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Análisis | cumbre del consejo europeo

Berlín echa el freno

La cumbre que se inicia hoy tampoco cumplirá con las expectativas creadas. Presentada como la cita en la que se iba a dibujar el esbozo de una nueva euroarquitectura, ahora solo se prevé acercarse a un apunte apresurado de cierta unión bancaria. Alemania no lo ve claro.

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Josu JUARISTI Periodista

Las expectativas para el Consejo Europeo de diciembre, que se celebra hoy y mañana en Bruselas, eran notables. En cierto modo, había sido la propia Angela Merkel la que había subido el listón con su propuesta o globo sonda de fijar una hoja de ruta, con un calendario concreto, para ir hacia una unión económica y monetaria real y genuina que incluyese además una arquitectura institucional con pinta de unión política. Es decir, parecía claro que, al menos, de esta cumbre iba a salir el esbozo de una nueva euroarquitectura. Pues bien, como mucho, si sale, saldrá un dibujo apresurado de cierta unión bancaria.

Alemania no lo ve claro. Desde el fracaso de la cumbre de noviembre en torno al marco presupuestario plurianual, ha visto que la mayor integración que exige saltar a una nueva fase de la unión económica y monetaria no es aún posible. No al menos en los términos que Merkel desea. Así que el famoso e inminente Road map hacia una genuina UEM con mayor unión política se queda, de momento, en el siguiente planecito a corto y medio plazo: esbozar la unión bancaria, pactar el marco presupuestario plurianual y salvar cuanto antes a Grecia... y a España. Es decir, todo está en el aire, como casi siempre.

Las expectativas se han ido diluyendo porque los 27, entre «euros» y «no euros», se han atascado ya en el primer punto, el de la unión bancaria. Berlín se mantiene firme en sus líneas rojas, y quienes le exigían supervisión total, garantía de depósitos comunitario y fondo de liquidación ordenada de bancos fallidos (es decir, mutualización de la deuda), se quedarán sin nada, o casi.

Es posible que salga un acuerdo sobre la supervisión bancaria única, pero será parcial y limitada. El BCE solo supervisará a los bancos «significativos» (a los sistémicos, aunque nadie sabe aún qué significa eso exactamente) y a los que reciben ayudas, quizás unos 150 en total en toda la UE. Podrá sobrevolar sobre el resto, pero Alemania no quiere que controle a sus «regionales».

La recapitalización directa de los bancos a través de un fondo de rescate de la eurozona (a través del mecanismo europeo de estabilidad) se cae de la mesa, y tampoco se habla casi del sistema de garantía de depósitos comunitario. Ni de eurobonos ni, de hecho, de casi nada de lo que pedía el Gobierno español, cuya influencia y peso en la UE es realmente pequeña, seguramente menor que nunca. Nunca ha sido grande, pero ahora es mínima, irrelevante. Justo cuando más ayuda (dinero) necesita.

Es decir, Merkel no quiere que el paraguas de la unión bancaria alcance a todo el mundo porque, entre otras cosas, no está dispuesta a eliminar la relación entre problemas bancarios y deuda pública. Es decir, Rajoy no podrá evitar que la debacle bancaria siga computando como deuda, no podrá hacer trucos de magia, tienen el agujero que tienen y su Gobierno está abocado a pedir un rescate quizás inminente con unas condiciones probablemente más duras aún.

Alemania no quiere enfangarse en un sistema de transferencias eternas a los estados más necesitados costeado por los alemanes, menos aún con las elecciones a la vuelta de la esquina.

Berlín prefiere controlar los presupuestos de los demás (reformas-austeridad-recortes, aunque nadie sabe aún cómo se sustanciará ese control y cómo se implicará al Parlamento Europeo y a los parlamentos estatales) y quizás crear en 2014 una capacidad fiscal centralizada que proteja a las economías estatales de los mercados. Pero poco más. Y esgrime eso para rechazar eurobonos, mutualizaciones de la deuda y otras peticiones.

Lo cierto es que cuestiones de mayor calibre (como la autoridad de resolución común para compartir riesgos y, por ejemplo, evitar el círculo entre deuda bancaria y deuda pública como quiere Rajoy) implican necesariamente una importante cesión de soberanía. Y la UE aún no está para tamañas «hazañas», cuando ni tan siquiera es capaz de consensuar cuánta caja común tendrá y cómo lo gastará. Así que, entre otras cosas, queda aparcada la cuestión del control democrático de hipotéticas nuevas euroarquitecturas. Con lo que de la necesaria reforma de los tratados que implicaría todo ello ni se habla.

La posibilidad de un presupuesto solo para la eurozona también se retrasa. Y Merkel ya ha apuntado que eso, por sí solo, no es solución de nada. Además, primero quiere atar el marco presupuestario 2014-2020.

Así que primero tratarán de avanzar algo en el contenido de los cambios (unión bancaria parcial) y luego, en seis meses o más tarde, hablarán de los instrumentos legales para hacerlos. Todo sigue su curso, nos dirán, «hemos lanzado una señal clara de que avanzamos hacia una unión bancaria», proclamarán, hay «detalles técnicos» por resolver, añadirán... Avanzan, quizás, pero más lentos. El típico y tímido pasito comunitario.

Lo curioso es que estos días nadie habla de impulsar el crecimiento, de crear empleo... Lo irónico es que es el propio Gobierno alemán el que ha dirigido este reproche a los socios que «solo hablan de gastar dinero» y no de aumentar la competitividad. Al actual ritmo de recortes, los más optimistas creen que no habrá crecimiento hasta dentro de tres o cuatro años, con lo que se aceptan dos años en el limbo, sobre todo para los socios del sur, que pueden ver cómo en ese plazo la actual brecha norte-sur se convierte en fractura para muchos años.

Como en el día de la marmota, todo parece volver siempre al punto cero; todo vuelve a ser discutido. Ayer por la mañana se respiraba (anunciaba casi) un ambiente de acuerdo inminente; por la noche todo era gris de nuevo, como la gélida noche que se avecinaba. Los plazos se alargaban, 2014, 2015... En el camino, con Gran Bretaña, Suecia y otros en una posición indefinida en relación al centro (Bruselas, euro...), la Unión Europea quizás deba empezar a redefinir lo que significa el término «común». Hoy será un largo día en Bruselas.

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