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Raimundo Fitero

Gangman

Aseguran que la popular canción del rapero surcoreano que responde a las siglas PSY, Gangnam Style, acumulaba el otro día 825 millones de reproducciones y su número de visitas en Youtube sube de una manera casi geométrica hasta convertirse en un fenómeno imparable que ha superado a todos los cantantes pop juveniles. ¿Se ha contabilizado las veces que ha salido su vídeo en las televisiones? Yo juraría que superaría incluso a las cifras que proporcionan de Youtube, porque se trata de uno de esos recursos que se utilizan tanto para un roto que para un descosido. El famosos `baile del caballo' sirve para hacer humor, para hacer política, para hablar de fútbol, para anunciar productos variados. Ha creado un estilo, sin duda.

Es bien cierto que parece un baile fácil, una de esas ocurrencias que entran a formar parte de la diversión colectiva en medio mundo globalizado por motivos de difícil explicación, y lo hacen con una celeridad contagiosa, que no debe entenderse únicamente atendiendo a su la capacidad de influencia de la mercadotecnia, sino que se reúnen diversas circunstancias aleatorias para que esto sea así. Deben ser canciones pegadizas, sencillas de recordar con una coreografía básica, que lo pueda realizar cualquiera sin complicaciones. En esta ocasión su singularidad recae en que la postura que toman los que lo bailan ya causa un efecto de rechifla. Y que al ser coral, ayuda a la risa colegial, de campamento, sin mayores complicaciones.

Pero mirado el vídeo reiteradamente, sus versiones, uno llega a la conclusión de que ha triunfado debido a su semejanza con un acto reflejo ancestral, porque más que caballos uno lo que interpreta es que son orangutanes divertidos que patalean antes de rascarse la entrepierna o a punto de desparasitarse con donosura y vertido alegre de feromonas. Es más, podría ser una fiesta de despedida del gobierno de las ocurrencias y los desastres del okupa Patxi López, o una entrega de poderes del susodicho con Iñigo Urkullu. Y, punto, no da para mucho más la imaginación en territorios de gobiernos atrapados por el designio divino, que es cuando dicen que lo que hacen es lo único que se puede hacer.

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