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CRÓNICA | jornadas de euskal memoria en donostia

Los torturados toman la palabra para poner luz a una realidad ocultada

El trabajo de Euskal Memoria para completar «toda la verdad» del conflicto está revelando la realidad de muchos torturados. Periko Estomba pasó por ello hace ya 40 años, pero aún le desborda la emoción. Imanol Ostolaza lo sufrió en 1981, a la vez que Joxe Arregi. Maialen Eldua, hace apenas tres años. Tres historias entre miles, tres maneras de sobrevivir y convivir con ello, tres voces y un fin: que no se repita.

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Ramón SOLA

Poco o nada tenían que ver entre sí los años 70, los 80 y la primera década de este siglo. Pero Periko Estomba, Imanol Ostolaza y Maialen Eldua, además de su condición de donostiarras, comparten una misma experiencia con 38 años de distancia: han padecido la tortura. La fundación Euskal Memoria está poniendo número, rostros y voces a esta realidad. Después de haber presentado ``Oso latza izan da'', la obra más completa sobre la tortura en Euskal Herria, esta semana ha celebrado unas jornadas en Donostia con el objetivo de hacer aflorar esta realidad que durante tanto tiempo ha estado oculta e incluso, lo que es más llamativo, minimizada por sus propias víctimas, que muchas veces han llegado a interiorizar que lo que les hicieron no merecía ser contado porque al fin y al cabo era algo habitual.

Como si fuera una cadena interminable, cada acto de difusión de Euskal Memoria suele rescatar nuevos relatos, nuevos datos, nuevas pruebas. Sin ir más lejos, en la mesa redonda del miércoles en Egia una de las asistentes aportó unos documentos sobre denuncias de tortura del año 1969, halladas en su casa. Y los tres intervinientes, sin mayor pretensión que contribuir a elaborar toda la verdad de este conflicto, contaron sus pequeños dramas sin escatimar detalles, con el corazón en la mano. Qué pasaron y, sobre todo, cómo han vivido con ello.

Periko ESTOMBA (Policía franquista, 1971)

A Periko Estomba, de Gros, se le quebró la voz al explicar para qué torturaba la Policía franquista: «No me di cuenta hasta después de salir. Vi que, de alguna manera, era una tortura pública. Luego te sacaban a la calle y con eso el resto de gente se paraba, se acojonaba, se acojonaba mucho. Aparte, a nivel personal te querían hundir. Salías pensando que había chivatos en todos los lados. Yo canté ‘La Traviata’, y porque no sabía más... más vale que no sabía más. Pero me quedé muy tocado, muy tocado [explicó tomando aire y conteniendo las lágrimas]. Hubo dos o tres años en que dejé todo, todo».

Y eso que Periko, según comenzó diciendo, no había hecho nada: «Solo repartir unas hojas sobre el Proceso de Burgos para contrarrestar lo que decía la prensa. Nos reuníamos en el Fortuna e íbamos dejándolas por los buzones, no se nos ocurría darlas en mano, claro. Eso fue en diciembre de 1970, en estado de excepción. Me detuvieron el 4 de abril de 1971 y aún era estado de excepción», narra.

Lo llevaron a Amara, al Gobierno Civil. Estomba rememora que de día no se torturaba para que no se escucharan gritos en el centro de la ciudad: «Empezaban a las once de la noche». Primero fueron golpes, luego auténticas palizas: «Cuando me desvanecía, me llevaban a un baño, me remojaban, y otra vez para dentro». Junto a ello recalca, con una nitidez que no enturbian los 41 años transcurridos, que no le permitían dormir porque lo encerraban en una celda situada junto a la sala de los policías, que hablaban a gritos. Así pasó once días, luego la cosa se calmó porque «aquello no daba más de sí». En total, 23 días y noches en comisaría. Hubo casos peores: «He conocido gente que estuvo hasta 51».

A Estomba le preguntaron si denunció aquello: «¿Denunciar? No. Me fui de allí pitando y más contento que ‘Chupín’». Ahora sí le gustaría que hubiera una Comisión de la Verdad y, sobre todo, «que el Estado español admita que ha utilizado la tortura desde siempre y que ha sido una cosa muy eficaz. Por lo demás, yo no quiero ser víctima, no quiero pedir nada para mí».

Imanol OSTOLAZA (Policía española, 1981)

Los recuerdos de Ostolaza son algo más tenues y a la vez más sosegados. Están inevitablemente mezclados con los de prisión, donde ha pasado dieciocho años y de dónde ha extraído peores consecuencias que de los diez días de incomunicación, primero en el Gobierno Civil de Donostia y luego en la Puerta del Sol de Madrid.

Con todo, hay cosas imposibles de olvidar por mucho que se viva. Este vecino de Altza fue detenido en enero de 1981, y tiene bien fresco en la mente que a los pocos días un policía vino dando saltos y gritando: «¡Hemos cazado al `comando Madrid', hemos cazado al `comando Madrid'!» Entre los detenidos estaba Joxe Arregi, que no pudo superar la incomunicación y falleció pocos días después.

