitaria; ni siquiera cumple la legislación vigente. A través del castigo quiere conseguir que los presos vascos se sometan a lo que el Estado plantea para ellos.

Además, el Estado intenta utilizar a los presos; sabe que son un factor importante en la sociedad vasca -tienen también un valor simbólico-. Todos los partidos vascos, organizaciones sociales y sindicales piden un cambio en la política penitenciaria. El Estado es consciente pero piensa que con su utilización podrá conseguir algo en el proceso.

Es usted una de las impulsoras de Ahotsak, una experiencia que dio ejemplos de convergencia política y social insólitos, y que reivindicaba el papel de la mujer como sujeto activo en la resolución del conflicto. ¿Qué se puede aportar de particular desde la óptica de la mujer?

Hicimos algo que todavía no se ha analizado hasta sus últimas consecuencias. Mujeres de muy diferentes procedencias políticas fuimos capaces de hacer algo que los hombres no habían podido hacer y que, de hecho, no han conseguido hacer todavía: ponernos de acuerdo en un texto básico sobre puntos muy concretos -y algunos de ellos muy conflictivos-. Fuimos capaces de ponernos de acuerdo, incluso, hasta en la cuestión del derecho a decidir, haciendo una cosa sencilla: reconocer la parte de verdad que había en las otras. Es decir, no eres poseedora de la verdad absoluta, tú tienes una parte de razón y la otra parte tiene otra parte de razón; veamos cómo podemos confluir en algo en lo que estemos de acuerdo.

Y también visualizamos que la mujer existe en Euskal Herria, que puede y debe trabajar en la resolución del conflicto político, que no es una cuestión sólo de los políticos hombres. Las mujeres tenemos nuestro papel.

Aprecio pinceladas que me cuentan de usted. Me dicen que es una persona positiva, tenaz en las decisiones, con empatía...

Soy bastante optimista; incluso en los momentos más complicados, siempre veo un agujerillo para salir. Soy positiva. Y cuando tengo una cosa clara llego hasta el final, pero tampoco soy cabezota, que podría ser un problema. Si la parte contraria me hace ver que eso no es así, llego a acuerdo. Y soy amiga de mis amigos y de mis amigas. Tengo facilidad para relacionarme con la gente y eso en el trabajo y en la política es importante.

Decía Gerry Adams que en el negocio de la paz hay que hacer del adversario un socio. Tengo la impresión de que aquí nos falta tiempo todavía...

La frase es muy real y es algo que tiene que ser así. También decía otra cosa: que el negocio de la paz es mucho más difícil que el de la guerra. Las dos ideas unidas nos dan una visión de cómo está la sociedad vasca. La izquierda abertzale se ha comprometido poniendo encima de la mesa propuestas que nos pueden llevar a la resolución definitiva. Sin embargo, todavía hay otra gente que está conforme en el inmovilismo.

Si el ciclo de la violencia está cerrado, también debería estar cerrado el ciclo del inmovilismo, con lo que conlleva -ilegalizaciones, vulneración de derechos, falta de democracia-. Para eso, no sólo hay que buscar al socio, hay que hablar con las personas. Cerrarse al diálogo va en contra de cualquier pensamiento político coherente. No puedes decir que vas a buscar soluciones con todo el mundo si no hablas con una parte, porque en Euskal Herria todos somos parte del problema y todos tenemos que ser parte de la solución. Y para eso tenemos que hablar de todo entre todos.

Sin embargo, los partidos españoles anclan su discurso en las víctimas de ETA. ¿Qué papel les corresponde en este proceso?

El Acuerdo de Gernika señala claramente el pensamiento de una mayoría social y política muy importante en este país. Hablamos de reconocimiento y de reconciliación; hablamos de que hay que poner mecanismos y cauces para que eso sea una realidad. Esa es la base fundamental del trabajo que tenemos que hacer con las víctimas.

