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Félix Placer Ugarte Teólogo

Patología económica

«No está enferma, es patógena», así describe el autor la economía neoliberal, y afirma que solo desde este diagnóstico honesto y global pueden encontrarse soluciones eficaces. Defiende un «tratamiento» diferente, alternativo, integral que requiere también una «terapia teológica». Ante la patógena economía capitalista que amenaza con la quiebra del ecosistema global, concluye abogando por la responsabilidad compartida en su denuncia ética y la acción transformadora.

Los crecientes datos del desempleo han encendido todas las alarmas. Porcentajes de paro nunca alcanzados en la historia laboral, familias enteras sin trabajo, dramáticos desahucios, cierre de empresas y previsiones de una crisis que todavía no ha tocado fondo son síntomas de una situación económica de diagnóstico complejo, que apunta a un deterioro irreversible de las funciones básicas del sistema económico actual.

Sin embargo, desde los análisis capitalistas, guiados por la lógica neoliberal, estamos ante una coyuntura crítica debida a factores financieros inadecuadamente manejados. Según sus pronósticos, esta economía tiene solución y puede recuperarse a medio plazo. Tan seguros están de su diagnóstico que no dudan de las soluciones que deben aplicarse («sabemos lo que tenemos que hacer», repite Rajoy). Sin negar la realidad de una economía enferma, su solución radica en la intervención quirúrgica de recortes para resolver los flujos financieros y en inyecciones de suero monetario (rescates) para el corazón de su economía, que son los bancos. De esta manera, argumentan, todo volverá a su cauce y cada sector recibirá los créditos necesarios para normalizar la producción y el empleo. Se creará empleo, la sociedad recuperará su confianza perdida en el sistema económico y el bienestar se restablecerá. Todo parece encajar en esa planificación dirigida y controlada por el FMI, BM y BCE.

Pero este futuro optimista está sustentado en un diagnóstico erróneo y engañoso. En realidad, el sistema económico que se trata de salvar es el generador de una profunda patología, causa de su propio deterioro. La economía neoliberal no solo está enferma, sino que en ella radica la razón explicativa de la situación en que nos encontramos. Es, por tanto, patógena, originadora de su progresiva destrucción, cuyas consecuencias sufren los menos favorecidos y beneficia a los más poderosos. Los ricos (minoría) son cada vez más ricos, como muestran los informes económicos, y los pobres (mayoría), cada vez más pobres. Además su extensión no es únicamente local sino globalizada y, por tanto, sus nefastas consecuencias llegan a un mundo donde más del 85% vive en pobreza, miseria y muerte, mientras una minoría disfruta de una situación de bienestar y riqueza. En realidad la patología económica imperante se ha convertido en pandemia.

Si queremos, por tanto, encontrar soluciones eficaces, es necesario un diagnóstico honesto y global que conocidos economistas (N. Chomsky, V. Navarro, J. Torres, A. Oliveres, N. Jurado, entre otros) han evidenciado. La causa de la situación económica está en la misma economía conducida por el neoliberalismo económico. Tal diagnóstico es de amplio espectro. No sólo provoca graves carencias económicas para la subsistencia (alimento, vivienda, sanidad), sino que afecta a los órganos vitales de la sociedad y del mundo como son la cultura, la educación, la convivencia, el pensamiento y, por supuesto, la política, sometida a los imperativos alienadores de los intereses económicos.

En consecuencia, dentro del sector occidental de los países desarrollados se ha generado una patología psicosocial que ataca y altera todo el sistema nervioso social, distorsionando las formas de pensar, de convivir, de relacionarse social y laboralmente. La ansiedad, el nerviosismo, la angustia, el estrés, la depresión se multiplican generando graves trastornos de personalidad, desadaptación y agresividad. La misma economía neoliberal es neurótica y se mantiene provocando impulsos compulsivos de consumo, de continuos y superfluos cambios, donde todo (incluidas las personas) es objeto para usar y tirar con el objetivo de hacer negocio y aumentar beneficios sin límites.

Pero todavía se debe precisar más el diagnóstico. La actual economía, donde todo se ve bajo el prisma del capital, ha llegado a un deterioro esquizofrénico que distorsiona la percepción de la realidad y las relaciones sociales. Todo se puede comprar y vender (los que pueden). En consecuencia, se ha perdido la conciencia de la realidad auténtica y sólo hay una obsesiva preocupación monetaria: tener, poseer, acumular. Por eso es una economía esquizofrénica, de doble rostro, fracturada. Por una lado muestra su cara de promesas de bienestar y por otro su cara de angustia, de dependencia, de depresión, ansiedad y hasta suicidio.

Sin embargo, esta economía patógena es capaz de ofrecer su propia medicación. En primer lugar, impone un adormecedor pensamiento único en ideología, comportamientos y relaciones sociales «adaptadas» al sistema impuesto. Además fabrica todo un mercado y negocio farmacológicos que suministran los medicamentos antidepresivos cuya necesidad ella misma ha generado. Incluso en caso de extrema necesidad -ante la que estamos-, tampoco duda en aplicar tratamientos de shock que anulen la memoria y lesionen la personalidad social crítica. Y cuando un pueblo con conciencia nacional trata de afirmar su soberanía y autodeterminación para superar sumisiones y dependencias, inmediatamente es amenazado y acosado, porque fuera de los estados-mercado, afirman, no hay salvación.

Pero si el diagnóstico anterior es acertado, será necesario otro tratamiento muy diferente, alternativo al que los gobiernos ofrecen. No puede ser puntual, sectorial o unidimensional. Tampoco puede provenir de esta economía patógena.

Debe ser ecológico, es decir, integral, ayudando a pensar críticamente, a ver con objetividad y honestidad, a saber analizar causas y consecuencias globales y locales. Debe promover también nuevas relaciones solidarias de igualdad, justicia y respeto a personas, pueblos y a la misma tierra. La economía será saludable y generadora de bienestar cuando la mente y el pensamiento colectivos, el corazón de la ciudadanía, el sistema que interconexiona el tejido social funcionen con libertad de expresión, alteridad compartida, producción cooperativa, convivencia solidaria y capacidad de libre decisión.

Pero, además, opino que la economía necesita también una terapia teológica. Desde un diagnóstico honesto, se debe reconocer con J. Saramago que «el `factor Dios' que se exhibe en los billetes de dólar ha convertido a Dios en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, que han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las páginas de la Historia... Esos dioses que sólo existen en el cerebro humano, que prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado...». Las grandes y auténticas tradiciones religiosas y sus profetas denunciaron esa manipulación religiosa asesina y establecieron una total oposición entre Dios y el dinero (convertido en dios), como lo hizo Jesús de Nazaret. Desde su anuncio liberador, rechazó cualquier esclavitud. Impulsó una forma de vida humanizada, centrada en los más necesitados, servidora de una mesa compartida, sanadora de tantas enfermedades socioeconómicas egoístas y excluyentes. El Parlamento de las religiones (1993) propuso, como única solución eficaz para la radical crisis económica, ecológica y política, una ética mundial basada en una cultura de la vida, de la solidaridad, de la igualdad para lograr un nuevo orden mundial que garantice a personas y pueblos, sin excepciones, el auténtico bienestar de una paz basada en la justicia.

Ante la avalancha y desastre de la patógena economía capitalista que amenaza con la quiebra del ecosistema global, todos somos responsables, desde las diversas convicciones, en la denuncia ética y en la acción trasformadora de nuestro agónico mundo, para iniciar y apoyar procesos de terapia integral, ecológica, para personas y pueblos que convivan en sociedades libres y con calidad de vida compartida en un mundo diferente.

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