Si el cuerpo de Arregi era un hematoma de pies a cabeza, con Ostolaza se cebaron en las extremidades inferiores: «Acabé con los pies inflados y con moratones por los golpes. Luego me pasé diez días sin poder andar en Carabanchel. Pero antes vino el forense y me preguntó `¿algo que decir?'. No sabíamos siquiera si era el forense o un policía, así que solo le enseñé los pies y entonces me dijo: `Eso es de llevar los zapatos muy estrechos, ¿no?'».

No todas las personas son iguales, no todas sufren del mismo modo el impacto de la tortura. Ostolaza une aquellos días de incomunicación con la cárcel y con lo que pasó a su salida, ya en 1999. De su experiencia concluye que «si te ven débil, te persiguen más». Narró las llamadas telefónicas insistentes que recibía, «20 o 30 seguidas, sin hablar, solo por hacer presión sicológica». Y narró otro episodio muy revelador, a su salida: «Me gustaba ir a ver el mar y pasear por la noche, desde Sagues hasta el Peine del Viento y volver, igual me estaba tres horas. Pues bien, durante días me estuvieron siguiendo dos o tres personas, todo el rato, a unos pocos metros. Al final uno de esos días al volver a Altza decidí pasar por un pasaje en el que no había luz. Fue mi forma de decirles `si me queréis hacer algo, aquí es el sitio'. A partir de ahí se fueron y no volvieron». Ostolaza había ganado la batalla sicológica.

Y ahora, ¿aspira a ganar algo más: un reconocimiento, una reparación? Responde rotundo: «La única reparación sería resolver el conflicto, superarlo».

Maialen ELDUA (Policía española, 2009)

La del 24 de noviembre de 2009 fue una noche de cuchillos largos contra la juventud independentista: 34 detenciones. Eldua recuerda perfectamente que durmió con la ventana algo abierta porque observó movimientos extraños y quería despertarse si sentía algún ruido. Y fue algo más que ruido: «Me asomé y no podía creer que todo ese despliegue fuera por mí».

En la mesa redonda de Egia evitó contar detalles del trato recibido en comisaría, pero las secuelas síquicas rellenan ese explicable vacío en el relato: «En los diez meses que pasé en la cárcel apenas hablamos de las torturas, eran momentos de bajón y no había ganas. Las consecuencias las noté más bien al salir a la calle. Tenía una tensión enorme, me parecía que todos me seguían o que seguían a alguien. Antes de entrar a casa miraba hasta debajo de las piedras. Estaba en alerta total. Luego, durante un año entero, estuve despertándome a las dos menos diez: era justo la hora en que habían venido a por mí. Todos los días a esa hora, diez minutos arriba o abajo. Mi cuerpo había desarrollado un mecanismo de defensa».

Pero se supera, añadió la joven. O, mejor dicho, «nunca se puede olvidar, pero se aprende a vivir con ello». Contarlo ante una cámara fue clave en esa liberación. Sicólogos de Torturaren Aurkako Taldea le hablaron del llamado Protocolo de Estambul, una especie de guía para saber si una persona ha sido torturada o no. Ello hace preciso grabar su testimonio: «Cuando me lo plantearon, me daba una pereza terrible, pero al final lo hice. Fueron tres horas de lloros, de risas... pero al final me resultó muy positivo, me ayudó muchísimo. Empecé a no despertarme por la noche». Obviamente, el bálsamo no ha sido la Justicia española: «Denuncié, sí, pero hace poco me llegó una carta diciendo que está archivado».

Un impacto que proporcionalmente duplica al de Chile

Si un ciudadano de cualquier parte del mundo es preguntado por la tortura, seguramente tomará como referencia de primer orden a Chile durante la dictadura de Pinochet, mucho más que a Euskal Herria. Sin embargo, los datos recopilados por Euskal Memoria sitúan el impacto de esta lacra en este país en cotas muy superiores a las de Chile. No solo en números, también en duración: si en el país andino la tortura se sitúa entre 1973 y 1990, en Euskal Herria las denuncias llueven sin interrupción desde 1960 hasta la actualidad.

Veamos los números: la llamada Comisión Valech determinó que en la dictadura chilena se habían cometido 33.221 detenciones, mientras que en Euskal Herria en estos 50 años se calculan unas 50.000. Contrastado con el volumen de población de uno u otro sitio, ello implica que en Chile fueron arrestadas 2,5 personas de cada 1.000; en Euskal Herria, por contra, resultan dos de cada 100 (o si se prefiere, 20 de cada 1.000).

En cuanto a los maltratos, en Chile se censaron 25.620 torturados, esto es, 1,9 personas de cada millar. Euskal Memoria estima que en Euskal Herria, de los 50.000 arrestados la padecieron 10.000. O sea, 4 de cada mil. Un impacto que duplica al de Chile.

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