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Raimundo Fitero

Campanilleros

 

Las campanillas suenan para guiar el acto y las campanas para convocarlo. Sonidos de iglesia. Una sencilla sesión de televisión fuera del ámbito deportivo nos sitúa en un ámbito de meapilas, tópicos y trazos arzobispales que es difícil calificar ni condensar en dos mil ciento cincuenta caracteres. El colofón a todo lo pone esa actuación pre-conciliar de un presidente de gobierno perdido en los activos tóxicos de su ascendencia provocando una de esas imágenes irrepetibles, históricas, por lo que son de prefabricadas y fuera de toda noción de modernidad y de europeísmo siglo XXI.

Que para entregar el Códice Calixtino, encontrado en un garaje, se tenga que utilizar a toda la cúpula policial desplazada a Santiago, con el presidente de Galicia y el español, junto al arzobispo, para hacer uno de esos actos teatrales baratos que es tomar un supuesto original del libro un paisano, entregárselo al zombi Rajoy, para que se lo pase al mitrado y éste a la vez se lo devuelva al paisano primero, no puede producir más que risión general, desconcierto entre los que deben decidir si ayudar al reino de España en sus filigranas bancarias. Nadie se lleve a engaño. Esa monstruosidad de total déficit democrático que llaman «marca España», ha bajado bastantes enteros para quienes desde su tableta deciden si dan o quitan unos millones de euros en acciones.

Pero antes, de par de mañana, en el encierro volvemos a sufrir bochorno. ¿Cómo es posible que se hagan unas retransmisiones tan faltas de rigor, de capacidad didáctica, tan preñadas de tópicos y desaguisados léxicos, como llamar «capotito», al tan tópico recurso retórico del famoso capotillo de San Fermín, que se usa para cortar la sorpresa de ver a un toro Miura llevándose en la pala de su cuerno a dos mozos cogidos por el cuello y no haya ni una gota de sangre, ni un puntazo. Todos tocan las campanillas para decir sus tonterías. Para colmo, cada mañana entrevistan a un mozo para que cuente su experiencia en el encierro del día desde dentro. El domingo fue una moza, madrileña, que era la primera vez que corría y que vio a los toros de lejos. ¿No les da un poco de vergüenza? Peor imposible.