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Raimundo Fitero

Oro

 

Compro oro. Junto a se alquila o se vende, son los carteles que más proliferan por portales, balconadas y farolas. Incluso pléyades de individuos con chalecos reflectantes que anuncian lo mismo, se compra oro, recorren calles y plazas y reparten octavillas señalando los lugares donde puedes llevar el collar de la comunión o el anillo de pedida. Es un síntoma de la crisis. El pueblo llano debe vender el oro que tiene para poder pagar lo inmediato. Las casas de empeño proliferan, y en un canal de la TDT vemos negocios salvajes de esta índole en los EE.UU. Sus métodos son tan simples como violentos. Pero son grandes superficies de compra y venta. Y el oro no abunda, al menos en lo que nos ofrecen editado.

Algunos inversores compran oro en vez de acciones. Es el valor más seguro, un refugio ante las tormentas financieras. Se parapetan en el patrón oro para eludir los vaivenes bursátiles y las primas de riesgo. Una vez vimos a Jordi Évole acudiendo a un lugar de alto rango de ostentación donde vendían oro, en lingotes, en lágrimas o en otras formas y se hacía con un protocolo tan formalista como si estuvieras comprando acciones de una petrolera. Con planes concretos de recapitalización, es decir fuera de esa imagen cutre de ir a una ventanilla oscura en un lugar esquinado a dejar un diente de oro o un reloj de dudosa procedencia a cambio de un puñado de euros. No, la parte fina y elegante del oro, cuando ya está desinfectado y no deja rastro. La fiebre del oro, que produce algunas pesadillas antes de llegar a esos santuarios de su comercio.

Por eso cuando en los noticiarios se nos advierte por prescripción oficial, policial, judicial y gubernamental, que han encontrado junto a cientos de miles de euros, incluso millones en algún escondite, kilos de oro en las casas de Díaz Merchán y algunos de sus socios y compinches para las fechorías de cierres fraudulentos de empresas, se entiende perfectamente la ruta de ese oro que fue un regalo, un presente, y ahora puede ser un mes de supervivencia para los pobres y una vez limpio, fundido y convertido en algo manejable físicamente, una inversión en perpetúa revalorización entre los pudientes y los golfos.