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EL PRESIDENTE FRANCÉS, EN EUSKAL HERRIA

Un baño de masas con bronca incluida

Los abertzales ya habían anunciado que Nicolas Sarkozy no era bienvenido en Euskal Herria. Ellos lo dejaron claro, pero también otros centenares de ciudadanos que pitaron y abuchearon sin cesar al candidato UMP en su visita a la capital labortana.

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Arantxa Manetrola |

Desde por la mañana los operativos policiales eran visibles en las carreteras adyacentes a Itsasu, donde el presidente era esperado en una explotación agrícola. Las decenas de personas, en su mayoría jóvenes, que intentaron manifestarse en las cercanías para reclamar al máximo representante del Estado francés que se implique en la resolución del conflicto político, obligados por la presión de gendarmes y policías, no pudieron más que dispersarse por los bosques y montes. Tres de ellos fueron retenidos en la Gendarmería y prácticamente nadie pudo llegar hasta él.

Los agricultores anfitriones no se cortaron un pelo al relatar al candidato a renovar su cargo en El Elíseo las enormes dificultades a las que deben hacer frente todos los días, a pesar de las interminables jornadas de trabajo. Llegaron, incluso, a decirle que aunque él también trabaje muchas horas, «nosotros no tenemos su sueldo».

A primera hora de la tarde, centenares de personas iban agolpándose en las calles del centro de Baiona. Los jóvenes de la UMP no tuvieron las mismas dificultades que otros «con otras pintas» para acercarse al lugar donde Sarkozy iba a ser recibido. Y es que policías de paisano impidieron de malas maneras a más de uno atravesar el puente desde Baiona Ttipia.

Silbidos y abucheos

Cuando al fin llegó, a eso de las 15.30, nada más bajar del vehículo oficial fue inmediatamente rodeado por los periodistas de los medios estatales que siguen su campaña y, por supuesto, por los fornidos agentes que se ocupan de su seguridad.

Y, entonces, la sorpresa. El baño de multitudes que Sarkozy esperaba recibir en una ciudad gobernada desde hace más de medio siglo por alcaldes de su misma tendencia política se tornó en una bronca monumental. Los pitidos, abucheos, gritos de «Kanpora!», «Véte a Neully», «No te hemos invitado», «Trabaja más tú», «No más recortes en mi escuela» arreciaron de entre la gente allí congregada y ya no cesaron en todo el recorrido.

Mientras una lluvia de papeletas de Batera reclamando una institución propia para Ipar Euskal Herria caía sobre las cabezas del séquito presidencial, el alcalde, Jean Grenet, intentaba sin éxito introducirse en el cortejo del que ya formaba parte, desde por la mañana, la diputada Michèle Alliot-Marie.

Sus seguidores intentaban contrarrestar con aplausos y gritos las manifestaciones de descontento. Entre empujones y codazos algunos conseguían percibir a un Sarkozy que, con son- risas forzadas y palabras de agradecimiento, disimulaba el mal rato que estaba pasando.

Tenía previsto visitar varios comercios, pero solo pudo entrar en una charcutería antes de llegar a un café de la calle de España donde permaneció más de una hora reunido con representantes locales de su partido.

Durante ese tiempo, el colectivo Bizi! desplegó una pancarta en una ventana del edificio de enfrente que fue arrancada por policías que subieron al piso. Hubo lanzamientos de algunos huevos al bar; brazos en alto con fotografías de François Hollande, el candidato del PS; silbidos y pitadas; encontronazos entre pro y contras de Sarkozy; cargas y desalojos de aceras por parte de los CRS; y hasta comentarios de alguien recomendando un «Sarkozymóvil» al estilo papal «porque así todos, tanto seguidores como opositores, podrían por lo menos verlo».

Las declaraciones que realizó en el interior de la cafetería, reiteradas después por un Brisson bastante alterado, denunciaban la falta de «sentido republicano» de militantes y electos del PS a quienes reprocharon el haberse juntado con «algunas decenas de bandidos independentistas que no pueden soportar que haya gente que quiera mostrarme su apoyo».

La salida de Sarkozy fue muy tensa. Alguien de su séquito abrió un paraguas sobre su cabeza pero él mismo, con un gesto, se la hizo retirar. Aunque con retraso, se fue hacia Bruselas. Allí seguramente sí le esperaba una alfombra roja.

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