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Iñaki Urrestarazu | Economista

La estrategia del terror de EEUU y sus aliados (I)

Desde que el imperialismo norteamericano cogió el relevo del inglés tras la II Guerra Mundial, y durante seis décadas, ha seguido la estrategia diseñada a comienzos de los 50, basada en que «la política de EEUU ha de ser una lucha constante y perpetua por el poder mundial». Esta política se ha mantenido inalterable desde entonces, tanto durante la etapa de confrontación con la URSS en la Guerra Fría como durante los dos decenios en los que EEUU ha ejercido como única superpotencia mundial tras el desmoronamiento de la Unión Soviética, con todos y cada uno de los presidentes, incluido Obama, el genocida carnicero de Libia y tantos países.

Uno de los principales estrategas estadounidenses, Zbigniew Brzezinski, impulsor de la guerra anticomunista de Afganistán (1979-1989) y de la utilización de los integristas musulmanes, los muyahidines, como mercenarios de guerra al servicio del imperialismo -de donde surge Al Qaeda, que será ampliamente utilizada después-, en su conocida obra «El gran tablero mundial», marca unas pautas que van a adquirir un gran peso en la estrategia norteamericana:

1) Voluntad hegemónica mundial de los EEUU. 2) Control, especialmente, del llamado Corredor Eurasiático, donde se hallan los mayores yacimientos de petróleo y gas y las principales rutas comerciales. Comprende el Mediterráneo y Norte de África (Argelia, Libia, Egipto...), el Cáucaso (Azerbaiyán...), Oriente Medio (Siria, Libano, Irak...), el entorno del Indico, es decir, el Cuerno de África (Somalia, Etiopía...) y el Sur de Asia(Afganistán, Irán, Pakistán...), Asia Central (Kazajistán, Turkmenistán...) y Sudeste asiático (Indonesia...). Es más o menos lo que en otros proyectos se ha solido denominar como el Gran Oriente Medio o la Ruta de la Seda. 3) Hegemonía militar absoluta de los EEUU. 4) Establecimiento de alianzas diversas, basadas en lo político, económico y militar, por zonas, siempre bajo la hegemonía de los EEUU y vendiendo «seguridad», «paz», «libertad», «democracia» y «desarrollo».

Apartir de ahí, todos los planes y proyectos norteamericanos, incluido el gigantesco fraude del autogolpe del 11-S han ido en la línea de fortalecer su poderío y hegemonía militar, de lograr una impunidad absoluta en la rapiña de recursos y en la dominación de los pueblos, de crear una auténtica estrategia terrorista de liquidación, desestabilización, división, desgaste, debilitamiento, confrontaciones de todo tipo -religiosas, étnicas, territoriales...-, caos, muerte y desolación, con gigantescas intoxicaciones mediáticas. Y es el caso también de Siria.

Los últimos meses, en Siria, EEUU y sus lacayos han continuado la misma política de acoso y derribo de un régimen, que junto con Irán y el Libano de Hezbolah, bloquea los planes expansionistas del imperialismo, posee un territorio de una gran riqueza de hidrocarburos en su subsuelo y es un enclave estratégico en la geopolítica de los oleoductos.

En julio de este año se produjo una de las operaciones más sangrientas y brutales de todo el conflicto, la denominada «Volcán de Damasco y terremoto de Siria». Un atentado contra altos responsables del ejército y la seguridad sirios, un atentado de inteligencia de alto nivel, acompañado de una masiva ofensiva de mercenarios, unos concentrados en Damasco y otros, formando columnas, procedentes de todas las fronteras sirias. Ello acompañado de una brutal campaña mediática intoxicadora y de guerra psicológica, de la fuga del presidente del Parlamento, y en vísperas de otra reunión del Consejo de Seguridad de la ONU. Una operación que fracasó estrepitosamente, por una parte, por la respuesta contundente del Ejército sirio y por el gran apoyo de la población al mismo, y por otra, por el doble veto chino y ruso, a la propuesta de condena de Siria en el Consejo de Seguridad. Una vez más, el origen de los detenidos y muertos de los «rebeldes», mostró su origen internacional y mercenario: Jordania, Egipto, Irak, Afganistán, Libia, Jordania, Turquía, Arabia Saudita, Chechenia, Líbano, Somalia... E igualmente la sofisticación y potencia de las armas y su origen occidental: EEUU, Israel, Alemania... La siguiente fase fue una nueva ofensiva, esta vez en Alepo, tras la reorganización de los restos de los mercenarios, que también fracasó, aunque fue un combate más largo, dado que los «insurgentes» utilizaban a la población civil como escudos humanos.

