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Iñaki Urdanibia Doctor en Filosofía

¡Vivan los novios!

Algunas afirmaciones dicen que contraviniendo al deseo de la reina de la fiesta, la novia, el rey, el novio, mandó que cambiasen la música, la de Lertxundi...

Uno. Suele decirse que la música a-mansa a las fieras; generalizar es mentir, pues hay músicas y músicas.

Dos. El día de la boda es -según siempre se comenta- si no el día más feliz de la vida, sí uno de los más.

Tres. Las celebraciones de los bodorrios suelen ser un pasote.

Cuatro. Una de las características siempre destacadas de los ingleses es su flema.

Partiendo de estas premisas, parece que hay excepciones que no confirman regla alguna sino que la invalidan. Me refiero muy en concreto al reciente festejo de una boda en el Hotel Londres donostiarra, en el que no se cumplió ninguna de las cuatro afirmaciones iniciales. Vamos por partes, porque desde luego la cosa se las trae. Advierto de que las informaciones son confusas: el hotel guarda silencio para no cargar con fama de bronquistas a los clientes, los novios están de viaje de ídem... y la tele, los periódicos y las radios locales se han movido entre lo fragmentario y las suposiciones.

Está claro que, desde luego, la tranquilidad y flema británicas no se contagiaron a los participantes en el jolgorio, a pesar de lo acogedor del hotel cuyo nombre señala la capital de Inglaterra. En lo que hace al desencadenante, todos afirman que fue la música, y que nadie piense en alguna canción punk, trash, hard-core, heavy o... canción protesta, sino una copla del oriotarra Benito Lertxundi, cuya música, desde luego, es relajante donde las haya. Así pues, el problema debió de originarse cuando la novia pidió al dj que pusiese la dicha canción y una parte de los asistentes se encabronó. Seguramente sería al oír el maldito idioma separatista de los bárbaros del Norte. Y es de suponer lo anterior, ya que parece improbable que la bronca se originase a causa de los distintos gustos musicales: que si yo quiero la Oreja de van Gogh, que si yo prefiero Sociedad Alcohólica, que si... Que sí, que no, el caso es que se organizó una rociada de hostias al por mayor, y hasta hubo ertzainas que resultaron heridos, y no se contaban entre los invitados, sino entre lo solicitados para intentar poner freno a la batalla entre los distintos bandos.

Algunas afirmaciones dicen que contraviniendo al deseo de la reina de la fiesta, la novia, el rey, el novio, mandó que cambiasen de música, la de Lertxundi... se supone que para poner freno a la pelea que se avecinaba. Así será, ya que si no, me resulta incomprensible cómo la novia después se fue tan rica de viaje de novios con quien mandó parar la pieza solicitada por ella, ¿haciendo causa común con los protestatarios? No sé... yo, desde luego, no me iba ni de aquí a la esquina, ya que si ya el primer día no se cumple aquello de «lo que tú quieras, mi bomboncito», ya me contarás.

Lo del día más feliz de la vida, habrá que preguntárselo a ellos, que andarán por ahí sanando sus heridas físicas con la correspondiente mercromina y las psíquicas con sus raciones de valium.

Hau mundue! Ya no se puede ir a las bodas con tranquilidad, o quizá haya que ir con guardaespaldas por si las moscas...

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