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Raimundo Fitero

Un tipo inquieto

Muerte súbita la de Félix Romeo, escritor, crítico, hombre de cultura y que tuvo en sus manos los mejores momentos del programa cultural «La Mandrágora». El corazón falló, porque su cerebro siempre fue un instrumento para la fabulación, la concepción y el desarrollo de paisajes habitables para el ser humano. Este hombre orondo, inquieto letraherido, seguidor de los trazos de los más emergentes escritores, aficionado a las nuevas tendencias, se convirtió en un trabajador incansable, en un difusor, promotor, agitador cultural, y lo pudo llevar a cabo en el programa mencionado, que se instaló en un territorio yermo para ir creado parcelas verdes, jardines, bosques o matorrales en los que poder indagar, buscar, encontrar las pistas necesarias para demostrar que la cultura, en todas sus expresiones, sigue siendo un bien necesario que sobrevivirá a todas las fumigaciones, transformaciones genéticas que están realizando desde diversas instancias para que aparezcan productos culturales híbridos, plastificados, inanes, formalistas y fuera del contexto histórico.

Félix Romeo pertenecía a esa generación intermedia que defendió su espacio con rotundidad baturra, que tocó todos los palos, que escribía, producía, hacía crítica, y sobre todo divulgaba, hacía sentir que ese poemario, aquella obra de teatro, este novelón eran tan importantes como cualquier resultado deportivo. En esos procelosos mares de la marginalidad televisiva y radiofónica se movía con soltura, desde ahí lo conocimos más y lo admiramos mucho. Una despedida rápida, una promesa rota, una vida cortada pero que deja obra, recuerdo, labor, memoria, que es lo importante.

Y entre esa memoria, al recordar a «La Mandrágora», programa perdido en la parrilla después de varias mutaciones, y pese a que La 2 sigue manteniendo micro-espacios dignísimos, reclamemos, una vez más, atención para los asuntos culturales, sin paternalismos, sin sumisión comercial, librando tiempo, espacio, recordando a los presentes que la cultura existe, y que merece formar parte de la vida cotidiana de todos los ciudadanos. Esa es una de las misiones estatutarias olvidadas dolosamente por los entes públicos.

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