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Jesus Valencia Educador social

La muerte tenía un precio

La limpieza étnica constituye la entraña del sionismo desde su instauración. Desde entonces, la mayor parte de la población israelí comparte la obsesión agresiva de sus dirigentes

Con regularidad casi matemática dispara el Ejército israelí sus proyectiles contra un hormiguero de gentes pobres y hacinadas. Las siguientes secuencias resultan conocidas: evaluación de destrozos, recuento de cadáveres, enterramientos rápidos... ¿Quién es el causante de semejantes atrocidades? Pudiéramos llamarlo con mil nombres pero hay uno -colectivo- que engloba a millones de responsabilidades individuales. Su nombre es sionismo.

Cada vez que Palestina se desangra, escuchamos voces fingidas que intentan justificar la barbarie: invocan el derecho a la defensa que ampara a Israel. Quienes esto alegan no son ni tontos ni ignorantes; son, sencillamente, cómplices. Defendiendo sus ocultos intereses, homologan el zarpazo del león con el picotazo del mosquito; colocan en la misma balanza el grito de los expoliados con la violencia extrema de quien los expolia. Antes de que existieran Hamas, la OLP o cualquier otra organización palestina ya había perfilado el sionismo la suerte que les esperaba a los desgraciados habitantes de las tierras que iban a ocupar: «Vamos a ahuyentar a la miserable población lugareña», advirtió Theodoro Herzl, padre del movimiento sionista; sus premonitorias palabras fueron pronunciadas en 1895.

La limpieza étnica constituye la entraña del sionismo desde su instauración a finales siglo XIX. Desde entonces, y hasta hoy, la mayor parte de la población israelí comparte la obsesión agresiva de sus dirigentes y reserva los mayores reconocimientos a quienes lideran la ocupación. Hain Wetzman, que exigía la expulsión de los palestinos, llegó a ocupar la Presidencia de Israel. Golda Meir, que cometió la desfachatez de negar la existencia del pueblo palestino, fue Primera Ministra de su país. Rafael Eitan, quien se atrevió a decir: «cuando hayamos colonizado esta tierra, los árabes corretearán de una lado a otro como cucarachas drogadas en una botella», fue nombrado Jefe del Ejército. Ben Gurión, uno de los líderes de la organización terrorismo Irgun, ocupó el cargo de Primer Ministro en el recién autoproclamado Estado de Israel... La lista de quienes han recibido un pago generoso a su crueldad sería interminable. Gran parte de la población israelí se alegra cada vez que su Ejército se embarca en otra nueva carnicería. Unos, se aprovisionan de bocadillos y acuden a los cerros más cercanos para disfrutar del espectáculo de los bombardeos. Los más, premian con su voto a quienes los han ordenado. La campaña electoral de hace cuatro año premió a los responsables de la operación «Plomo fundido», que ocasionó 1.400 muertos. La de ahora tendrá como incentivo la operación «Pilar defensivo». El respaldo al Gobierno de Netanyahu se ha disparado con los bombardeos: para incrementar votos, nada mejor que asesinar gazatíes.

El ingreso de Palestina en la ONU y la llamada al boicot militar por parte de numerosos intelectuales son indicios de que la sensibilidad mundial está cambiando. Solo hay una medida para frenar al sionismo: que las muertes que provoca le resulten demasiado caras. La solidaridad con Palestina se llama boicot.

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