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ELECCIONES EN UN NUEVO TIEMPO

«El Velódromo», último baluarte de la pasión política

Es como encontrar un dinosaurio vivo. En una campaña marcada por microactos para televisión con más cargos a sueldo del partido que público entre los asistentes, una convocatoria en «El Velódromo» evoca la pasión masiva por la política, un ejercicio ya sólo al alcance de quienes siguen teniendo deseos y capacidad de luchar.

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Iñaki IRIONDO

Regreso al velódromo de Anoeta. La última vez en la que un partido se atrevió a convocar a sus seguidores en ese recinto fue el 14 de noviembre de 2004. Batasuna lo llenó en «un acto ilegal, de una formación ilegal y con un portavoz ilegal», como ironizó Arnaldo Otegi. La propuesta lanzada por la izquierda abertzale en aquel mitin puso las bases públicas para el proceso negociador 2005-2007. Se trató de un acto por la paz, pero las autoridades españolas son poco dadas a las sutilezas, así que sentaron en el banquillo de la Audiencia Nacional a Arnaldo Otegi, Joseba Permach y Joseba Álvarez, acusados de «enaltecimiento del terrorismo», delito del que fueron absueltos.

Con un aforo de entre 10.000 y 15.000 personas, dependiendo de cómo se coloquen el escenario y las sillas de pista, el velódromo de Anoeta -el Velódromo, a secas- fue cita ineludible para los grandes partidos en las primeras campañas electorales. Los mítines que allí se sucedían se convirtieron en un termómetro del apoyo que podían tener después en las urnas PNV, PSOE o Herri Batasuna.

Tuvo incluso su propio «espíritu». Se conoció como «Espíritu de Anoeta» a la promesa que Felipe González hizo allí en la campaña de 1982, proponiendo que los partidos vascos se pusieran de acuerdo sobre sus demandas y asegurando que el Gobierno español apoyaría ese consenso. Días después, Felipe González llegó a La Moncloa y ese espíritu se desvaneció como la promesa de Zapatero en Barcelona de apoyar la reforma estatutaria que aprobara el Parlament.

En el Velódromo se celebró en 1979 un gran acto común en defensa del Estatuto, así como la puesta de largo de Eusko Alkartasuna y presentación de sus primeras candidaturas el 19 de octubre de 1986.

En el mitin del 82, Felipe González congregó a más de 10.000 personas. Menos de año y medio después, en febrero de 1984, su vicepresidente, Alfonso Guerra, acompañado de otros dos ministros, se quedó en menos de 4.000 asistentes, según recuento de «El País». En la siguiente campaña volvió a recuperar el lleno, pero con el paso del tiempo los mítines fueron perdiendo arrastre popular.

Poco a poco, Herri Batasuna se quedó como la única fuerza política capaz de afrontar el reto del Velódromo. Allí acudió no sólo en campaña electoral, sino también en otros momentos de reafirmación política y demostración de fuerza. Con gente sentada hasta en las pistas, fue testigo de momentos muy intensos de la actividad política de la izquierda abertzale.

Los escenarios fueron evolucionando, de los primeros con poco más que un tablado, hasta los más sofisticados con pantallas gigantes. Muchos recordarán las intervenciones de Francisco Letamendia, Ortzi, de Miguel Castells, de Jon Idigoras, de Itziar Aizpurua, de Periko Solabarria, de Iñaki Esnaola, de Txomin Ziluaga, de Txema Montero, de Santi Brouard... En Anoeta reapareció públicamente un 19 de mayo de 1991 el diputado exiliado Angel Alcalde, que había sustuido a Josu Muguruza, muerto el 20 de noviembre de 1989 en un atentado en el hotel Alcalá. Llegó, habló y se fue, y el ministro de Interior, José Luis Corcuera, tuvo luego que dar muchas explicaciones de por qué no lo habían detenido.

Como nunca detuvieron tampoco a otros protagonistas que siempre aparecían. Era un momento intuido y esperado, que cuando llegaba provocaba un griterío atronador de apoyo. Unas veces colocaban una pancarta; en otras ocasiones, incluso una grabación.

La cita del sábado en el Velódromo es hoy la muestra de otra forma de entender la política, en la que todavía hay pasión y conciencia de lucha. Nadie se atreve a tanto. Ante esa unidad de abertzales de distinta procedencia le hubiera gustado estar, como antaño, a Telesforo Monzón, enardeciendo corazones independentistas con su verbo, saludando a la multitud con su inseparable makila en alto.

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