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FINAL DEL CUATRO Y MEDIO

Regreso al Ogeta, frontón de finales que se quedó sin final

El saque inicial y la grada fue lo único que Oinatz tuvo ayer a su favor en el Ogeta. Enfrente, una alargada figura que intimida a sus rivales con su sola presencia. La de un Aimar campeón que sudó lo justo. No hubo final. No hubo apuestas. David no pudo con Goliat. Nunca pudo.

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Joseba VIVANCO

No alberga la modernidad ni la acústica, ni deslumbra en la primera impresión como el Frontón Bizkaia. No destila ese porte faraónico -por no decir bilbaino- que acompaña a la reluciente y acristalada cancha del barrio de Miribilla. El dos paredes del Ogeta gasteiztarra no viste galas, no presume, no hay que mirar por donde uno pisa para no manchar. Cinco años después de que Augusto Ibáñez conquistara su única txapela en la distancia al derrotar a Abel Barriola, la finalísima del cuatro y medio regresaba de nuevo al frontón gasteiztarra, una `jaula' con épica, con historia, con las muescas que dejaron en sus parades pelotazos como los de Retegi II, Titín III, Errandondea, Eugi, Nagore... Una cancha con nombre de pelotari de los de antes, de trazo grueso, morrosko, de gancho descomunal y entrada al aire desde distancias increíbles. Ogeta. Plaza habitual de finales del acotado y del parejas. Escenario añejo donde todo manomanista quiere volver. Como Aimar, que ya ganó dos `jaulas'.

Ahí, entre esas dos paredes que o te pesan como losas o te catapultan hasta el cartón 22, se la jugaron ayer el maestro y el aprendiz, Aimar Olaizola y Oinatz Bengoetxea, navarros, vecinos y rivales. Sonrisas eternas, manos fuertes, piernas ágiles, mentes frías. Sexta final para el primero, primera para el segundo. Al final, el Ogeta fue el que se quedó sin final. Sin glamour pero con cátedra en sus gradas, al viejo frontón babazorro repintado de green capital se le fundió el fusible del marcador electrónico y sacó del armario entonces el de cartones. Como en los tiempos de Ogeta.

40 a 100 de salida

Saltaban a la cancha justo a las seis de la tarde los dos finalistas. Primero el campeón, al txoko; detrás, el aspirante, al ancho. Ambos pelotean, distantes, rivales, ajenos, mientras los jueces delimitan sobre el parqué la jaula en la que quedarán encerrados. ``Aupa Oier. Beti zurekin'', reza una pancarta. ``Aimar 22ra. Presoak eta iheslariak. Herrira'', se postula otra. Ha costado llenar el frontón, pero la entrada es buena. Y, combinado escalera arriba, cerveza escalera abajo, el precio de la entrada se hace un poco más llevadero.

Oinatz ajusta los tacos de las manos. Sorbe un trago. Las pelotas elegidas y guardadas bajo siete llaves obran ya en poder de los contendientes. Templan y calibran botes. Los corredores también. 40 a 100 se paga. El de Leitza tiene poco crédito entre la cátedra. Es la hora, 18.15, último enjuague de esa garganta que desertiza los nervios. Pelotaris a la cancha. Aplausos. Por la megafonía suenan sus nombres y el audímetro refleja que la grada está con el más joven. Retumba el ¡Oinatz! Moneda al aire, segundos eternos, saca azul. Saca Oinatz. Cara para él. Elige pelota. Últimos consejos de su botillero, Asier García. Saca urdin, peloteo corto y tanto para el campeón.

Bebe Oinatz, bebe Aimar. Carrerilla, saque y mal resto bajo la chapa. Dos arriba. El tercero es un calco. El cuarto una dejada al txoko tras resto. Y el quinto no se hace esperar. «¡Puta madre!», exclama Oinatz. ¿Qué pasa por su cabeza? 5-0. La grada ruge coreando el nombre del leitzarra, pero el siguiente resto de Aimar los calla. 6-0. Oinatz se sienta. Toma aire. La sangre le circula a a borbotones. Para disputar una final hay que ser muy plazagizon, que diría Julián Retegi. Un mes de espera y esto. Toda la vida de espera y esto. Aimar, ajeno, pelotea. Plazagizon.

Los tantos caen uno tras otro. Así hasta el 11-0. Ni quince minutos de partido. El duelo tiene pinta de durar menos que el hielo de los gin-tonics y cubatas que se apuran en el graderío.

