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Una política que debe centrarse en contenidos, no en formas

Sorprendentemente, Iñigo Urkullu parece haberse dado cuenta esta misma semana de su posición de debilidad, una posición suficiente para ser investido lehendakari pero insuficiente para actuar como si sus deseos fuesen órdenes para el resto de agentes políticos. El debate de los presupuestos en las diferentes instituciones vascas está evidenciando que, en este momento de crisis económica y de oportunidades políticas, resultaría insostenible apoyar o dejar pasar las cuentas solo en nombre de la estabilidad, cuando lo que está en juego es el bienestar o incluso la pura supervivencia de muchos ciudadanos.

Si la autocrítica que los políticos hicieron en campaña es sincera, uno de sus mecanismos principales para actuar sobre la realidad social, los presupuestos, tienen que ser aprobados en base a contenidos, a partidas concretas, justificadas y reales. Dada la aritmética que han dejado sucesivas elecciones en casi todas las instituciones del país, los acuerdos son obligatorios. Lo más deseable sería que fuesen acuerdos amplios y con carácter estratégico, lo que en campaña todos denominaron «acuerdos de país». La sociedad no entendería que se diese un cambio de cromos, un pacto de no agresión en nombre de la urgencia, cuando lo que hay que primar es lo importante: derechos, asistencia y crecimiento.

Dentro de su espíritu conservador, el PNV debía pensar que, por mucho que todo el mundo insista en que algo sustancial ha cambiado en este país y que son muchas más las cosas que deben cambiar -algo evidente-, el resto de agentes políticos y sociales actuarían del modo que se espera de ellos, es decir, del modo en el que los jeltzales consideran que deberían actuar. De ahí la sorpresa que transmitía Urkullu al ver cómo se le ha complicado la aprobación de los presupuestos.

Es cierto que, durante décadas, la política vasca ha sido relativamente previsible y que, de entre los partidos que conforman los tres vértices más relevantes de la política vasca, el PNV ha sido quizás el que mayores réditos ha sacado de esa tendencia del resto a repetir esquemas. Más allá de la hegemonía en el campo abertzale y el dominio de los resortes del poder económico e institucional, lo que el PNV ha gestionado mejor hasta ahora ha sido la centralidad, basándose en la convicción de que, a falta de una mayoría suficiente, al final de cada negociación, de cada enfrentamiento, de cada batalla, tanto la izquierda abertzale como el PSE acabarían priorizando el acuerdo con los jeltzales frente a otras posibles combinaciones. Y, en ese terreno, los jeltzales se han mostrado siempre como grandes negociadores, pese a encontrarse a menudo en posición de franca debilidad o incluso evidente dependencia.

La primera legislatura de Ardanza, cuando el PSE liderado por Txiki Benegas ganó en escaños pero cedió la makila al PNV, es quizá el ejemplo más claro. Pero también hay ejemplos en el otro lado, como algunos de los acuerdos alcanzados con la izquierda abertzale en los primeros tiempos de Ibarretxe.

Del mismo modo, algunos de los momentos más cruciales de la política vasca se han dado cuando esa previsibilidad se ha roto, como por ejemplo cuando la izquierda abertzale apoyó parcialmente el Plan Ibarretxe, el famoso «tres sí, tres no» -¿quién no recuerda la cara de Josu Jon Imaz, por entonces presidente del EBB, en la tribuna de invitados del Parlamento de Gasteiz?-. Lo mismo cabe decir de la decisión del PSE de pactar con el PP y quitar así la Lehendakaritza al PNV, que incluso habría sacrificado la cabeza de Ibarretxe, artífice en aquellas elecciones de unos resultados espectaculares.

Cuidado, esa inercia sigue existiendo, sobre todo cuando hay intereses muy importantes de por medio, como se ha podido ver en el caso de Kutxabank (mala combinación, tanta perversión por un lado y una cierta candidez por el otro). Pero no cabe negar que las cosas han cambiado y que lo que ayer se daba por garantizado ahora ya no lo está. Lo cual obliga a actuar de otro modo o arriesgarse a perder esa centralidad basada en una posición histórica más que en un poder real.

La estabilidad vendrá del debate y el acuerdo

En política la estabilidad es muy importante. Pero, en un momento crítico como este, esa estabilidad no puede ser solo formal. La estabilidad debe construirse desde el debate, la negociación y el acuerdo, no desde pactos destinados a vetar a terceros. En su entrevista a GARA, el diputado general de Gipuzkoa, Martin Garitano, expone claramente la complejidad de esos debates, que necesariamente pivotan entre la defensa de los principios propios y la flexibilidad necesaria para llegar a acuerdos con quienes piensan distinto.

Tampoco se puede ser inocente y pensar que, por mucho que la situación lo requiera, se van a dar acuerdos nacionales en los temas centrales -crisis, normalización y derecho a decidir- de buenas a primeras. Harán falta algo más de cien días y grandes dosis de buena voluntad para lograr los acuerdos que necesita el país. También habrá que tener en cuenta que la crisis es del propio sistema, que Euskal Herria va más allá de esas tres provincias y que la política institucional siempre estará coja si no cuenta con la sociedad civil -algo que se ve muy claro en el tema de la crisis en relación al tejido asistencial-, lo cual sirve para todos los ámbitos mencionados. Y, si bien las circunstancias y los recorridos son distintos, se debería mirar a Catalunya para ver qué están haciendo bien y qué no tan bien en estos ámbitos.

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