GARA > Idatzia > Kultura

Laberintos (I)

Iratxe FRESNEDA

Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Siempre me ha parecido sugerente, estimulante, la imagen de un laberinto. Cuando éramos niñ@s buscábamos la salida en los dibujados sobre el papel, mas tarde la literatura nos llevaba de la mano de Alicia, y Kubrick nos envolvía en sus pesadillas sicóticas. Los laberintos, esos lugares vinculados a la eterna búsqueda, al viaje. Su complejidad puede escenificar pesadillas, crisis, pero también la necesidad de perderse.

Los laberintos en el cine han dado para numerosísimos encuentros amorosos, quizá porque el encuentro erótico, amoroso, resulta ser también un laberinto, un camino a transitar para llegar hasta lo deseado. Francis Ford Coppola vinculó en una de las secuencias de «Dracula» al laberinto con el placer, con la liberación de los deseos sexuales femeninos. El hombre lobo-vampiro-salvaje y dos mujeres, una activa y otra observadora. Su mirada se transmuta en la del espectador que observa la secuencia en la que la bestia y la mujer de rojo fornican. Ambas mujeres se besan y ya tenemos toda una joya para miradas voyeur. Jim Hemson introdujo a David Bowie en su laberinto y le dio una frase de esas que... en fin... lapidaria: «Témeme, ámame, hazlo como yo digo y seré tu esclavo...». Un convincente mensaje para el público infantil y juvenil de la época. Claro que el bueno de Henson quizá tenía otras intenciones al dejar filmado el diálogo para la posteridad...

También hay laberintos en el que el amor romántico entendido vulgarmente hace de espacio para la seducción y el coqueteo más contenido, pero no por ello menos cargado de deseos eróticos. Ariadna, Teseo, el Minotauro... Generales en laberintos, faunos, jardines que se convierten en espacios donde transmutarnos. La vida misma es un laberinto.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo