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tiroteos mortales en montauban y toulouse

Los medios ponen la banda sonora al «estado de terror»

Los candidatos al Elíseo han retomado la campaña sin que la ciudadanía haya tenido tiempo de digerir la sobredosis de conmoción a la que se le ha sometido desde las principales tribunas políticas y médiaticas. Televisiones públicas y reputados diarios se han dejado arrastrar en una vorágine en la que la información ha sido sacrificada en favor de la reacción. Esta nueva recreación del «estado de miedo total» merece una reflexión. El caso de los tres militares se acalló por temor a que el extremismo racista local aflorara tras sus muertes. La matanza en una escuela judía activó de inmediato el instinto de utilización política

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Maite UBIRIA | Periodista

Los ataques llevados a cabo por el joven Mohamed Merah han causado una fuerte impresión en la sociedad francesa. La gravedad de los hechos que se reprochan al autor confeso de los tiroteos de Montauban y de Toulouse es incuestionable. Las siete muertes que han precedido a su final, no menos violento, sirven para explicar, por sí solas, ese impacto social.

La sucesión de los hechos obliga, sin embargo, a matizar esos principios de partida. El primer punto que desmiente, al menos parcialmente, que estemos ante una reacción espontánea es el diferente tratamiento que se ha otorgado a las muertes de tres soldados y a la del profesor y los tres niños en una escuela confesional de la capital occitana.

La muerte de tres soldados, criados, como el propio agresor, en el seno de familias procedentes de colonias francesas, tuvo de partida un reflejo matizado en los medios de comunicación. Tampoco la clase política encontró en esos graves hechos motivo suficiente para detener la cabalgata electoral.

Un mero repaso a los discursos de los principales candidatos en las fechas en que se produjeron los primeros ataques del «tirador del scooter» permite constatar un cierto desinterés que desmiente la pretensión de equiparar duelos. El presidente-candidato, Nicolas Sarkozy, ha tratado a posteriori de asentar la idea de que «un extremista» ha atacado dos pilares esenciales de la República: el Ejército y la Escuela. Sin embargo, su actuación precedente deja al descubierto la falla argumental.

El desistimiento frente a las muertes de militares merece una reflexión, máxime cuando se produce en un país en el que la institución militar goza de un considerable prestigio social. La candidata del Frente Nacional ha dado algunas pistas para entender esa puesta en cuarentena de un suceso, a primera vista, muy maleable por la derecha que aspira a conservar el Elíseo. Marine Le Pen optó por guardar un pesado silencio en relación a las muertes de uniformados mientras desde los aparatos de seguridad se insistía en la posibilidad de que el móvil racista local apareciera tras esas muertes. Una información de «Le Point» sobre la reciente expulsión del cuerpo de Montauban de unos soldados con ideas neonazis alentaba la preocupación por la eventualidad de que las muertes pudieran ser responsabilidad de un pistolero que cargara sus armas con las razones de la extrema derecha, a la que los sondeos colocaban a esas alturas como tercera fuerza electoral. El mutismo inicial de Le Pen y su grosero intento de «recuperación política» una vez conocida la identidad del agresor tanto de los soldados como de cuatro miembros de la comunidad educativa judía de Toulouse han puesto de manifiesto la hipocresía de ella misma y, por descontado, de buena parte de la clase política, lo que incluye, a Sarkozy, pero también a los dos François, Hollande y Bayrou. Ni el representante de la Francia que reina ni los portavoces de la Francia que aspira al trono han bajado a la arena para tratar de desencriptar la realidad compleja que subyace en un estallido de violencia que debe y puede ser explicado con razones, como debe ser analizado también el «estado de terror» recreado a partir de una escena propicia: la muerte inesperada, cruel, cobarde, en el patio de una escuela.

El atentado en la escuela Ozar Hatorah dio lugar a una reacción oficial a la altura de las circunstancias. El presidente se hizo inmediatamente presente en el lugar de los hechos y el líder de la oposición dejó su impronta en el escenario. Sarkozy empleó con maestría la ventaja del cargo para proyectar la imagen de un líder político responsable y templado, capaz de fusionarse con los que sufren en las «horas difíciles». Ello tras amordazar a sus oponentes con el motivo mayor del «obligado duelo».

La gestión oficial de la «caza y captura» de Merah se explica a partir de la ventaja de primera hora ganada en el cuadro del dolor. Sarkozy se coloca a la cabeza del cortejo fúnebre, y exige a su ministro de Interior, Claude Guéant, resultados a la altura de la «alarma social» generada en la Ciudad Rosa. Un clima de ansiedad que se propaga de inmediato al resto del Hexágono. El gobernante dispone no sólo de los medios sino de las «relaciones» tejidas con los cuerpos especiales desde su etapa en Interior para salir airoso del reto. Los cuerpos especiales y el rostro circunspecto del presidente se alternan en la pantalla. El asalto político-mediático ha comenzado. Para el real, Sarkozy confía en «su» cuerpo de élite.

El Raid ha sido el protagonista sobre el terreno del asedio a Mohamed Merah. La elección no es casual. Creado en 1985 como un cuerpo complementario al GIGN de la Gendarmería francesa, el Raid se ha convertido en palabras del periodista de «L'Express» Yann Duvert en «el brazo armado de Sarkozy».

Desde su creación este grupo de intervención ha sido percibido como un competidor desleal. La preferencia que ha demostrado Sarkozy, desde su etapa de ministro, por la fuerza de élite de la Policía -dependiente de Interior y no de Defensa como el GIGN- ha agudizado las contradicciones. La polémica sobre los errores de la seguridad interior, y del propio Raid a raíz del «caso Merah» no son ajenos a esa complicada relación. ¿ Se equivocó Sarkozy al apostar por su «brazo armado? Lo que es seguro es que el presidente tomó su decisión inspirado en momentos de gloria del pasado y que el candidato actuó con el interés añadido de mejorar su ratio electoral a partir de los graves acontecimientos de Toulouse.

En el haber de esa relación íntima entre el Raid y Sarkozy figuran episodios de «épica policial» como el que permitió al entonces ministro de Presupuesto, resolver la toma de rehenes en una guardería de Neully, la rica ciudad de las afueras de París de la que Sarkozy fuera alcalde. En 2003, llegó un trofeo si cabe más preciado. El Raid capturaba a Yvan Colonna, el pastor corso condenado a cadena perpetua por la muerte del prefecto Erignac. Colonna siempre ha negado su responsabilidad en los hechos y el proceso judicial posterior ha agudizado las dudas sobre la instrucción del caso. Pero eso no cuenta en exceso para un presidente que, como los medios que han narrado el acoso y asalto de Toulouse, son prisioneros de la lógica del share. La reacción gana frente a la información.

Dos hombres ligados al Raid, Squarcini y Guéant integran desde entonces el núcleo duro de Sarkozy. El primero se aúpa en 2008 a la cabeza de los servicios interiores, ahora en el ojo del huracán por «no haber neutralizado a tiempo» a Mohamed Merah. El segundo dirige el ministerio del que depende el cuerpo de élite de la Policía. Otro fiel, Christian Lambert, ex responsable del cuerpo especial, ha continuado carrera en Seine Saint Denis, al frente de una de las prefecturas calientes del extrarradio parisino.

A la vista de la experiencia de los asesores de seguridad de Sarkozy, resulta poco creíble que el Raid se viera atrapado en una «situación desfavorable» a la hora de proceder a la captura de una sola persona, de un joven con un expediente delictivo poco sustancial.

Las explicaciones sobre el dispositivo en Toulouse son, de momento etéreas, y el ministro de Interior no ha acertado a responder a la pregunta de partida. ¿Por qué no se detuvo a Mohamed Merah fuera de su domicilio si la Policía disponía del factor sorpresa? Los arrestos de otros miembros de la familia se desarrollaron sin dificultad, y ello a pesar de que los medios remarcan el carácter «netamente peligroso» del hermano de Mohamed Merah, al que antes incluso de que pase ante el juez endosan el papel de «adoctrinador» del atacante fallecido.

La salida ayer a escena del primer ministro Fillon al que el Elíseo ha eclipsado -una vez má- en la gestión de la crisis viene a confirmar la relativa tranquilidad con la que Sarkozy se apresta a gestionar el «tiempo postToulouse». De nuevo convertido en candidato a tiempo completo, el aspirante de la derecha tratará este fin de semana de afianzar en el escenario de campaña la ventaja obtenida en la recreación del «estado de terror». Fillon dispone de crédito suficiente para gestionar los reproches políticos. Máxime cuando Hollande, y no digamos ya los aspirantes a su izquierda, como el emergente Jean-Luc Mélenchon, no ocultan el interés por volver lo antes posible a centrar el debate de campaña en la mala gestión de la crisis económica por Sarkozy.

