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Alberto Pradilla | Periodista

«Si tienen algo que decir, al bar»

El presidente del Congreso español, Jesús Posada, tiene la suficiente imagen de recto bonachón como para que resulte creíble su escándalo ante el barullo hooliganiano de la cámara durante el los rifirrafes entre PP y PSOE. En apenas cuatro meses de sesiones, Posada nos ha regalado algunas de las mejores expresiones, mezcla de incredulidad y reproche, sobre el barullo constante que acompaña a los monólogos del estrado. Mi favorita: «Señores, si tienen algo que decir, vayan al bar», referido a los parlamentarios que cuchichean en los pasillos mientras un orador interviene. Gran eslogan que podría definir el modelo de participación democrática de la que alardea buena parte de la clase política, tanto en nuestro país como del Ebro para abajo.

El jueves, durante la aprobación de la reforma del despido gratuito, había ambientazo. A falta de birras y vuvuzelas, como le sugerí vía Twitter a Alberto Garzón, diputado de IU, dos bancadas vociferantes. Habla Fátima Báñez. «Uhhhhh». Responde Soraya Rodríguez. «Oéeeee». Como si los diputados de PP y PSOE, los únicos que disponen de fondo suficiente como para montar bulla, se adhiriesen al eslogan futbolístico-taurino de «hemos venido a ovacionarnos, el resultado nos da igual». A veces, me imagino a Rajoy entrando cual Leónidas ante las Termópilas al grito de: «¡Esto es España!».

Hacía mención antes al monólogo y no al debate. Claro. ¿Alguien cree que en algún parlamento existe la posibilidad de que alguien cambie de parecer? ¿Es creíble una Soraya Sáez de Santamaría que, cautivada ante el discurso de Iñaki Antigüedad, cambia décadas de fascio por respeto a los derechos nacionales y termina abrazando el marxismo-leninismo? No. Ahí, en el estrado, hay speech de consumo propio, titulares más o menos ingeniosos que en esta época de Internet no suelen llegar ni al papel del periódico del día siguiente.

Que no se entienda esto como una crítica destructiva. En realidad, siempre me he sentido más cómodo en un ambiente caótico y ruidoso que en uno de porcelana. Lo que me exaspera no es el griterío, sino su teatralidad. La sensación de guión prefabricado, de que todo esto es una gran representación en la que, como dice Posada, si uno tiene algo que decir es mejor que vaya a la barra a discutirlo con quien de verdad manda. La sospecha de que todos se mueven para que, en realidad, no cambie nada.

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