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LITERATURA I NARRATIVA I «Armenia en prosa y verso»

Decir la verdad

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Iñaki URDANIBIA I

No eran buenos tiempos para la lírica los primeros años del siglo XX en Rusia, ni los siguientes,  tiempos agitados que se encaminaban a establecer rígidas normas plegando el arte a las consignas del poder político. Así, subordinar el arte a los intereses de la construcción del socialismo, a «servir al pueblo» que decía en la misma onda Mao Ze Dong en sus «conferencias sobre arte y literatura en el foro de Yenan», al proletariado, o al futuro luminoso de la humanidad, pasaron a ser moneda corriente, e impuesta a hoz y martillo, bajo los presupuestos del comisario de turno, por ejemplo y de manera destacada Zhanov, con sus prédicas acerca del arte proletario, en la misma onda aberrante que la «ciencia proletaria» de un Lyssenko.

La pléyade de escritores que destacó en aquellos años y que tuvieron problemas para poder ejercer su libertad creativa cubrieron una amplia nómina que pasa por Anna Ajmátova, su esposo Gurmiev, Marina Tsvetáieva, Valdimir Maiakovski, Boris Pasternak, Mijaíl Bulgako, Zamiatin, Esenin, Platonov u Osip Mandelstam. Este último hacía suyo como lema de su vida y su escritura, ambas inseparables pues como decía Varlam Shalamov: «no vivía para la poesía sino que vivía por ella», la tarea que da título a este comentario: decir la verdad por encima de todas las cosas, en coincidencia con el coraje de decir la verdad, la parresía, de los griegos. Y a pesar de la que estaba cayendo, más cierto sería decir de los que estaban cayendo bajo las garras de los Beria y Vichinsky de turno, él no podía callar. Precisamente fue el comportamiento discordante con la oficialidad lo que llevó al gran poeta Osip Mandelstam a tener que buscarse la vida de mil maneras -hasta el punto de falsificar originales suyos para venderlos como si realmente lo fueran- con el fin de comer ya que nadie le publicaba, y las revistas no abrían sus páginas al brillo del poeta, sino a quienes se deshacían en elogios a la nomenklatura, aunque fuesen unos simples juntaversos ripisosos; y si alguien decía que la poesía es un arma cargada de futuro, en aquella situación, en aquel «siglo lobo» del que él mismo hablase, la poesía parecía cargada por el diablo. Mandelstam dejaba ir en verso, o en prosa, lo que sus ojos líricos veían y esto es lo que le impulsó a no callar y lo que le llevó a su perdición por recitar un poema ante algunos amigos (si es que no se puede comer con caníbales) en que no se disimulaba el carácter sanguinario del «montañés del Kremlin».

Mandelstam, que aun con el apoyo de Pasternak, Gorki y Bujarín (¡bastante tenía este con cuidarse a sí mismo!), no pudo librarse de los inquisitoriales interrogatorios en los sótanos de la Lubianka (acusado del artículo 58: actividades antisoviéticas y sabotaje contra el poder), del destierro, de penurias mil...y de la locura hasta la muerte siberiana en febrero de 1938, debido al tifus según la versión oficial.

Aquí se reúnen unos materiales, poesía y prosa entreverada, en los que da cuenta de su viaje a Armenia en 1930. «Viajes literarios» que generalmente servían para entonar sumisas loas a los maravillosos logros conseguidos en los lugares visitados... Mandelstam, y su mujer Nadezhda, no se pliega a tales roles lacayunos y nos entrega los paisajes armenios, sus paisajes culturales y los suyos propios, los de su interioridad personal. Este viaje supuso la realización de un sueño por visitar ese admirado país que tantas persecuciones y masacres había sufrió, esa «tierra extraña con el fin de respirar el oxígeno de su historia difícil y noble entre todas». La mirada del poeta es la de la solidaridad y la simpatía de quien se ve cada vez más acorralado, y hasta la lengua de los armenios (sonando como «un gato salvaje») se convierte en un alivio frente a la lengua fosilizada de la burocracia.

Las prosas poéticas y los poemas, de gran carga lírica, cantan a Armenia como la afirmación de una singularidad rebelde y resistente.

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