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Xabi Lasa Parlamentario de Aralar-NaBai y alcalde de Berriozar

Los hombres que amaban los sobres en las rendijas

Pero no podemos bajar la guardia. Lo de Zerber nos ha salido de manual, lo del otro me preocupa un poco más

En la pantalla un lacónico Jakes Zerber, otrora líder del Popular Party en Nafarroa, daba comienzo a la que sería la última rueda de prensa de su vida política: «He sido víctima de un engaño. Soy inocente». «Presento mi dimisión y no volveré a la política nunca jamás».

«Todo según lo previsto -sentenció Mikael con semblante de satisfacción mientras exhalaba la bocanada del Cohíba-, este ya no molestará más».

«En efecto -asintió Henrik-, no hay mayor evidencia de culpabilidad que declararse inocente a las primeras de cambio. Eso sí, aún ladrará un tiempo».

«Menos de lo que crees, está hundido. La chica esa, la hacker, ¿cómo se llamaba, Lisbeth?, es un fenómeno. Estos jóvenes son de otra galaxia. Cogen un ordenador y hacen lo que quieren. Yo estoy temblando. Si alguien como ella entrara en mi disco duro lo de Zerber se quedaba en mera anécdota».

El sonriente Henrik escuchaba complacido. Su sensación anímica distaba mucho del miedo, incluso de la preocupación. Por una parte, nadie podía compararse a ellos en el control de medios para el hackeo -años de poder les hacían todavía poderosos de un sistema más que seguro- pero, sobre todo, lo que habían trabajado muy bien era el sistema de protección de los propios datos; un muro de opacidad técnico-política sólo superable para quien lo controla. Por otra, y de forma más relevante, era consciente de que la trampa, por buena que fuera, de nada habría servido sin la inestimable colaboración del propio Zerber, que más que «picar» en el anzuelo, lo cogió él mismo con la mano y se lo metió a la boca. Ni sus mejores previsiones calculaban semejante éxito.

«No seas vanidoso, Mikael. Ya has visto lo que les ocurre a quienes no son capaces de resistirse a la tentación. Nosotros no tenemos de qué preocuparnos. Estamos bien blindados».

«Ya. Pero no podemos bajar la guardia. Lo de Zerber nos ha salido de manual, lo del otro me preocupa un poco más. Al final se lo hemos puesto más jodido de lo que pensábamos».

«Ya. Pero es que es un poco descarado. Podían tener un poco más de cuidado, sobre todo con lo familiar. No sé cómo no se dan cuenta de que hay que separar siempre lo familiar. Pues nada, ahí que van, con todo el equipo. Será por falta de chiringuitos. Nada, han de colocar el jarrón donde más se ve. Pues que espabile un poco. No le vendrá mal».

«¿Y los vascos qué dicen?».

«Nada. Ni la huelen. Intuyen, sospechan, desvarían... pero no tienen datos. En todo caso, si nos llega a hacer falta, les echaremos la mierda a ellos. En eso nos ayudará el «Journal», que sabe cómo jugar sus cartas».

«Sí, es una buena baza. Hay que lanzar humo, mucho humo».

«El cachete ya está dado y va a surtir efecto. No creo que nadie más se atreva a subirse a la chepa. La verdad es que estoy disfrutando como un enano. No le tenía yo ganas desde que nos la jugó con la escisión».

Cambiaron el canal y apareció «El entreacto», uno de los programas más incisivos en crítica política. Entre chistes tópicos no iban más allá de comparar el caso con el de Bartolín, aquel jienense -también del PP- que fingió su secuestro. Ciertamente, no se podía pedir más despiste.

Fuera, la tarde se tornaba cada vez más desapacible. En contraste, el frío y la lluvia externas hacían más confortable el calor interior. «Mientras siga adentro no me mojaré», pensó Mikael. «Tranquilidad. El sistema funciona, como la calefacción en los días inclementes». Acto seguido descorchó una botella del mejor crianza de su bodega y sirvió dos copas.

PD: Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.

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