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Iñaki LEKUONA | Periodista

Un movimiento anquilosado

Cuando Nicolas Sarkozy anunció su abandono de la primera línea política tras su derrota presidencial, algunos analistas políticos estiraron sus cuellos para ver si acertaban a adivinar quién sería designado sucesor del Napoleón del siglo XXI. Pero éste, más por malicia que por un sentimiento de transparencia democrática, se abstuvo de levantar ninguno de sus índices argumentando un principio fundamental: que los militantes elijan.

Y los militantes han elegido. O no, que todavía no se sabe. Y Sarkozy, a pesar del incomodo judicial por del affaire Betancourt, sonríe. Tal vez porque la Unión por el Movimiento Popular acaba de fracturarse en su primer gran movimiento. Tal vez porque sabe que su figura es la única en este momento que podría federar la desunión. Tal vez porque su adiós a la política no era más que un hasta la próxima.

En otro gran Movimiento, Franco alzó su índice derecho y designó a un Borbón como sucesor de su obra siguiendo un principio fundamental: que los militares elijan. Y de esta guisa se forjó un nuevo escenario predemocrático en el que algunas concesiones se han dado, eso sí, sin cambiar lo inmutable, sin tocar las columnas vertebrales de España.

Pero sucede que, aunque el Estado no se mueva, a su alrededor bullen la actividad, la indignación, la disidencia. Y por mucho que Rajoy y los suyos se empeñen en abrazar los cimientos de su país, por mucho que permanezcan inmóviles, no van a evitar que sus columnas se fracturen, de tan anquilosadas que están. Porque Madrid no tiembla solo por el desafío soberanista, sino también por la ausencia de justicia social. Es cuestión de tiempo y de falta de movimiento. Y mientras, Sarkozy sigue sonriendo.

 
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