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CRíTICA: «El ladrón de palabras»

El diablo de la fama literaria tienta al moderno Fausto

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Mikel INSAUSTI

En los Estados Unidos «The Words» ha sido masacrada por la crítica, mientras que en Europa la recepción ha sido más tibia. Allí no gusta el cine con pretensiones literarias, ni tampoco se perdona la ambición fallida de los debutantes. También son muy dados a poner etiquetas, presentando a Brian Klugman y a Lee Sternthal como a los guionistas de «Tron: Legacy», tardía secuela del clásico futurista de Steven Lisberger. Es una pista falsa, porque en esa gran producción de Disney hubo muchos más guionistas acreditados y no acreditados.

Klugman y Sternthal han hecho la película con la que soñaban desde hace una década, así que habrá que juzgarles por la ópera prima con la que de verdad quieren que se les relacione. Y si hay que ubicarlos, es en ese tipo de cine intermedio, que intenta conjugar la comercialidad de Hollywood con la influencia literaria procedente del viejo continente. Por lo tanto corren el riesgo de quedarse a medias y no convencer ni al espectador de cine ni al lector de novelas.

Por sentirme incluido en el primer grupo, he de decir que no me gusta la forma en la que está contada «El ladrón de palabras», en la medida en que el guión de Klugamn y Sternthal tiene más de literario que de cinematográfico, como si estuviera basado en una novela, cuando en realidad se trata de una idea original suya. Se han dejado absorber demasiado por el tema de su película, hasta el punto de que el contenido se ha apoderado del continente. Abusan de la voz en off y del ritmo narrativo de la lectura, con escritores convertidos en cuentacuentos sobre otros colegas de profesión, dentro de una estructura de cajas chinas o matrioskas rusas, donde las historias se introducen unas en otras. Dennis Quaid es el autor de éxito que relata lo sucedido a Bradley Cooper, un advenedizo que se ha apropiado indebidamente de una obra ajena creada por un novelista anónimo al que da vida un envejecido Jeremy Irons, quien a su vez plasmó en el París de la II Guerra Mundial el drama pasional representado por Ben Barnes.

 

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