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A 815 metros de altitud, Uxue es un asentamiento áspero para las personas

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Maider IANTZI

Con 220 habitantes censados, pero con solo 50 o 60 personas viviendo en el pueblo en el día a día, Uxue representa el contrapunto de Irura. La media de edad de vecinas y vecinos es de 55 años y hará cuarenta años que no ha nacido un niño. Con una altitud de 815 metros, es un asentamiento áspero para el hombre, tal como escribió Julio Caro Baroja.

La llegada a esta localidad de la zona media oriental de Nafarroa es un viaje en el tiempo, ya que su carácter medieval y defensivo ha permanecido indemne hasta hoy. El uxuetarra Gaudencio Remón Berrade la describe como una zona árida, mal comunicada, que fue refugio de bandidos, desertores, guerrilleros de las guerras carlistas...

El término del municipio es extenso, tiene 112 kilómetros cuadrados, por lo que las tierras de labor y de pastoreo quedan lejos. Esto dio lugar a los corrales. «Cuando nací, en 1948, había unos 250; de ellos, 220 en pleno uso. Allí se dormía, se iba con las caballerías, se hacía la siega, la tría, la agricultura. Era una forma de vida, de entender las relaciones, de lucha, de supervivencia. Se pasaba allí toda la semana y se volvía a casa el sábado por la noche. En verano, se iba para toda la temporada», recuerda el coautor de «Los corrales de Ujué y la vida de antaño». Este es un libro coral que casi se hizo en auzolan, donde participan unas 70 personas recordando los corrales, y todos coinciden en que ni se pasaba hambre ni frío.

Cuando nació Remón había unos 1.200 habitantes. Todos vivían de la agricultura y ganadería. Contaban con dos herreros, dos carpinteros, el médico, el secretario, el maestro, el veterinario, el boticario y dos curas. El censo más alto se registró en 1935: eran 2.200 habitantes. Después de la guerra descendió, pero el golpe duro vino cuando con la industrialización de Iruñea. La gente fue abandonando el pueblo para ir a las incipientes industrias navarras, en menor medida a Gipuzkoa -sobre todo a Zumarraga- y a Bilbo. A todo eso se suma la irrupción del tractor, que hizo que sobrara mano de obra en el campo. «El punto más vivo era el santuario religioso. Cuando en mayo llegaban las romerías de toda la Ribera navarra, el pueblo rejuvenecía». Las romerías siguen siendo fundamentales y dan mucha vida.

Su fortaleza también es un punto importante en la historia navarra. Es una atalaya de casi 900 metros desde donde se divisaba todo el límite con Aragón y las incursiones bélicas que pudieran entrar por esa zona eran descubiertas fácilmente. Por lo demás, no hay palacios, las casas son sencillas, de piedra, bien trabajadas.

El escritor nos cuenta que mucha gente trabaja y vive en Tafalla o Iruñea pero se mantiene censada en Uxue. «Les tira. Tienen casa allí y van los fines de semana y en verano; en esa época puede que haya 300 o 350 personas. Pero en invierno es un pueblo apagado, no están más que el cura y 50 ancianos. Hay algunos chicos; a la escuela van siete, gracias a que vive un matrimonio originario de Marruecos con dos pequeños. La agricultura ha venido a menos y habrá tres agricultores». Los fines de semana el pueblo tiene vida por la cantidad de excursiones que se organizan y por las casas rurales. Y se mantiene la industria casera de las garrapiñadas, que siguen haciendo con la misma fórmula de finales del siglo XIX. «Si no, es un lugar sombrío, nebuloso, donde el viento azota fuerte. La gente ha salido de compras con casco porque volaban las tejas».

Mucha gente visita el pueblo por las migas. «Son las mejores -afirma Remón-; ministros, lehendakaris, tenores de la talla de Alfredo Kraus... han venido exclusivamente a degustar este alimento tradicional de las zonas rurales que es elogiada por gastrónomos. Su base es el pan seco de pan cabezón de siete-ocho días y la grasa de cordero».

Las hambrunas de finales del siglo XIX, las guerras carlistas, las guerras de África un poco más tarde y las imponentes sequías llevaron a mucha gente a la emigración. «De chicos coleccionábamos sellos de cartas que nos enviaban familiares de Argentina, Venezuela o Cuba. Todos teníamos algún familiar en estos tres países, fundamentalmente en Argentina». Precisamente, hace seis años fue allí y se reunió con los primos de su madre. Curioseó las guías de teléfono de Candil, Mar de Plata y Buenos Aires y se encontró con un montón de apellidos de Uxue. Hizo la prueba de llamar y le decían: «Mi abuelita era de Uxue, ¡qué lindo que me ha llamado usted!». Estos familiares de uxuetarras siguen haciendo migas y garrapiñadas.

Pueblo de longevas y longevos

Gaudencio Remón no cree que el pueblo vaya a cambiar mucho. Cada año se cultivan menos robadas y hay menos ganadería: no hay más que dos rebaños. Es un pueblo netamente turístico y gastronómico, que está sirviendo de segunda residencia para jubilados. Es el caso de nuestro contertulio: «Aunque tengo la casa de mis padres, suelo ir a un corral que lo tenemos arreglado, a ocho kilómetros del pueblo, donde escribo».

Escribe, por ejemplo, cuentos sobre historias que le contó su abuela, recopiladas en el libro «Los sin voz» y algunas en «Los corrales de Ujué». Todos parten de un hecho cierto ocurrido en Uxue o en el entorno. Como la historia de un pastor que vivía en un corral. Un día gélido, el padre de Gaudencio Remón se encontró con él. «¡Mucho frío hace hoy, Gregorio!», le comentó. «Mucho, mucho. Yo lo noto por las cabras, se meten detrás de los chaparros».

Uxue es un pueblo con longevos y longevas centenarias. Podemos hablar de siete personas que han pasado de los 100 años. Algo tendrán las migas, el aire, la casta...

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