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Editorial 2007/10/23 | La Jornada

Pussy Riot: la venganza del zar

Dos integrantes de la banda feminista de punk-rock Pussy Riot, Nadezhda Tolokonnikova, de 22 años, y Maria Aliojina, de 24, fueron enviadas ayer a prisiones alejadas de Moscú a cumplir con la pena de cárcel de dos años que les fue impuesta en agosto pasado por criticar al presidente Vladimir Putin y al patriarca de la iglesia ortodoxa, Cirilo I, en un performance artístico realizado sin autorización oficial, seis meses antes, en la catedral de Cristo Salvador, en la capital rusa.

(...) el gobierno ruso ha porfiado en la saña contra las cantantes y ayer se informó que Tolokonnikova, residente en Moscú y madre de una niña de cuatro años, fue enviada a una prisión ubicada en la república federada de Mordvinia, a 500 kilómetros de distancia, en tanto que Aliojina, que tiene un hijo de cinco años, deberá cumplir su sentencia en Perm, a más de mil kilómetros de la capital.

Esas formas de destierro carcelario recuerdan, obligadamente, las prácticas de la Rusia zarista, en la que los opositores políticos detenidos solían ser enviados a cárceles en remotos puntos de Siberia, práctica que fue retomada y agravada décadas más tarde por el régimen stalinista (...). Resulta inevitable percibir en tal medida una intención de aplicar a las dos prisioneras un castigo ejemplar que intimide y atemorice a los críticos del régimen, así como un afán personal de venganza del presidente ruso ridiculizado por las Pussy Riot.

Cabe recordar, por último, que la práctica de enviar a disidentes y opositores presos a lugares alejados de sus sitios de origen o residencia no es exclusiva de Rusia. La han empleado gobiernos que se presumen democráticos y respetuosos de los derechos humanos, como el español, que la ha aplicado en forma sistemática contra los acusados de pertenecer a ETA, y lo ha usado el actual gobierno de México contra el activista tzotzil Alberto Patishtán (...).

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