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Nuevos tiempos para la primera profesora de autoescuela de Donostia

Tras 44 años de duro trabajo, Mariasun Sainz de Murieta dijo adiós el pasado 2 de diciembre a 44 años de profesión. Ha pasado gran parte de su vida en el asiento de copiloto de un coche, ya que fue la primera mujer profesora de autoescuela de Donostia. Un oficio al que llegó de casualidad.

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Ana ABARIZKETA

El pasado 16 de diciembre, viernes, fue un día muy especial para Mariasun Sainz de Murieta. Una cena de despedida ponía colofón a 44 años de profesión. No faltó de nada, ya que hasta los mismísimos gaiteros de Lizarra, pueblo en el que nació Mariasun, se desplazaron hasta la capital guipuzcoana para su sorpresa. Y es que no era una cena cualquiera, sino la despedida de la primera mujer profesora de autoescuela de Donostia, y sus compañeros de la empresa Solozabal quisieron estar a la altura de las circunstancias.

Su llegada al mundo del automóvil fue casi de casualidad, como ella misma explica, puesto que si en aquellos inicios le hubieran dado la opción de elegir trabajar como profesora de autoescuela seguramente hubiese dicho que no, porque a ella el coche no le «seducía» demasiado. Cursó estudios de secretariado y empezó a trabajar con 19 años en una gestoría de Lizarra. Cuenta que en Nafarroa ha sido muy común que las gestorías especializadas en el sector automovilístico cuenten con su propia autoescuela, que era el caso de la gestoría Zunzarren. Como recuerda ahora, en aquellos años abundaba el trabajo en este sector, ya que era una época de cambios en la que muchos se animaron a acercarse a la autoescuela. Fue entonces cuando ella misma aprovechó para sacarse el carné, no sin antes contar con la autorización paterna, como era obligatorio entonces.

De las localidades cercanas también empezó a acercarse la gente a Lizarra para obtener el permiso de conducir, muchas con verdaderas dificultades para escribir o incluso para entender lo que estaban leyendo. Fue entonces cuando Mariasun se dio cuenta de que, más que sacar cuentas en la gestoría, le gustaba la enseñanza, ayudar a los demás. Fue «la movida del momento» lo que le llevó a sumergirse en aquel mundillo, porque las autoescuelas necesitaban gente con conocimientos. Y se decantó por sacarse el título de profesora. Era el año 1973.

De Lizarra a Donostia

Con todos los títulos en regla y unos cuantos años de experiencia, llegó el cambio de residencia y el traslado a Donostia. Empezó a trabajar en la autoescuela Iradier y, lejos de cualquier prejuicio, en la empresa apostaron por ella, la única mujer profesora en la ciudad. Aunque en un principio su idea, o deseo, era impartir clases teóricas, que era lo que en realidad le gustaba, empezaron a pedirle ayuda con las prácticas, en parte porque el mercado era mayoritariamente femenino y también porque los maridos pedían fuera ella la que enseñase a sus parejas. «El problema lo tenían ellos, no yo», puntualiza sonriente. Pese a que se sumergió de lleno en un mundo considerado exclusivo para hombres, nunca sintió que estuviese rompiendo barreras. Era su vida y la vivió con total normalidad. En eso influyó, a buen seguro, que en su casa todos los hermanos -dos chicas y dos chicos- hubiesen contado con las mismas oportunidades.

Tras casi seis años en Iradier, y una vez que supo que aquello iba a ser su profesión, decidió emprender un nuevo camino profesional junto a otra compañera y crearon la autoescuela Bidean, de la que se ocuparon durante 33 años, hasta que hace tres llegó la fusión con Solozabal.

Esboza con orgullo que a lo largo de toda su carrera profesional no ha tenido problemas con ningún alumno, y han sido más de 2.000, entre los que se encuentran su hija y su hijo, hermanos, sobrina o primos. Anécdotas, miles, aunque muchas ellas, como nos señala, se repiten. Explica que ha aprendido mucho de sus alumnos, que el oficio tiene mucho de sicología, de escuchar al de al lado, y que es «muy agotador». Todavía se acuerda de aquella mujer encantadora que al poco tiempo de perder a su marido y con ocho hijos a su cargo, la menor de alrededor de año y medio, apareció por la autoescuela. Con algunas de esas 2.000 personas todavía hoy queda cada cierto tiempo para cenar o para organizar excursiones.

«Decir que toda la vida ha sido una maravilla es una tontería», comenta. Pero con la sensación de haber hecho las cosas lo mejor que ha podido, pone punto final a una etapa en la que ha aportado su granito de arena, como otras muchas mujeres, para romper las barreras impuestas.

 

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