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Obituario | Elliot Carter

El observador fiel a sí mismo

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Mikel CHAMIZO

El lunes falleció, a los 103 años de edad, el más decano de los compositores estadounidenses, Elliot Carter. Nacido en Nueva York en 1908, su longeva carrera atravesó toda la segunda mitad del siglo XX y la primera década del XXI, aún activo y componiendo con intensidad. Recibió en vida infinidad de reconocimientos, entre los que destacan dos premios Pulitzer.

No ha habido un observador vivo de la historia musical del siglo XX más destacado que Elliot Carter. Sus 103 años de edad -perfectamente lúcidos, pues siguió componiendo hasta el final- le llevaron en un recorrido privilegiado desde la época de Ravel y Sibelius, por las décadas de hegemonía dividida entre Stravinsky y Schoenberg (sus dos grandes referentes), pasando por los subversivos movimientos de las vanguardias de post-guerra, hasta llegar al post- modernismo y a ese no-se-sabe-bien-qué que vive la música contemporánea en la actualidad. Pero a pesar de haber atravesado tanto y tan distinto, pocas figuras del siglo XX se mantuvieron tan fieles como Carter a unos ideales, a un oficio y a un estilo.

En opinión del gran analista Charles Rosen, Carter dio con la solución para crear una música «muy original que suene muy americana y, a la vez, muy específicamente integrada en la tradición europea». Para ello tuvo que huir del magnetismo de las vanguardias de uno y otro lado del Atlántico, aunque su propia música, comenzando con su maravilloso «Cuarteto para cuerdas nº1» (1951), se cuente entre las creaciones más carismáticas surgidas del seno de esas vanguardias. Es una paradoja, porque para escribirlo Carter tuvo que marcharse al desierto de Arizona durante varios meses, en una especie de terapia que le alejara de las influencias musicales de la época.

Y una vez alcanzada esa libertad creativa no volvió a ceder un ápice de ella, lo que le valió el estatus de figura algo apartada del circuito musical y de sus modas.

Carter fue un compositor tardío. La mayoría de su catálogo comenzó a engrosarlo a una edad en que otros compositores ya piensan en el retiro. Pero su longevidad le brindó el tiempo suficiente para evolucionar. La extraordinaria complejidad constructivista de sus obras de los 50 y 60 fue dejando paso, con los años, a una música más sencilla y subjetiva, quizá hasta caprichosa. Pero en sus más de 150 creaciones, por su sentido drama, por su uso de los instrumentos como agentes con una personalidad individual, que mutan y transforman sus ideas -a la manera de interlocutores en una conversación- y por su pluma tan flexible, generadora de un discurso camerístico casi vienés, Carter nunca dejó de mirar a Europa desde su apartamento del Greenwich Village neoyorquino. Y lo hizo, además, retando abiertamente, con una actitud política, al minimalismo, esa música basada en la repetición, que tan omnipotente fue y sigue siendo en los Estados Unidos: «Mi música es un retrato de la sociedad con la que soñé, con la que sueño -afirmó en cierta ocasión-. Hay muchos individuos que se tratan entre sí, sensibles entre sí y trabajando en conjunto, sin por ello perder su propia individualidad [...] crecimiento, desarrollo, vitalidad, no una especie de prisión en la que todo sea mecánico e inhumano».

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