Unos medios exhaustos por el derroche de inmediatismo pueden verse pronto tentados por el cambio de aires. Para disipar las críticas. La antena pública Antenne 2 es aguijoneada por haber comprado el vídeo que ha permitido a la audiencia poner rostro al «enemigo público número 1», o para ser más exactos a un joven de arrabal, como tantos otros con dificultades familiares, un paso traumático por prisión y un sentimiento profundo de rechazo por su origen. Unas cuentas palabras: Afganistán, salafismo-yihadismo, comunitarismo... han bastado para adaptar el curriculum a la magnitud de la tragedia.

La alternativa era contar la realidad sin emplear anabolizantes. Mirar hacia adentro y, por qué no, analizar hasta qué punto una política exterior beligerante puede ser utilizada como excusa para causar nuevas y dolorosas heridas en las que enjugar la frustración social. No ha sido el modelo elegido por unos medios de comunicación que, bajo el mandato de Sarkozy, han asistido a un desembarco de capitales foráneos -también desde la industria de armamento- que ayudan a entender por qué las mesas de análisis se han convertido en el diván de expertos policiales tan «deseosos de acción» como la prensa de cautivar a la audiencia.

Jueves 22 de marzo. 16.00. El diario «Le Monde», -como todos los medios tradicionales empujado a jugar la baza de internet y a subirse en la ola de éxito de las redes sociales-, hace balance de su pujante live . «Ahora mismo sois 228.442 ( se refiere al número de internautas conectados a esa hora a Le Monde.fr) . Habéis sido 600. 000 antes del mediodía», explica en un agradecido post. Por ser más explícitos, la edición en vivo del prestigioso vespertino batió récords en la franja horaria en que Mohamed Merah fue abatido tras más de treinta horas de mediatizado acoso policial.

Soren Seelow, artífice entre otros del éxito comunicativo detalla a los internautas: «31 horas de directo son: 230 tweets, 10000 followers, 14 recargas de iPhone, 12 cafés, 6 cervezas, 3 paquetes de cigarrillos y 1 hora de sueño». Un toque humano para comprender el esfuerzo desplegado por los profesionales de medios comunicación que, como la cadena de televisión 24/24 BFMTV, han suicidado y luego resucitado, detenido y, por fin, dado por muerto a Merah, mientras «rellenaban» con noticias como el menú de desayuno de los asaltantes.

El Elíseo ha ayudado con la puesta en escena de un cerco lo suficientemente largo como para poder desplegar toda la artillería mediática. Asistimos a la muerte de Merah en directo, y el final, esperado o no, ha encumbrado a un presidente reactivo.

La ciudadanía, más reflexiva, debería preocuparse por desenmascarar con el voto esta nueva recreación del «estado de miedo total» -en palabras de Christian Salmon, (Mediapart)- orquesta da por el poder con la ayuda de unos medios que nunca dijeron tanto para informar tan poco.

El agresor

Las informaciones, desmentidos y medias versiones sobre vínculos extremistas y viajes a Afganistán del joven Merah se suceden. La ceremonia de confusión contribuye a emborronar el personaje, lo que lo hace más temible

respuestas

Inspirado en el control de páginas de pedopornografía y las medidas contra el turismo sexual, Sarkozy propone medidas que o bien ya existen -y no han evitado lo ocurrido- o no adoptará un parlamento en «stand-bay» que en junio puede girar a la izquierda

EL ASALTO

El desenlace del acoso a Merah no tiene por qué perjudicar a Sarkozy. Una opinión pública a la que se ha alimentado con detalles escabrosos sobre la crueldad extrema del «asesino del scooter» será más bien comprensiva con su final

internet

La norma LCEN-2004, la ley 2006-64 y el decreto 1340- 2009 por el que se hace responsable al editor de una web de la eventual difusión de contenidos que «den una visión positiva de la violencia» limitan ya el «uso ilícito» de internet en Francia

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