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Antonio ALVAREZ-SOLIS | Periodista

3 de marzo de 1976

 

 

Leo, releo en su nueva edición, el libro de Amparo Lasheras sobre el crimen del 3 de marzo de 1976 en Vitoria. La policía de Fraga Iribarne, amparada también por Martín Villa, ambos ministros de la llamada Transición, dispara sobre una masa de ciudadanos en la capital vasca y causa cinco muertos y más de cien heridos. Recordemos. En la iglesia de San Francisco tiene lugar una asamblea de trabajadores que llevan dos meses en huelga por sus derechos. A la policía que cerca el templo se le ordena desalojarlo. Los botes de humo rompen las cristaleras y la iglesia, de la que han cerrado las puertas, se vuelve inhabitable. Los trabajadores salen en huída y la policía hace fuego sobre ellos y sobre la multitud congregada fuera. El suelo se tiñe de sangre. Mueren cinco trabajadores y la múltiple violencia alcanza a más de cien personas. Un mando policial transmite con orgullo: «Hemos contribuído a la paliza más grande de la historia».

El libro de Amparo debiera leerse con el espíritu vivo de quién desea no olvidar nunca la historia dolorosa, pero vivificante de la libertad. Cierto es que cada año algún tipo de rememoración devuelve al presente el crimen fascista de Vitoria. Pero el recuerdo va perdiendo sus perfiles más profundos. Ha pasado ya mucho tiempo y la sangre gira al bistre. En el libro de Amparo Lasheras esos perfiles cobran el relieve que han de tener siempre para que una nación sepa lo que constituye su suelo real. Se trata no ya de recordar sino de tener memoria, que es mucho más que un recuerdo. La memoria es carne viva que incorpora al espíritu de justicia que animaba a los asesinados. Sobre todo en estas horas decisivas para Euskadi, en que la amenaza vuelve a enfrentar su voluntad de existencia.

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