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Floren Aoiz | www.elomendia.com

España, fútbol y miedo

Pero el miedo tiene sus límites. Y, como ha reflejado muchas veces el cine, la frontera entre el miedo y el humor es muy permeable. Hay quien quiere dar miedo y produce risa

Alos españolistas les duele España. A quienes los sufrimos, también nos duele; de hecho, cada día nos hace más daño. Está hecha unos trizos y destroza cuanto toca, sin que nadie parezca capaz de modificar la tendencia hacia el fondo del abismo. Si hasta Rajoy utiliza términos como colapso, ¿qué posibilidades tiene el proyecto español de reunir adhesiones? En un contexto de desgaste político, involución y predominio de la intransigencia. ¿Qué puede ofrecer el Estado español?

Victorias deportivas. Es el único conejo que puede salir hoy por hoy de la roñosa chistera española. Solo les queda el deporte profesional, especialmente el fútbol, en el que unos cuantos millonarios representan las esencias patrias. El fútbol lo es, ahora mismo, todo. Esperanza, ilusión, válvula de escape, espejismo, delirio, alucinación, un chute psicodélico para huir de la realidad y creer, aunque solo sea por unos días, que, como dice la canción, «España es la mejor».

Las esperanzas del Estado español están puestas en el fútbol. Necesitan un subidón, aunque el bajadón posterior sea el peor de toda su historia. A estas alturas, cualquier alegría bastaría, por más que a la vez se conozcan nuevas calamidades económicas y sociales. A falta de ilusiones económicas, sociales, culturales o políticas, goles. Una victoria en la Eurocopa dispararía una gigantesca eclosión narcisista. La autoestima española crecería, para alegría de quienes quieren aprovechar la crisis para cargar contra las naciones sin estado. Ya ha ocurrido en otras ocasiones y sabemos que van a movilizar todos sus recursos.

Pero es sintomático que para ocultar las consecuencias del estallido de la burbuja económico-financiera planeen una burbuja deportivo-patriótica. ¿Qué les quedará cuando reviente o, simplemente, se desvanezca? ¿Y si no ganan? Si su única manera de generar simpatía es ganar partidos de fútbol, es comprensible que recuperen el viejo truco del miedo. Miedo al colapso para justificar todo tipo de recortes, privatizaciones y arbitrariedades. Y miedo, sobre todo, para que nadie se atreva a imaginar escenarios alternativos. Quedó muy claro en el debate que ETB organizó sobre la independencia. Separarse sería el apocalipsis. Esa es la idea. No pueden convencer, no pueden ilusionar, no pueden incentivar, solo pueden atemorizar, asustar, intimidar, amenazar.

Por eso agitan el fantasma de las berzas, de la salida de Europa, de la fractura social. Nos acusan de querer construir nuevas fronteras o imponer lengua y cultura. ¡Ellos, los españolistas!

No hay que despreciar la eficacia del miedo. El miedo fue la clave del franquismo y la transición y ha marcado la estrategia represiva durante decenios. España no puede convencer, así que aspira, simplemente, a vencer por la fuerza bruta. A dar miedo.

Pero el miedo tiene sus límites. Y, como ha reflejado muchas veces el cine, la frontera entre el miedo y el humor es muy permeable. Hay quien quiere dar miedo y produce risa. Van a necesitar algo más que triunfos futbolísticos y mensajes apocalípticos para parar el independen- tismo emergente que cada día crece en Euskal Herria y los Països Catalans.

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