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Alberto Pradilla | Periodista

Un poquito de empatía

El injusto y arbitrario encarcelamiento de Alfonso Fernández, arrestado durante la huelga del 14N en el Estado español ha desatado el cabreo generalizado. No podía ser de otra manera. Meter en la cárcel a un chaval a causa de su actividad política incendia la indignación colectiva, empezando por la mía.

No pretendo ser el aguafiestas que siempre está con su eterno «si pero». Sin embargo, tengo que reconocer que en Euskal Herria puede resultar dolorosa la forma en la que han abordado la cuestión algunos sectores de la izquierda del Estado. En su necesaria denuncia sobre un hecho escandaloso, lo han presentado como si fuese una novedad, como si su arresto y posterior prisión preventiva constituyesen una excepción absoluta, lo nunca visto desde el franquismo. Como si en los últimos 40 años no hubiese jóvenes encarcelados por sus ideas o madres a las que les arrebatan a sus hijos debido a su actividad política.

Podría aportar casos cercanos que me han provocado muchas lágrimas o brutales estadísticas. Podría dar nombres de amigos a los que he esperado en vano en Ríofrío para terminar visitándoles en Alcalá Meco. O chavales a los que he visto desfilar por la Audiencia Nacional al tener que cubrir su juicio. Me duele tener que recordar que todo esto no ocurrió en Marte ni en otra galaxia. Ni siquiera en el Sáhara o en Palestina. Esos jóvenes fueron detenidos en Euskal Herria, torturados (en muchos casos) a ambos lados del Ebro y encarcelados en Madrid. No se trata del franquismo. Sucedió y sucede aquí al lado, en la acera de enfrente.

Precisamente por eso hubiese deseado un poquito más de sensibilidad. Algo de empatía. El derecho del enemigo se experimentó durante décadas en Euskal Herria. Cuando la situación política vasca apuntaría a un desmantelamiento de esas estructuras, el Estado aprovecha lo aprendido en la guerra del norte y extiende los mecanismos para combatir las luchas sociales.

Escuchar las dignísimas palabras de la madre de Alfon sobre el golpe recibido y, también, sobre el orgullo hacia el compromiso de su hijo me reafirma en lo que ya señaló «Argala», que trabajadores vascos y españoles no estamos unidos por pertenecer a una misma nación sino a una misma clase. Vamos a comprobarlo. Pero, para ello, será necesario un poco de empatía. Mutua, claro que sí. ¡Alfon libertad! Euskal preso politikoak etxera!

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