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La retórica tiene un valor en la medida en que sirve para dar pasos prácticos hacia la solución

La apertura de un nuevo tiempo político en Euskal Herria debería traer como primera y sencilla consecuencia una mejora sustantiva en el discurso y el nivel de la clase política. Los hechos históricos recientes han sido tan significativos que no debería ser posible mantener una retórica dogmática anclada en la lucha ficticia entre «buenos y malos», «demócratas y violentos», etcétera. Por ejemplo, una de las señales más claras de que algo está cambiando sería la abolición del término «insuficiente» para calificar cada acción o declaración que adopte el contrincante. Resulta de muy mal gusto, además de impertinente e improcedente, que los políticos se sitúen por encima del bien y del mal -pero sobre todo por debajo de su responsabilidad directa-, y se dediquen a «poner nota» a sus oponentes. Oponentes a los que, para colmo, ha votado más gente que a ellos recientemente, con lo que además esa posición resulta un tanto insultante desde un punto de vista democrático.

El discurso de la insuficiencia es falaz, no aporta nada a entender la realidad ni el valor de cada paso dado por el otro y ha terminado por agotar al ciudadano medio. En un momento dado puede servir a un político concreto para salir del paso, o habrá incluso asesores de comunicación que lo defiendan como una buena estratagema para ocultar las debilidades propias. Nada más lejos de la realidad. En definitiva, es un recurso retórico pobre que ya no funciona. Demuestra indigencia intelectual, no superioridad moral. Y la solución, evidentemente, no es que quien lo ha padecido hasta ahora lo empiece a practicar.

Lo cierto es que el proceso político ha llegado a un punto donde la retórica se ha convertido en un elemento central, excesivamente central. La persuasión, tanto de propios como de extraños, cuando no la propaganda, parecen una necesidad de primer orden, especialmente teniendo en cuenta que alguna de las partes en liza ha perdido mucho tiempo y energía, lo que les dificulta ahora poder tomar decisiones a las que están abocados por la realidad de los hechos y por su posición. Esto resulta evidente en el caso del unionismo, tanto en el PSOE como en el PP.

En un escenario de cierto bloqueo, esta dialéctica solo servirá si va acompañada de hechos. En ese sentido, por ejemplo las declaraciones de Nicolas Sarkozy en torno a los presos resultan muy positivas si van acompañadas de gestos y más aún si logran elevar los límites de un debate que algunos sectores del PP quieren situar fuera de la realidad y al margen de su responsabilidad.

Sobredosis de mensajes

En el mismo terreno pero con un espíritu radicalmente distinto, el documento presentado por la izquierda abertzale puede servir tanto para situar los debates pendientes como para avanzar en varias áreas. La más clara quizás es la de las víctimas. Para ello es importante que, a la vez que se hace un reconocimiento sincero de parte y se asume la responsabilidad en el dolor ajeno, se articule una posición coherente en el ámbito de las víctimas de su parte. Se han dado ya algunos pasos, pero queda mucha labor por hacer, siempre dentro de los parámetros generales del proceso y la estrategia adoptada por el conjunto de la izquierda abertzale, fuera de dogmatismos y con un margen de flexibilidad que dé opciones de juego político. Es decir, una posición y una dinámica que no solo marque una posición moral más constructiva y si se quiere incluso más elevada que la del adversario, sino que por su propia fuerza sirva para articular una resolución justa y duradera.

En resumen, el proceso debe evitar encallar en una sobredosis de mensajes que tienen que ver con posiciones ideológicas, filosóficas o éticas. Resulta algo desconcertante, por ejemplo, que se haga tanta fuerza en la batalla del relato cuando está por ganar la batalla por la solución, porque sin llegar a ese escenario final no tendrá sentido alguno el debate sobre el relato.

Pragmatismo sin renunciar a ser ilusionante

Por otro lado, no hay mensaje por muy esencialista que sea que cuaje sin una práctica paralela y coherente. En definitiva, se impone la necesidad de acciones por encima de discursos, de iniciativas por encima de propagandas y de prácticas por encima de teorías.

La retórica debe servir para alimentar el carril central que debe recorrer este país para alcanzar una paz justa y duradera. El carril en el que se sitúa una gran mayoría de la sociedad vasca. En consecuencia debe servir también para superar posiciones extremas que solo buscan o pueden traer un bloqueo. El extremismo en la lectura de lo que está ocurriendo, tanto el optimismo rampante como el optimismo fatuo, tanto en el lado unionista como en el soberanista, aportan bien poco. Resultan paralizantes. Para combatirlo hace falta una retórica que entronque con el pragmatismo, con el realismo, sin que por ello renuncie a ser ilusionante .

Bienvenida sea esa clase de retórica, porque es la que puede dejar poso.

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