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CRíTICA: «De óxido y hueso»

La chica de Marineland conoce al portero de discoteca

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Mikel INSAUSTI

El cine del mercado francófono no necesita imitar al que se hace en Hollywood para hacer grandes taquillas, al contrario de lo que sucede a este otro lado de la muga. Jacques Audiard se ha ganado a un público amplio sin dejar de convencer a la mayoría de la crítica, lo cual no suele ser nada fácil. Y sus películas siempre reciben premios en los festivales internacionales, aunque «De óxido y hueso» supone un acusado giro genérico con respecto a su anterior «Un profeta». Del oscuro mundo carcelario y delictivo habitado por hombres encallecidos pasa a una historia de amor compartida por una chica atractiva y un perdedor nato en abiertos paisajes costeros, claro que su sentido del romanticismo es duro y realista.

En «De óxido y hueso» no cabe la idealización del amor, desde el momento en que los protagonistas no buscan a la pareja soñada, sino que se adaptan a su instinto de supervivencia y a lo que la vida les depara. Lo cual tampoco implica que quieran menos a la persona que tienen a su lado, puede que hasta que la quieran más, debido a que para seguir juntos han de luchar lo indecible.

El planteamiento de Audiard, que se aparta totalmente de los relatos del canadiense Craig Davidson en que se inspira, es honesto y sincero desde el mismo arranque. De entrada ya deja sentado que de no ser por el accidente que sufre la Bella, ésta nunca hubiera conocido a la Bestia del cuento. Ella vivía en el lado luminoso con su trabajo de animadora en el parque acuático Marineland de Antibes, donde jugaba con las gigantescas orcas al ritmo de la canción de Katy Perry «Fireworks».

Todo eso cambia radicalmente cuando pierde ambas piernas y, en su abandono y desesperación, se acuerda de aquel portero de discoteca, brutote pero noble, que la defendió en una pelea. Que nadie piense que se va aprovechar de él inspirándole lástima, ya que el cuidador que empujará su silla de ruedas o la llevará en brazos también arrastra sus propias cargas, al verse obligado a ocuparse de un hijo pequeño del que se desentendió su madre biológica.

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