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Amparo LASHERAS Periodista

Juez y chorizo vestido de negro

 

Puerto Banús, sol, lujo, gente guapa, noches largas y mañanas tardías, vermut en yate, árabes de oro oliendo a petróleo, horteras oscuramente millonarios, fenómenos mediáticos del quiero y no puedo, algún que otro político corrupto todavía sin pillar, kapos de la mafia rusa paseando lo que son entre raya y raya y, en medio de tanto personaje kitsch, poniendo la seriedad hipócrita que faltaba a esta fauna social, un máximo referente de la Justicia española, el presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, Carlos Dívar. El asunto no iría más allá del mal gusto de Dívar para elegir los lugares donde alegrarse la vida, si no fuera porque para pagarlo ha metido la mano en el cajón del erario, lo que constituye un delito de malversación de caudales públicos por el que, con toda seguridad, nunca será procesado. Para Dívar, según dicen miembro del Opus Dei, los 18.654 euros que han costado sus escapadas tête à tête junto al mare nostrum y los aproximadamente 60.000 que se calcula han supuesto los siete escoltas y el uso de coches oficiales, constituyen una «miseria» de esas que, al parecer, solo importan a los que subsisten con 400 euros al mes, los «pobres de espíritu» que diría su guía espiritual Escrivá de Balaguer. La verdad es que por más que leo las noticias me siguen sin importar los devaneos o pecados corruptos de Dívar. Lo que me indigna es que un personaje de este calado, un vulgar chorizo vestido de negro, presida un tribunal que decide sobre la vida, la libertad y los derechos de cientos de personas en Euskal Herria. Es la nueva imagen de la Justicia española en la que solo faltan los paparazzis y la telebasura.