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Agenda securócrata de los enemigos de la paz

El pasado domingo, según el Ministerio de Interior español, las fuerzas policiales francesas y españolas detenían, junto a otro militante vasco, a la persona que habría anunciado el fin de la lucha armada de ETA. El lunes, el ministro de Interior francés, Manuel Valls, generaba una ola de indignación entre la práctica totalidad de los electos de Ipar Euskal Herria cuando echando mano del argumento que siempre ha servido de pretexto para negarse a atender las reivindicaciones vascas -a saber: hacer la amalgama entre ETA y, en este caso, la organización territorial específica vasca- declaró que «no habrá estructura administrativa vasca en tanto ETA no entregue las armas». El martes y el miércoles, su homólogo español, Jorge Fernández, se dedicó a amenazar a la representante de EH Bildu, Laura Mintegi, al sacar a pasear la sombra de una ilegalización sobrevenida cuyo cronómetro se habría «acelerado». Ayer, la Gendarmería francesa arrestaba a la militante abertzale Aurore Martin e hizo efectiva su entrega a las autoridades españoles en virtud de una euroorden que había concitado un rechazo masivo, en toda su pluralidad ideológica, en Ipar Euskal Herria. Cuatro días plagados de detenciones y amenazas, cargados de malas noticias. Pero, a su vez, muy reveladores.

En primer lugar, descubren la existencia de una única estrategia compartida entre Madrid y París, que negando el nuevo contexto político, -con las armas de ETA calladas para siempre- no aporta nada positivo para la construcción de la paz. Así mismo, revelan lo peligrosos -y poderosos- que son los enemigos de la paz que con su agenda securócrata y su apuesta por perpetuar la «receta antiterrorista» no van a estarse de brazos cruzados ante la consolidación de nuevas mayorías, de nuevas expectativas y oportunidades para Euskal Herria.

Ya no pueden utilizar la violencia como excusa. Y ahora tiran del latiguillo de la disolución. Así será sucesivamente. Mientras Euskal Herria y la comunidad internacional piden diálogo, los estados siguen con su violencia, en la provocación permanente. Merecen una respuesta adecuada: más proceso, más pueblo, nuevas voluntades.

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