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Dabid LAZKANOITURBURU | Periodista

Diplomacia, disidencia e injerencia

 

El recurso a la «superioridad moral» esa rémora del imperialismo colonial, es muy tentador en estos tiempos de zozobra y de pérdida de peso -relativa y absoluta- de Occidente en el mundo.

La mayoría de la UE amenaza con boicotear la Eurocopa por la negativa de Ucrania a permitir el traslado a un hospital alemán -lo que es lo mismo que dejarla en libertad- de la ex primera ministra Yulia Timoshenko, quien ha denunciado malos tratos en prisión y anunciado una nueva huelga de hambre.

Dejando a un lado la opinión que puede merecer la Juana de Arco ucraniana -a mi modo de ver debería estar entre rejas, pero no sola-, y aun partiendo, ingenuo, de la base de la natural simpatía hacia el disidente y el recelo al poder, sorprende el grado de soberbia de las cancillerías europeas para con Kiev.

Chulería que se explica por la debilidad de una Ucrania que tiene por único aliado en el mundo al siempre torticero zar ruso Putin.

Distinto ha sido el tono utilizado por Washington en torno al affaire del disidente Chen Guangcheng. Tras acogerlo en la Embajada de EEUU, Washington tuvo que dar marcha atrás y ha negociado con China una salida honrosa. El IV Diálogo Estratégico se ha convertido en un juego diplomático táctico en torno a su destino final -seguramente el exilio-.

Pero el fondo es el mismo. Decía Hillary Clinton, con razón, que los derechos humanos son universales -«para todos los pueblos de todos los lugares»- y que no reflejan solo valores occidentales. Si EEUU y Occidente asumieran realmente ese principio no veríamos estas crisis diplomáticas con el escepticismo de quien teme que, como siempre, le están intentando vender gato por liebre.

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