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Gloria LATASA gloriameteo@hotmail.com

Río de niebla

Fue poner el pie en Baiza y descubrir un inmenso mar de nubes, deslumbrante de puro blanco, que rellenaba todo el espacio que la vista alcanzaba en  dirección sur

A veces resulta difícil encontrar las palabras adecuadas para expresar cómo nos sentimos cuando algo nos ha impresionado. Y eso es lo que me está ocurriendo ahora, al tratar de explicar lo que me pasó hace unos días cuando llegué a la cima de Baiza, en la Sierra de Urbasa.

Había salido de Iturmendi, hacia las nueve y media de una mañana fresca y con nieblas. La previsión de Aemet para esta pequeña población era de 0% de probabilidad de precipitación, una temperatura mínima de 9º C, una máxima de 24º C y un viento de 0 K/h durante la mañana.

A medida que iba cogiendo altura pude ver que la Sakana estaba tapizada por un no demasiado espeso mar de nubes. Normalmente, sobrepasada la línea de inversión, en una situación anticiclónica como era el caso, el cielo se vuelve azul y se abren los paisajes. Sin embargo, al llegar a la plataforma de la Sierra me encontré de nuevo metida en la niebla. Una niebla fría que me obligó a ponerme más ropa.  

Continúo caminando hacia el este, en dirección a la cima planeada y al cabo de una media hora vuelve a abrirse el cielo y me encuentro, de repente, frente al Aratz, Aitzkorri, Amboto, Udalaitz, Aralar (incluida la cima de Txindoki) y San Donato. La verdad, todo un repertorio. Pero aún quedaba más…

La mejor de las sorpresas estaba por llegar. Fue poner el pie en Baiza y descubrir un inmenso mar de nubes, deslumbrante de puro blanco, que rellenaba todo el espacio que la vista alcanzaba en dirección sur (hacia Estella). Y, lo mejor, que se desplomaba por los dos laterales de Urbasa hacia la Sakana, como si fueran dos ríos de niebla, cayendo uno desde la Sierra de Entzia y el otro desde la Sierra de Andía. Creo que sigo sin encontrar las palabras para poder explicar semejante grandiosidad.

Una imagen muy similar a la del «Bollo», fenómeno que se repite en la zona del nacimiento del Nervión, cuando las nieblas del cercano valle burgalés de Losa chocan con las térmicas más cálidas de Orduña y crean el efecto de su precipitación hacia la vertiente cantábrica. Un regalo para la vista que, en este caso, requiere temperaturas muy bajas y viento del sur, y que se suele reproducir en otoño e invierno.

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