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Siamak Khatami Politólogo y profesor universitario

Irán: de dónde venimos y a dónde vamos

Me impresionó un artículo escrito por Frida Modak, publicado en GARA el sábado, 21 de enero, y titulado «Irán: una vieja querella petrolera». Yo mismo nací en Irán. Encontré interesante el artículo por el nivel de conocimiento que la autora mostró de Irán, de su historia, y de su política.

Son varios los puntos en los que Frida Modak y yo estamos de acuerdo. Por ejemplo, creo obvio que las grandes potencias extranjeras intervienen en los países donde deciden intervenir, guiados por los recursos naturales que pueden explotar. Lo demás son excusas: por ejemplo, nadie, nunca, habló de la falta de «democracia» en Irak hasta que se supo que la excusa de las armas de destrucción masivas en manos de Saddam Hussein era una excusa vacía. Y esa excusa, por vacía que fuera, se usó porque las grandes potencias occidentales no querían admitir que su propósito verdadero era el deseo de controlar el petróleo y la economía iraquí.

En 2011, las potencias han intervenido militarmente en Libia -otro país con amplios recursos petrolíferos-, pero han hecho poco contra el régimen de Bashar Assad en Siria (un país pobre en recursos naturales). Bueno, los británicos sí que hicieron algo muy importante contra Siria: «desinvitaron» al embajador sirio en Londres de la boda del nieto de la Reina Isabel II con Kate Middleton! ¡Eso sí que debe haber dolido, y mucho, al régimen sirio!

En cuanto a los Estados Unidos, donde he vivido durante bastantes años, puedo asegurar que cuando existía la antigua Unión Soviética, toda la política exterior norteameriana tenía trés propósitos: contener a la URSS y a sus aliados, favorecer los intereses de los empresarios norteamericanos por todo el mundo, y explotar los recursos naturales de otros países a favor de EEUU.

Claro que hoy, la contención de la exURSS ha dejado de figurar entre los objetivos de EEUU. Pero favorecer los intereses de los empresarios norteamericanos y explotar los recursos naturales de otros países, son objetivos incluso más centrales que antes. De ahí que, por ejemplo, cuando ocuparon Irak el resultado no fue solamente la apropiación del petróleo iraquí para servir a los EEUU, sino que también se anularon todos los contratos que las empresas de Irak tenían con Rusia, y dieron esos contratos, con condiciones incluso más favorables, a empresas de los Estados Unidos.

Ahora, lo mismo puede estar pasando en Libia. Y los contratos que no se reparten a beneficio de los estadounidenses, favorecerán a otros países occidentales: un caso específico sería Repsol, la petrolera española, que seguramente gozará de contratos incluso más beneficiosos en Libia ahora que antes.

Modak también hace un buen resumen de la historia de Irán. Sin embargo, hay puntos que yo explicaría más. Por ejemplo, ella llama a lo que sucedió en Irán en 1921, una «revolución». Pero usar ese término para definir los eventos en Irán en ese año, no es adecuado. Irán sí que tuvo una revolución en 1905 -la llamada Revolución Constitucional, donde la gente se levantó y forzó al régimen a adaptar una constitución democrática-. Sin embargo, en poco tiempo -en trés años-, los británicos y los rusos ayudaron al régimen a sofocar la voz de su pueblo, y anular la Constitución democrática que tan recientemente había adaptado. Lo que pasó en 1921 fue meramente un cambio de monarcas, sin cambiar la naturaleza dictatorial del régimen. Reza Ján fue nombrado Ministro de Defensa por el monarca del turno, lo que le permitió aprovecharse de las fuerzas armadas del país para tomar todo el poder en sus propias manos y, en 1925, forzar al monarca a abdicar e irse al exilio. Fue entonces que Reza Ján se convirtió en Reza Shah, el primer rey de la dinastía Pahlaví.

Modak dice, asimismo, que Reza Shah modificó los sistemas de educación y salud iraníes. Pero esas modificaciones a las que ella se refiere, ¡simplemente nunca se hicieron! Fue por eso que, en los años 1960, el expresidente estadounidense John F. Kennedy presionó a Mohammad Reza Shah, el monarca del turno, para que mejorara los sistemas de educación y salud iraníes. ¡Claro que Kennedy tampoco fue altruista! Más bien, consideraba que en un país como Irán, con un régimen dictatorial, con un nivel alto de pobreza, con malos sistemas de salud y educación, etc., era fácil para que la antigua URSS intentar cambiar el régimen por uno comunista. De ahí que Kennedy presionaba al Shah de Irán para hacer algo para mejorar la situación, empezando con los sistemas de educación y salud.

