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Paolo Taviani | Cineasta, co-director de «César debe morir»

«El arte no redime pero sí que puede llegar a liberar al individuo»

Junto a su hermano Vittorio se ha convertido en uno de los directores italianos que, siguiendo los pasos de Roberto Rosselini, no solo crea cine, sino que lo hace con la intención de trasmitir una idea, una ideología. Entre sus películas fuertemente politizadas se encuentra «Cesare deve morire», que pudo verse en Zinemaldia, aunque se ha estrenado recientemente.

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Jaime IGLESIAS | MADRID

Con 81 años recién cumplidos, Paolo Taviani, desprende una energía contagiosa. Verle tan pleno de forma nos hace envidiar el espacio de actividad que el cine italiano parece reservar a sus maestros, sobre todo en comparación con el Estado español donde muchos de los cineastas que comenzaron a dirigir en los años 60 permanecen hoy absolutamente marginados: «En Italia muchos directores de nuestra edad siguen en activo y eso es una buena noticia, sobre todo, porque trabajamos en paralelo con generaciones de cineastas más jóvenes de mucho talento. Hay espacio para todos. Dicho esto, a veces me cuestiono sobre si no sería mejor transferirnos a Portugal donde tienes a Oliveira con 104 años en una forma envidiable», comenta entre risas el menor de los Taviani, que ha acudido a Madrid sin su hermano Vittorio ya que aunque filman juntos todas sus películas, a la hora de promocionarlas, se reparten el trabajo.

De su vehemencia y sus deseos de seguir en activo se infiere el entusiasmo con el que acogieron el Oso de Oro obtenido en el pasado Festival de Berlín con «César debe morir», su último largometraje, que acaba de llegar a las salas: «Cuando nos comunicaron que nos habían dado un premio, lo primero que pensamos, con fastidio, tanto Vittorio como yo fue `ya está, seguro que nos dan una mención especial a toda una carrera', de ahí que nuestra sorpresa y emoción fueran grandes cuando nos informaron que habíamos obtenido el máximo galardón del festival. No es lo mismo que te reconozcan como un cineasta del pasado que como un director con presente y con futuro».

Porque si meritorio resulta mantenerse en activo a su edad, no lo es menos el carácter arriesgado de un filme como «César debe morir» donde se recogen los ensayos del Julio César de Shakespeare por parte de un grupo de reclusos de la prisión de máxima seguridad de Rebibbia, todos ellos condenados a altas penas: «Fuimos a la cárcel atraídos por la curiosidad. Nos habían hablado de un taller de teatro que estaban llevado a cabo allí y nos interesó la idea de contemplar el experimento en primera persona, más por piedad que por otra cosa. Pero al escuchar a uno de los reclusos leer unos versos de «La divina comedia» ese sentimiento de piedad en seguida se transformó en una profunda emoción. Hablando con el preso éste nos dijo, `estando aquí encerrado yo puedo comprender mejor a Dante que vosotros. Nadie sabe lo que se sufre cuando uno está alejado de la mujer a la que quiere, cuando piensas que en tu ausencia te puede abandonar o traicionar y puedes perder ese amor, que es lo más hermoso que existe'. Fueron estas palabras las que nos llevaron a abandonar todos los proyectos en los que trabajábamos y centrar nuestros esfuerzos en esta película».

Una película que estuvo a punto de no llegar a hacerse, no por el grado de dificultad de un rodaje que «transcurrió plácidamente dadas las facilidades que obtuvimos por parte del director de la cárcel, un hombre culto y atento», según manifiesta Taviani, sino por las exigencias de los presos reconvertidos en actores: «Fue un proceso de negociación duro. Cuando asignamos los papeles el elegido para hacer de Bruto nos dijo: `yo no voy a hacer este papel porque éste personaje nosotros se lo habíamos asignado a este otro preso que es amigo mío y no pienso traicionarle', ante lo que muy gentilmente les comentamos, `agradecemos mucho vuestras sugerencias de cásting pero los directores aquí somos nosotros, cosa que conviene que tengáis presente'. Entonces el jefe de aquél grupo de presidiarios nos dijo: `desde luego que sí pero vosotros también tenéis que tener presente con quién estáis tratando, yo he dejado tres huérfanos en el camino hasta llegar aquí'».