Nosotros -y yo en concreto- hemos analizado procesos de otras partes del mundo. Por ejemplo, en el proceso irlandés las víctimas no han tenido una participación como sujetos activos en la resolución porque ello puede generar muchos problemas e, incluso, hasta un veto en algunos momentos. Yo no creo que les corresponda un papel como sujetos activos en la resolución del conflicto y en las negociaciones.

Otra cuestión es el reconocimiento, la reconciliación, la búsqueda de la verdad en algunos momentos concretos y en relación con algunas víctimas, y, evidentemente, el respeto que se merecen todas las víctimas.

Y desde luego, a mí me parece un error -y además muy grave- la utilización política de las víctimas. Estoy totalmente en contra de que se utilicen, y más como arma arrojadiza cuando no se quiere cambiar la postura en contra de lo que están haciendo otras personas. Es algo que debería estar absolutamente vetado.

También hay víctimas de cuerpos del Estado, de grupos parapoliciales...

Son exactamente iguales que las otras víctimas. No creo que haya categorías diferentes ni que unas son más víctimas que otras por razón de cómo han llegado a serlo. También a estas víctimas les corresponde el reconocimiento en los mismos términos y creo que el mismo papel. Igual unas que otras.

¿Y en el caso de los presos?

Creo que hay que hacer una distinción porque en otros procesos también se ha hecho. Por seguir con el caso irlandés, los presos y las presas han tenido un papel importantísimo. De hecho, la propia ministra británica Mo Mowlan se entrevistó con ellos en las cárceles y les dejó participar en el proceso; incluso arbitraron medidas para que pudieran salir y tomaran parte en los debates. Eran conscientes de la necesidad de que el colectivo de presos y presas tuviera una relación directa con lo que estaba pasando porque eso afianzaba la situación.

Por contra, en el Estado español no sólo no se hace eso, sino que se les ha impedido reunirse con representantes del Acuerdo de Gernika.

He leído que le gustan las novelas de intriga. ¿Vivimos en Euskal Herria una compleja trama de la que todavía no sabemos si habrá sorpresa al final?

Vivimos una enorme novela de intriga con muchos ingredientes y, a diferencia de los libros, sin heroínas ni héroes conductores, pero sí con muchos y muy diferentes componentes. Yo espero que haya sorpresa y que sea la que todos esperamos: la resolución y la independencia.

Permítame un tema delicado. El Athletic ha tenido un inicio de temporada algo decepcionante, aunque parece que comienza a despertar, casualmente contra los guipuzcoanos...

[Risas] No estoy muy de acuerdo con lo que se desprende de la pregunta. Podría parecer que el inicio era decepcionante porque no se ganaba, pero a mi juicio no lo era en juego; el Athletic jugaba muy bien pero no tenía suerte en la portería. La gente se empezaba a poner nerviosa y, a diferencia de la política, en el Athletic no le daban a ese nuevo gobierno los 100 días de margen. Yo veo al equipo bien y vamos hacia arriba. El equipo es bueno y hay que tener confianza en los jugadores. Voy a hacer un pronóstico: este año vamos a quedar entre los cuatro primeros de la Liga española con todo lo que eso quiere decir [risas].

No me diga que también llegó a aficionarse al Athletic por la vía del abertzalismo...

Al Athletic llegué porque en mi casa todos iban. Empecé a ir al fútbol con el aita. A la tribuna donde íbamos sólo había hombres. Era increíble lo bien que me trataban. Yo era la única niña, todos los demás eran niños. Y poco a poco me fue gustando el fútbol y no he dejado de ir desde entonces. También es verdad que hay otro componente nacionalista. El Athletic siempre ha sido más que un club.

Desvéleme un secreto: ¿vamos a ver la paz?

Espero que sí, y más pronto que tarde. De hecho, la izquierda abertzale está trabajando para que sea así.

¿Y la independencia?

Quiero y espero que también. Soy positiva. Por lo menos creo que sí vamos a poder votar si queremos ser independientes o no; nosotros lo vamos a ver.

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