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Elecciones en Venezuela: De Chávez al «chavismo»

Los venezolanos vuelven hoy a las urnas, un ejercicio que practican con una frecuencia impensable en los sistemas políticos liberales, para votar en unas elecciones regionales marcadas por la salud de su presidente, Hugo Chávez, que se recupera en La Habana.

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Iñigo ERREJÓN | Doctor e investigador en Ciencia Política

El desgaste de cara a las elecciones a gobernadores y diputados de los consejos legislativos de cada estado afecta especialmente al campo político de la oposición, por las expectativas frustradas en las elecciones presidenciales. El principal cemento que mantuvo unida la diversa coalición de partidos y líderes opositores en torno a la candidatura presidencial de Henrique Capriles, fue la creencia de que iba a vencer a Hugo Chávez. La argamasa fue laboriosamente fabricada en una sólida campaña de imagen, ampliamente replicada en los principales medios de comunicación internacionales y los think tanks dominantes. No obstante, los resultados del 7 de octubre fueron contundentes: once puntos y un millón y medio de votos de ventaja para la candidatura de Chávez. La oposición sufrió entonces el impacto de la desmoralización y el desgaste de casi nueve meses continuos en campaña. En esas condiciones tuvo que arrancar inmediatamente la campaña para las elecciones a gobernadores regionales.

Los candidatos del oficialismo, por su parte, suelen acusar desmovilización o erosión en todas las elecciones que no implican de forma directa a Hugo Chávez. En ellas se da un voto de castigo «blando», que no cuestiona el rumbo político nacional pero penaliza a las autoridades locales por problemas en la gestión pública, o expresa desconfianza con «el entorno del presidente» que no cumpliría sus instrucciones, según un prejuicio muy asentado. Por eso, la campaña electoral en los diferentes estados ha sido así bastante plana y ha captado una escasa atención popular y mediática. No obstante, el anuncio del presidente con respecto a su enfermedad les ha conferido un sentido distinto.

La noche del sábado 8 de diciembre, tras horas de intensos rumores, Hugo Chávez, llegado de La Habana, comunicaba al país que le habían sido detectadas nuevas células cancerígenas, por lo que debía someterse a una nueva intervención quirúrgica, la cuarta en poco más de un año. Como la operación revestía riesgos considerables, anunciaba la decisión de transferir su legitimidad al vicepresidente y canciller, Nicolás Maduro, un antiguo sindicalista y conductor de autobús, convertido en hombre fuerte del Gobierno, aunque lejos de ser el único. Anunciaba así el presidente que si algo le impidiese tomar posesión el 10 de enero apostaba por que fuese Maduro el encargado de articular el voto chavista en la consiguiente disputa electoral presidencial que establece la Constitución.

Con independencia de la evolución de Chávez, la perspectiva de un paulatino relevo y transferencia de legitimidades, necesariamente colegiadas, está ya instalada de forma definitiva en el horizonte. La correlación militar, institucional y popular de fuerzas parece encauzar en todo caso esta perspectiva por la senda constitucional.

Desde aquel anuncio, toda la dinámica política del país ha vuelto a girar en torno a Chávez, en medio de una oleada de emotividad popular por la que las noticias que eran objeto de llantos en los barrios pobres se celebraban en las urbanizaciones de los sectores medios y privilegiados. Mientras los candidatos socialistas han tratado de arroparse con esta emotividad, la derecha, con un ánimo necrófilo apenas disimulado -como aquella oligarquía argentina que pintaba «viva el cáncer» contra Evita-, parece esperar de nuevo que la enfermedad le brinde la oportunidad de lograr lo que no ha conseguido hasta ahora con ni en las urnas ni en los golpes de Estado.

En los resultados de hoy será crucial leer si el chavismo consigue aumentar el número de gobernaciones que hoy controla (16 de 23), como auguran las encuestas. Eso le permitiría postular una expansión geográfica general y desplegar con más facilidad el Segundo Plan Socialista 2013-2019. Además, son fundamentales los resultados en los dos estados más poblados y tendencial- mente opositores, que esta vez están muy disputados: Zulia y Miranda.

La Gobernación de Miranda, que abarca parte del gran Caracas y es exponente de las dificultades urbanas del chavismo, puede ser decisiva para la suerte de Capriles, que debe vencer al exvicepresidente Elías Jaua para atrincherarse de nuevo en la Gobernación como plataforma para volver a disputar el Gobierno nacional. Si lo hace holgadamente, comenzará al día siguiente en una campaña presidencial prolongada para la que no le faltarán apoyos ni recursos. Si pierde u obtiene una victoria pírrica, le saldrán competidores en sus propias filas y sus aspiraciones perderán fuelle.

Estas elecciones regionales son ya la avanzada de una nueva etapa de la prolongada disputa por el Estado, en un momento de transición de especial sensibilidad. Y en esta disputa la construcción del chavismo más allá de Chávez es un dato decisivo. Por eso es el objetivo de los ataques de la derecha en los últimos días: «el chavismo sin Chávez es como una arepa -sándwich de harina de maíz- sin relleno», en palabras de Capriles. Pero esta afirmación parece más un ejercicio de wishful thinking que de análisis político.

En Venezuela, la principal frontera que estructura el campo político y divide las lealtades es el nombre del actual presidente, que cristaliza un conjunto heterogéneo de demandas, esperanzas, ideas-fuerza y elementos simbólicos y afectivos que permiten hablar de una nueva identidad política central en el país. Pero el chavismo no es solo mayoritario, sino un verdadero horizonte de época, que instala en el sentido común la mayor parte de los términos de legitimidad política, de lo que es esperable y deseable.

La mejor demostración de esto fue que la candidatura opositora tuvo que pelear en campo ajeno, adoptando gran parte del lenguaje y propuestas de su adversario e incluso reclamándose «progresista» para sintonizar con un electorado cuyo centro de gravedad se ha ido desplazando a la izquierda en más de una década de cambio político y cultural. Por eso, que el chavismo como identidad popular hegemónica aprenda a sobrevivir al ser humano que hoy la encarna es crucial.

No pocos lectores europeos pueden sentir distancia instintiva hacia una identidad construida en torno a un nombre propio. Pero conviene recordar que el sentido ideológico de una agregación, de cualquier nosotros, no depende tanto de los símbolos en los que cristaliza, como de los intereses sociales y proyectos políticos que se articulan tras ellos. En este caso, una agenda de recuperación de la soberanía, redistribución de la renta, inclusión social y protagonismo democrático de las clases subalternas.

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