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Análisis | huelga general en Túnez

¿Más revolución o error de estrategia?

Al hilo de la huelga general convocada para mañana por el más importante sindicato tunecino, el autor critica la participación de la izquierda en una falsa polarización binaria (laicismo versus islam) que podría desembocar en una involución fatal. Tesis exportable también a Egipto.

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Santiago ALBA RICO Analista

Túnez vivirá mañana la segunda huelga general de su historia. La primera, en 1978, bajo Habib Bourguiba, acabó con decenas de muertos. La UGTT, fuerza sindical mayoritaria y actor siempre decisivo, no llamó a la huelga general contra Ben Ali (sólo dos horas de paro) ni contra Mohamed Ghanouchi, el ministro recedista que encabezó el primer gobierno provisional; ni contra Caid Essebsi, el exministro bourguibista que dirigió el país hasta las elecciones de octubre de 2011, cuando el proceso revolucionario estaba abierto y se podían haber forzado transformaciones estructurales más profundas. Lo hace ahora contra el primer gobierno salido de las urnas y en un contexto de creciente división política y social.

La propia excepcionalidad de la convocatoria, y sus resonancias simbólicas, dan buena medida del grado de confrontación al que se ha llegado. ¿Por qué esta huelga? Una vez restablecida la normalidad en Siliana, tras la revuelta reprimida por la policía y el intercambio de acusaciones, la celebración el 4 de diciembre del 60 aniversario del asesinato de Farhat Hached, fundador de la UGTT y figura nacional reconocida por todas las fuerzas políticas, acabó en una batalla campal. Pueden afirmarse sin vacilación al menos dos cosas: que partidarios de Nahda se reunieron con ánimo provocativo delante de la sede sindical y que los insultos recíprocos derivaron en una violenta reyerta a bastonazos ante la indiferencia de la policía, otras veces tan diligente y fogosa y que en este caso sólo intervino lánguidamente una hora después.

Aunque Nahda condenó la violencia y negó toda relación con la concentración islamista, la respuesta de la UGTT y de todos los partidos de la oposición ha sido justamente dura e injustificadamente demagógica. Acusaciones vociferantes respondidas por otras no menos vociferantes -y marchas y contramarchas de repudio y sostén- se han sucedido sobre el fondo de una serie de huelgas regionales de protesta -Gafsa, Sidi Bouzid, Sfax- y han conducido a la decisión de la dirección del sindicato de llamar a la huelga general.

¿Cuáles son las reivindicaciones? No se trata de denunciar el modelo económico del gobierno ni la entrega de recursos nacionales a las multinacionales extranjeras ni el desprecio político y policial por las demandas de los más desfavorecidos; ni tampoco de apremiar a los diputados de la constituyente a terminar la carta magna y convocar lo antes posible nuevas elecciones.

El propósito declarado de la huelga es exigir la persecución judicial de los agresores y la disolución de las Ligas de Defensa de la Revolución, que la oposición identifica con las «milicias» del antiguo régimen y que Nahda considera, al contrario, garantía contra cualquier tentación de retorno a la dictadura. Podrán considerarse desafortunadas o provocativas, pero las declaraciones de Rachid Ghanouchi, el lider islamista, no son disparatadas: se trata, sí, de una «huelga política encaminada a derrocar al gobierno».

Todas las huelgas son políticas. La cuestión es de qué política estamos hablando. Al igual que en Egipto, la revolución ecuménica y democrática tunecina llevó al gobierno, a través de elecciones limpias, a un partido islamista contra el que inmediatamente se erizaron, unas veces con razón y otras sin ella, fuerzas muy dispares que, en este frontón cerrado, convergen cada vez más en una oposición homogénea y visceral. Esta polarización, alimentada interesadamente por ambas partes, ha desembocado, igual que en Egipto, en una división bipolar que impide ver las maniobras entre bastidores. Hasta ahora la UGTT había tratado de jugar un papel de mediación en una situación muy frágil en la que ni siquiera se ha establecido aún el nuevo pacto social y jurídico. Ahora, con su llamada a la huelga, se inclina por la oposición y consolida y legitima una división binaria que no es de ninguna manera evidente que convenga a la izquierda.

Todas las otras divisiones -pobres/ricos, derecha/izquierda- han quedado suspendidas en favor de un conflicto sumario entre dos fuerzas esquemáticas: gobierno y oposición. Cada una de las partes reclama para sí la legitimidad de la revolución y acusa de contrarrevolucionario al adversario. La izquierda está contribuyendo a trazar esta absurda línea neta, alimentando una serie de identificaciones fraudulentas: así el gobierno se asociaría siempre con islam, dictadura, Qatar y EEUU y la oposición, en cambio, por una infantil inversión binaria, con laicismo, democracia y soberanía nacional.

Nada menos cierto. No hay que olvidar que del gobierno forman parte otros dos partidos, laicos y «progresistas», y que, si tienen poco poder o ninguno, pueden al menos forzar su disolución. En cuanto a la oposición, en estos momentos el grupo más fuerte es Nidé Tunis, el equivalente de nuestro PP, refugio de los empresarios y políticos de la dictadura, cuyo programa discrepa muy poco del de Nahda en política económica y exterior. Como prueba se han sumado a la coalición derechista el Partido Republicano (el antiguo PDP) y al-Masar (antes Tajdid), los dos partidos «de oposición democrática» en el parlamento de Ben Ali. Más inquietante aún: se han unido dos partidos de la izquierda marxista, el Partido Socialista de Izquierdas y el Partido del Trabajo Patriótico Democrático. Y si el Frente Popular mantiene su independencia formal, alimenta también -a veces de manera muy demagógica- esta confrontación frontal llamando al «derrocamiento del régimen» (isqat al-nitham). Contra la «dictadura islámica», como en tiempos de Ben Ali, todo estaría justificado, incluso las alianzas contra natura.

Se dirá que la UGTT, la «tercera fuerza» y la decisiva, tiene desde hace un año una dirección renovada, sin islamistas y escorada a la izquierda. Por eso mismo debería seguir siendo por el momento una «tercera fuerza». Sin constitución, sin justicia transicional, sin depuración de los aparatos policial y judicial, con el sector más pobre de la población en ebullición, pero poco organizado y politizado, ¿la prioridad de la izquierda debe ser derrocar al gobierno de la mayoría electoral? Apoyando esa política de confrontación ciega, ¿la izquierda no contribuye a islamizar el islamismo y a redignificar el bourguibismo y el benalismo? ¿Nos es favorable -a la izquierda- la actual relación de fuerzas? En Túnez no hay una dictadura islámica y es muy improbable que la haya.

Pero una involución fatal puede auparse a lomos de ese fantasma. Contra el islamismo sólo hay dos alternativas: o una dictadura policial que los convertirá de nuevo en víctimas violentas y de la que será también víctima la izquierda, junto con todos los derechos y principios democráticos conquistados, o una desactivación política a través de un doble proceso mucho más largo: dejar que se deslegitimen gobernando, bajo una presión incesante pero lúcida, y apropiarse poco a poco de sus bases sociales, que son en realidad las de la izquierda. Las buenas estrategias necesitan tiempo -que es el tiempo de las poblaciones mismas-; en esta zona del mundo, ya lo sabemos, los atajos suelen llevar al poder a los que pueden cumplir sus promesas: orden, seguridad, estabilidad, libertad para los negocios.

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