Tras el fracaso de esta gran ofensiva, la estrategia mercenaria volvió a ser la habitual: brutales atentados contra líderes religiosos, sectores cristianos, alauitas o drusos para fomentar la segregación religiosa; ataques terroristas contra sunitas no radicales, líderes sociales, periodistas o personajes relevantes de la sociedad siria, a niños y sectores sociales sin más, o a sectores partidarios del Gobierno; ataques a instituciones o edificios del Gobierno, y miembros de la Policía y el Ejército. Todo esto, siempre alimentado por un flujo constante desde el exterior, de nuevas remesas de mercenarios, y de grandes cantidades de dinero para pagar sus salarios, y de armas, proporcionadas por Arabia Saudita, Qatar y las potencias occidentales.

Lo que hay en Siria no es una guerra civil, la población no se involucra con los llamados «rebeldes», sino todo lo contrario. Es una guerra del Gobierno contra las potencias terroristas occidentales y sus mercenarios, que no tienen nada que ver con el pueblo, y que lo que pretenden es derribar el Gobierno o desgastarlo, para volver a intentarlo más adelante. Kofi Annan dimitió antes de plazo como delegado de la ONU para la Paz, seguramente viendo que no se cumplían las expectativas de derrumbar el sistema que tenían él y las potencias occidentales. Fue sustituido luego por el argelino Lakhdar Brahimi, que tampoco parece que vaya a lograr nada, como no lo hizo ni siquiera en el intento de alto el fuego en la fiesta del Cordero.

Cuando no son los atentados, son las amenazas de intervención por la presunta intención de Siria de usar armas químicas, o las provocaciones de Turquía, con sus bombarderos, persiguiendo a los kurdos, o los supuestos conflictos en la frontera. Y esto, cuando está siendo la retaguardia y refugio de los mercenarios en sus correrías en Siria, cuando está montando auténticos arsenales de tanques y misiles -ahora quieren introducir los poderosísimos Patriot- en la frontera, o está tratando de crear en la zona fronteriza una zona de exclusión aérea, que sería el preludio de una intervención. Ha estado a punto, varias veces, de entrar en guerra con Siria, a pesar del rechazo de su población y de una buena parte de su parlamento. La marcha atrás de la OTAN, de momento, seguramente por cálculo estratégico, es la que ha frenado la guerra y ha llevado a Turquía y a su descerebrado presidente al borde de una crisis de nervios. Y para colmo, y para terminar de enredar las cosas, aparece Israel, también con amenazas. O la UE, que quiere armar -más- a la «Contra».

La cuestión es que la inmensa mayor parte de la población siria, tanto los partidarios del gobierno como los críticos que quieren solucionar los problemas por vías pacíficas y de negociación, en donde entran también los kurdos, están hartos de la intromisión exterior y del terrorismo mercenario -apoyados por muy escasos sectores sirios de salafistas y de los archirreaccionarios Hermanos Musulmanes-, que están bloqueando toda salida a los problemas de Siria. La responsabilidad fundamental del impasse es del imperialismo, que quiere derrocar el Gobierno por sus ambiciones expansionistas, y de sus mercenarios del islamismo ultra, que no pretenden otra cosa que una Siria islamista radical, sectaria, antilaica, capitalista y basada en la Sharia. La suspensión del trasiego de armamento, mercenarios y dinero, haría fácil, una salida digna y negociada a los problemas políticos, económicos y sociales de Siria.

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