Esta sugerencia por parte de un asesino confeso no intimidó a los Taviani quienes muy resueltos respondieron «`está bien ya os hemos explicado el proyecto que queremos hacer, si seguís interesados en participar nos llamáis'. Eso fue lo que les dijimos y he de reconocer que teníamos miedo, miedo a que no nos llamasen -rememora el cineasta entre risas-. Finalmente accedieron y nos comentaron que lo hicieron porque al hablar con ellos les habíamos mantenido la mirada».

Alma shakesperiana

Al ser preguntado sobre la frase que cierra la película donde un recluso reflexiona sobre el teatro como salvación, Paolo Taviani cree que «el arte no redime pero sí que puede llegar a liberar al individuo. De hecho rodando este film descubrimos a través de los presos una percepción del arte muy particular, asumido como pura necesidad».

La película resulta de una riqueza inabarcable toda vez que en ella se concentran reflexiones sobre el poder, la violencia, el ejercicio de la autoridad o la libertad: «Eso no es mérito nuestro sino de Shakespeare -reflexiona el cineasta-. De hecho, cuando comenzamos los ensayos, nuestros protagonistas comentaban `¡Que barbaridad! este Shakespeare ya escribía sobre nosotros hace quinientos años' (risas)».

No obstante, como en anteriores películas suyas, inspiradas también en grandes obras literarias, en «Cesar debe morir»» la adaptación no es exacta sino libre dando por bueno el viejo axioma de que todo traductor es un traidor, algo que Paolo Taviani asume: «Pirandello siempre decía que una historia como tal es como una bolsa cuyo peso viene dado por las ideas y los sentimientos que en ella se introducen. Nosotros tomamos las historias de otros y la llenamos con nuestras propias ideas y sentimientos», aunque en este caso, y operando de este modo, hayan pergeñado una obra que, en palabras de Mike Leigh, presidente del jurado que les concedió el Oso de Oro en Berlín, «posee un alma shakesperiana superior a la de la mayoría de las películas que directamente adaptan sus obras. Que te diga eso un inglés resulta el mayor de los elogios», reconoce emocionado Paolo Taviani.

 
POr curiosidad

«Fuimos a la cárcel atraídos por la curiosidad. Nos habían hablado de un taller de teatro que estaban llevado a cabo allí»

SATISFECHO

«No es lo mismo que te reconozcan como un cineasta del pasado que como un director con presente y con futuro»

IDENTIDAD

«Nuestros protagonistas comentaban `¡Que barbaridad! este Shakespeare ya escribía sobre nosotros hace quinientos años'»

COMPLICACIONES

«Cuando asignamos los papeles el elegido para hacer de Bruto nos dijo que ese personaje era de otro preso y no iba a traicionarle»

¿Dónde acaba la leche y empieza el café en un cappuccino?

Paolo Taviani es uno de esos raros casos de cineastas que, imbuidos en fatigas promocionales, lucha por personalizar las respuestas a preguntas que, invariablemente, se repiten entrevista tras entrevista.

Entre esas cuestiones destaca la de cómo se dirige un film a cuatro manos. Las contestaciones del cineasta italiano (en ausencia de su hermano Vittorio) son variadas. Desde la escueta «es un misterio para el que no encontramos explicación», hasta la cinéfila «hablando un día con Cesare Zavattini y preguntándole cuánto había de él en las películas que escribió para De Sica nos dijo `mis guiones cobran vida a través de las imágenes que genera Vittorio, pero él tampoco podría lograr esas secuencias sin mis textos'». Deseoso de cerrar un debate a todas luces estéril, el cineasta italiano apela al humor. «¿Dónde acaba la leche y empieza el café en un cappuccino? La respuesta es, ¿a quién le importa? ¿está bueno? ¿sí? entonces bébelo y ya».

Jaime IGLESIAS.

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