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CRíTICA: «Project X»

La tabla de salvación

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L os sectores más conservadores de los EE.UU. han puesto el grito en el cielo porque «Project X» muestra a menores consumiendo drogas, practicando sexo y cometiendo actos de vandalismo. También se ha acusado a la ópera prima de Nima Nourizadeh, realizador de videoclips y anuncios de orígen iraní, de fomentar una oleada de fiestas incontroladas inspiradas en la que organizan los tres adolescentes interpretados por los igualmente debutantes Thomas Mann, Oliver Cooper y Jonathan Daniel Brown. La polémica se centra en una cuestión de formas, puesto que únicamente atañe a las clases pudientes y las normas sociales que se supone deben observar.

En la escena final el padre del joven cumpleañero contempla los destrozos cometidos en su mansión, sin poder disimular el orgullo que siente porque su hijo, al que creía un fracasado incapaz de hacer nada digno de aparecer en los noticieros, ha conseguido arrasar toda la zona residencial mediante la convocatoria para una concentración masiva de jóvenes y enloquecidos consumidores. Está dispuesto a pagar gustoso la millonaria factura, como el padre que no repara en gastos para que su hija tenga la mejor boda del mundo. Queda claro que construir y destruir, dentro de la idea de poder económico yanqui, vienen a ser la misma cosa.

Todd Phillips, creador de la saga «Resacón en Las Vegas», ha querido producir la comedia más extrema de todas las comedias gamberras que se han hecho y, tal como era de temer, se le va la mano. Cuando la fiesta se convierte en una batalla campal y da paso a los disturbios callejeros y los enfrentamientos con la policía, se pierde del todo la inicial perspectiva documentalista de cámara en mano. Lo que parecía un diario digital para ser colgado en Internet por el trío de amigos protagónico, termina siendo un aluvión de tomas aéreas desde los helicópteros de las cadenas de televisión en busca del espectáculo apocalíptico.

PROJECT X

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