Añade que, durante la Segunda Guerra Mundial, Reza Shah buscó mantener la neutralidad de Irán. Formalmente, eso puede ser cierto, pero en realidad, Reza Shah fue un gran simpatizante de Hitler, y esperaba que este último encontrase una manera para enviarle ayuda y abastecimientos para que Irán pudiese aliarse formalmente con el régimen nazi y enfrentarse a los Aliados. Fue por eso que los Aliados decidieron deshacerse de una vez de Reza Shah enviándole al exilio en Sudáfrica. Y fue entonces que su hijo, Mohammad Reza (Frida Modak le llama equivocadamente Reza en vez de Mohammad reza) fue instalado en el poder por los Aliados. Vemos que el pueblo iraní no tuvo nada que ver con su llegada al poder-esto se debía enteramente a los deseos de los Aliados-.

Modak tiene razón en apuntar a la época del hijo de Reza Shah como el período en el cual el régimen iraní intentó «occidentalizar» el país. Es que como sucedía en muchos países del Tercer Mundo, por lo menos las élites identificaban todo lo bueno con Occidente, y pensaban que para desarrollar el país, para modernizarlo, había que «occidentalizar» su país. En Irán, incluso empezó a usarse el término «occidentosis», para señalar que ese intento tan fanático de occidentalizar todo el país, era como una enfermedad, y no era nada bueno. Claro que, las élites, nunca escucharon.

También tiene razón cuando apunta que, en la Revolución iraní de 1979 que derrocó la monarquía persa, participaron varios grupos, desde marxistas hasta los simpatizantes de un régimen islámico. Yo diría más: el «éxito» verdadero de Jomeiní, el líder de aquella revolución, consistió en su poder para atraer a distintos grupos y persuadirlos para que se agruparan detrás de él. Porque el pueblo iraní nunca ha sido un pueblo en el que todos sus integrantes quieren la misma cosa.

Cierto, había fundamentalistas islámicos. Pero ellos fueron nada más que una minoría entre otras. Había liberales, comunistas, socialdemócratas y otros: por ejemplo, había un grupo llamado Muyahedine-jalq (los luchadores del pueblo) cuya ideología era una mezcla del Islam y conceptos del marxismo. Es que hay puntos en el Qur'an, el libro sagrado de los musulmanes, que ponen mucho énfasis en conceptos de justicia social e igualitarismo, y ese gupo se apoyaba en esos puntos para introducir conceptos del marxismo en el Islam. Hoy en día, ese grupo es el único que sigue estando suficientemente organizado, armado y preparado para constituirse en una amenaza al régimen iraní. Pero ese grupo no es, en realidad, marxista sino que, más bien, islamista con la mezcla de algunos conceptos del marxismo en su ideario islámico. El éxito de Jomeiní fue el hecho de que pudo agrupar a los partidos de la oposición antiShah, bajo su propio liderazgo, y fue así que la Revolución de 1979 tuvo éxito.

Y durante uno o dos años siguientes a su triunfo, el pueblo iraní disfrutó, de verdad, de un ambiente en que la democracia prevalecía incluso más allá de lo que nadie había soñado. Sin embargo, esos dos primeros años fueron meramente cuando el régimen era más débil. Cuando se fortaleció, y cuando las autoridades averiguaron quiénes eran sus adversarios más importantes, de repente fueron «a por ellos», matando o encarcelando a muchísimos, y forzando a los demás a volver a la clandestinidad, o huir a otros países. Desde entonces, el régimen iraní ha sido, y continúa siendo, uno de los más dictatoriales, más absolutistas, y más represores de todo el globo.

El pueblo iraní quiere independencia de las potencias extranjeras, pero también quiere democracia. Lo demuestra en cualquier oportunidad que le den, por pequeña que sea. La prueba más reciente fueron las protestas contra las elecciones presidenciales de 2009, que retornaron a Ahmadineyad al poder. Esas elecciones, y las protestas que siguieron, demostraron con claridad tanto el anhelo democrático del pueblo iraní, como la naturaleza dictatorial y absolutista del actual régimen. Es difícil predecir exactamente cuándo cambiará Irán de régimen otra vez. Pero es evidente que el pueblo iraní va a seguir usando cualquier oportunidad que tenga para intentarlo, para que las generaciones futuras de Irán puedan disfrutar de la democracia, ¡y puedan escribir lo que estoy escribiendo yo aquí sin que las autoridades intenten matarme a mí o a cualquier otro que quiera opinar contrariamente a la política del régimen iraní!

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