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Josu Larrinaga | Profesor de Antropología Social en la UPV

Huelga CT

 

La principal razón para no sentirse especialmente movilizado por la convocatoria de huelga general en el Estado español el pasado 14 de noviembre estriba en su tabla reivindicativa: el principal leit motiv de la llamada es la exigencia de un referéndum sobre las políticas de recortes lideradas por el Gobierno central cumpliendo órdenes del mando unificado de la Unión Europea. Ah, ya, conseguimos que se convoque el referéndum, los contrarios a los recortes ganamos este por goleada, el Gobierno de Rajoy se ve obligado a dimitir, se convocan elecciones anticipadas que ganará, sin duda... ¿otra vez el PP, el PSOE con una buena subida de IU? El nuevo gobierno -cuyo presidente ya ha advertido en la campaña electoral que la situación es extremadamente grave, que todos los españoles tenemos (sic) que hacer un ejercicio de responsabilidad, bla, bla, bla- se pone a las ordenes de la Unión Europea (suponiendo que no sea directamente derrocado por esta, como ha pasado en Italia) y ya estamos otra vez en el Día de la Marmota: recortes por doquier, no hay derecho, ¡huelga general!

Día de la Marmota, 6 de diciembre, la Constitución española deja todo atado y bien atado, el sistema de partidos y sindicatos es un elemento central de un sistema normativo diseñado para ser inamovible por la presión popular pero que pueda ser transformado cualquier día de agosto para intentar calmar la sed de sangre española de los mercados globales. Pero más determinante que el corpus legislativo es el caparazón simbólico que establece lo que es posible y lo que no en el Estado español de las cosas. Un grupo de jóvenes intelectuales ligados a los movimientos alternativos y al 15-M acierta de pleno al formular el término CT, Cultura de la Transición, para definir «el paradigma cultural hegemónico en España desde hace más de tres décadas, que se dice pronto», «la cultura española posterior al franquismo, una cultura consensuada y vertical que ha actuado desde los años ochenta como el paradigma cultural unificador de conciencias políticas y sociales, como el único marco posible de realidad durante décadas». (El volumen de autoría colectiva, «CT o la Cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española», coordinado por Guillem Martínez, está publicado en Mondandori y Debolsillo).

Los pactos de la Moncloa de 1977, en los que los principales sindicatos y partidos de izquierda apostaron por una transición y una reconversión industrial sin conflictividad obrera para pasar luego a la integración en la Unión Europea, fueron uno de los acontecimientos fundacionales, quizá el más significativo, de la CT, y van a marcar hasta el presente un marco sindical de colaboración con la gestión del desarrollo capitalista y captación de rentas ofrecidas en forma de financiación pública de extensos y anquilosados aparatos sindicales. Los partidos también se convierten en estructuras de cooptación del personal más fiel y discreto y de captación, cuando no saqueo, de caudales públicos. Los Fondos de Cohesión europeos negociados por Felipe González hicieron el resto hasta que la aparición del euro permitió la especialización económica española en un segmento que, en poco tiempo, se ha demostrado ruinoso, la construcción de inmuebles y la especulación con el suelo en teoría necesario para ello. Cuando la burbuja se pinchó, no quedó nada.

Y, claro, la izquierda CT está ahora en situación terminal y en plena fase de negación, como acertadamente analiza el filósofo Zizek en una de sus últimas obras: esto no puede estar pasándome a mí, «¿Como pudiste hacerme esto a mí?», como cantaba la muy CT musa Alaska. El suicidio en Barakaldo, cuando iba a ser desahuciada de su vivienda, de la exconcejal socialista Amaia Egaña no deja de ser una tan gráfica como trágica muestra de esa negación. La realidad no es posible, porque la situación actual está fuera del marco CT. El sueño se ha hecho pedazos.

Así que es normal que las sensibilidades soberanistas vascas no se sientan muy motivadas con la huelga. Pero, kontuz!, la propia cultura de resistencia del soberanismo puede estar impregnada de elementos CT -de elementos de respuesta mimética a la CT- que conviene depurar. «Nos vamos, nos estamos yendo», aquel ilusionado grito de José Elorrieta en otra huelga general, por lo demás fracasada, no deja de ser la expresión de un ilusionante deseo huérfano de viabilidad frente a la CT, una llamada a seguir resistiendo en nuestra propia BK (Borroka Kultura?, otro día habrá que hablar de esto). Pero la realidad está cambiando. Por ejemplo, en la huelga general del pasado 14 también participaron movimientos, como Ocupa el Congreso, que reivindican claramente la necesidad de un nuevo proceso constituyente en el Estado español, un proceso que plantee que ni la Constitución de 1.978 ni el sistema de partidos y sindicatos, ni la Monarquía, ni el estado de las autonomías ni la reciente adquirida obligación de pagar la deuda ni... la CT sean el único marco posible de la realidad. Los soberanismos vasco y catalán deberían incluir en su reflexión estratégica las oportunidades que un proceso de este tipo podría ofrecer. No porque se pueda esperar nada nuevo/ bueno de un proceso español, pero sí porque cuando el caparazón simbólico se rompe, otras realidades pueden ser pensadas, imaginadas y construidas.

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