Y cae el 12, y el 13. Solo los suyos sostienen a Oinatz. Una dejada a la pared y medio frontón se pone en pie. Tanto del de Leitza. Golpea sus puños. Ruge el Ogeta. Respira. Demasiado cero en su cartón. Llega el segundo de Oinatz y primeros gritos audibles de ánimo para Aimar. Domina Oinatz, pero sube al cartón 14 de Aimar, que lo celebra con rabia. Cruce de ánimos entre las aficiones. «¡Oinatz, Aimar!». 15-5, la diferencia es una losa. 16-5, ahora sí, corre allí, corré allá y dejada al ancho, Aimar manda en la cancha. A eso le añade el primer tanto de saque, al que responde Oinatz con un dos paredes muy celebrado. Cruce de pelotazos y el de Goizueta le dice eso de corre tú que a mí me da la risa. 17-7. No hay partido. Los corredores trabajan menos que el fotógrafo del BOE. Nuevo dos paredes de Oinatz y tanto. A beneficio de inventario.

Aimar: «Ha sido un partido casi perfecto. Muy cómodo»

A su padre, a su mujer y a su retoño, pero también «a la gente del pueblo, que no es fácil venir, y a la mucha gente joven». A ellos les dedicó el gran Aimar Olaizola su sexta txapela del Cuatro y medio. Un partido «muy tranquilo, fácil», no pudo sino valorar el de Goizueta tras ese 22-9 del marcador final. Comenzar en apenas cuatro pelotazos con un 13-0 favorable no cabe duda de que, dijo, «da mucha confianza», pero del mismo modo, añadió, «tenía claro que tenía que seguir igual». Pero el campeón destacó, sobre todo, lo a gusto que se sintió desde un principio, aunque tampoco quiso dar demasiada importancia a la veteranía. «Me encontraba muy centrado. Me encontraba muy cómodo tanto cuando atacaba como cuando defendía. Me encontraba rápido», confesó esas buenas sensaciones iniciales que se alargaron durante la casi hora que duró el partido. Y es que, si algo sabe Olaizola II es que «aquí lo que vale es jugar bien el día del partido» y, es más, «da igual jugar bien o mal, aquí vale quien gana la txapela». Quién sabe si por atemperar la `paliza' a Oinatz, Aimar aseguró que el de ayer fue «un partido casi perfecto, uno de mis mejores partidos en este campeonato», donde destacó que «en el saque ha estado la clave por mi parte», porque «le he quitado bien sus idas al aire» para contrarrestar precisamente esos intentos de resto del de Leitza, rival de quien apuntó que jugó «muy precipitado». Aimar, al preguntarle sobre esta nueva txapela, sobre nuevos retos, nuevas ilusiones, contestó que lo que vale es «ir sumando», pero dejó claro que «el siguiente campeonato empezaré como si no tuviera ninguna txapela».

J.V.

Oinatz: «Hoy no me he sentido pelotari. No he dado la talla»

Un Oinatz Bengoetxea resignado compareció en sala de prensa para confesar de salida que «en ningún momento he estado a gusto». E insistió, «incómodo, fuera del partido, precipitado, nervioso».... no ahorró calificativos. No hubo final para él. «Las piernas me iban más rápidas que la cabeza», lo ilustraba. Se mostró sincero el de Leitza al confesar que «es difícil estar con la cabeza fría ante estos partidos». Todo lo contrario que su rival, de quien Oinatz afirmó que no es que hubiera hecho un gran partido, sino que «tan solo haciendo bien las cosas ha cogido ya ventaja». Y lo expresó con una frase que refleja lo que él no fue y lo que sí hizo su contrincante ayer: «Aimar ha estado... Sobre todo ha estado en la cancha». Cosa que no hizo él. «No he sabido estar tranquilo en la cancha», repitió. Lo cierto es que el navarro no puso paños calientes a su abultada derrota y probablemente a su decepción. Llegó a hacer afirmaciones como «hoy no me he sentido pelotari» o «no he dado la talla». Demasiado poco Oinatz, demasiado Aimar. El de Leitza tenía claro que debía atacar, «sabía que tenía que meterle presión, incomodarle», pero a lo largo y ancho del partido el que no estuvo cómodo fue él. Reconoció crucial la pérdida de ese saque inicial, del mismo modo que le dio mucho valor a que Aimar diera con el cuero con el que hacerle más daño. «No he sabido sujetar su pelota y él ha visto bien eso», valoró de su rival. Admitió , igualmente, que el comienzo arrollador de Aimar hizo «imposible» ya la victoria, aunque se quedó con algunos momentos en los que consiguió meterse en el partido, que no en la txapela. En cualquier caso, fue como si asumiera que la final estaba perdida de antemano, desde el momento en que «estaba como en un sueño, fuera del partido»

J.V.

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