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Más que un techo donde cobijarse un tiempo

«Cada vez se oye más euskera en Aterpe», afirma José Antonio Lizarralde, `Pottoko', para indicar gráficamente que la crisis está dejando sin techo a sectores cada vez más amplios de la población. Aterpe es el albergue de Cáritas en Donostia, por el que pasan cada día decenas de hombres y mujeres sin hogar que buscan un lugar donde comer, ducharse, dormir y hablar de sus problemas, de los motivos por lo que han acabado en la calle.

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Gotzon ARANBURU

Hay que dejar claro que Aterpe no es un refugio de paso sin más, un techo bajo el que cobijarse un tiempo, sino un centro en el que docenas de voluntarios y personal contratado se esfuerzan en conseguir que los sin hogar recuperen el mayor grado posible de autonomía, de calidad de vida, y vuelvan a integrarse en la sociedad. El éxito o fracaso en este empeño se dará en función de las capacidades y las habilidades que presente la persona acogida, pero también influye su grado de deterioro, y los recursos y posibilidades que le ofrezca la sociedad, explica José Antonio Lizarralde.

`Pottoko' estudió para acceder al mundo de la empresa, y de hecho llegó y se quedó un tiempo, pero en un momento dado decidió que lo suyo no era la corbata, sino la calle, la ayuda a los necesitados. Él nos ha servido de guía en la visita a Aterpe en esta fría mañana vísperas de Navidad, en la que docenas de hombres y mujeres esperan en la sala de la televisión a que los voluntarios acaben de preparar la comida del mediodía y los bocadillos que serán su cena.

No se pueden tomar imágenes de los sin techo y algunos voluntarios también prefieren permanecer en el anonimato, mientras que otros se prestan a hablar con el periodista. Es el caso de José Ramón Rodríguez, que se afana entre pucheros en la cocina, donde ya se percibe el aroma de la comida a punto de ser servida. José Ramón trabajó más de cincuenta años como cocinero en un barco mercante, y cuando se jubiló decidió que ayudaría a los sin techo, «y ya llevo veinte años», explica. No solo cocina, sino que también es pescador, y media docena de muxarras capturadas la víspera entrarán hoy en el menú.

Como José Ramón, otros 170 voluntarios prestan servicio en este centro de Cáritas. Cada día son una veintena los que se acercan a Aterpe y meten aquí un buen montón de horas, desdoblándose en distintas funciones; pueden empezar la jornada preparando los desayunos y terminarla jugando a las cartas con los sin techo, muchos de los cuales sufren de un gran problema de soledad.

El alimento y la cama son fundamentales, pero la compañía no lo es menos: «Las personas que vienen aquí han tenido una familia, han pertenecido a un tejido social, que se ha roto, y han terminado en la calle. Escucharles les hace mucho bien, especialmente en fechas como estas, cuando sienten mucho más la desvinculación con su entorno. Por eso reforzamos en Navidades el personal voluntario dedicado a la escucha activa», explica José Antonio.

Con la crisis, a los albergues y comedores sociales de toda Euskal Herria está llegando gente «que nunca hubiera imaginado verse en esta situación. ¿El motivo de terminar en la calle? Puede ser por perder el trabajo, por una ruptura de pareja, por una enfermedad... El hecho cierto es que son personas que no han podido dar la vuelta a la situación y han pasado a formar parte de los excluidos sociales. No es indigno recibir ayuda, pero es innegable que en cierta manera marca, estigmatiza», señala el responsable del albergue.

Según la memoria de 2011, de las 530 personas atendidas en Aterpe el año pasado, el 46,5% procedía de Hego Euskal Herria, y de estas 229 eran guipuzcoanas. El servicio de comedor ofreció 20.506 comidas, y la media de personas que pernoctaron en el centro fue de 15 diarias. En cuanto a la financiación del centro, la aportan a partes prácticamente iguales la Diputación de Gipuzkoa y la propia Cáritas.

Otra consecuencia de la crisis es la recaída en la pobreza de personas que anteriormente habían logrado escapar de ella. Cáritas cuenta con un extenso programa de formación y asesoría para ayudar a los excluidos a reintegrarse en el tejido social, y ese trabajo ha ido dando fruto a lo largo de los años, pero en los últimos meses muchos de los que habían logrado un empleo con la ayuda de Aterpe lo han vuelto a perder... y a convertirse de nuevo en usuarios del albergue. «Es muy duro que te ocurra eso», se lamenta Jose Antonio.

¿Hay hambre entre nosotros? Depende de lo que se entienda por hambre. El responsable de Aterpe no cree que se pueda hablar de casos de desnutrición, pero no es tan categórico si hablamos de alimentación deficiente o inadecuada. El «qué dirán» hace que no pocas familias oculten su situación al exterior, pero de puertas adentro pueden ser muchas las personas que no estén disfrutando de una dieta suficiente para sus necesidades.

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